Comentario al evangelio del Lunes 08 de Abril del 2013
Queridos amigos: Paz.
Es el saludo pascual que en estos días más que nunca cobra un valor especial por haberse dicho en
aquella tierra en la que hoy sin duda hay una guerra abierta.
Al compás primaveral del mes de abril acabamos de terminar este eco de resurrección de siete días, y
nos hemos plantado en el octavo. Y estamos de fiesta en cierto modo mariana.
Así que hoy, siendo día 8 y tratándose de una fiesta tan relacionada con María, más parecería que
estamos celebrando la Inmaculada antes que la Anunciación del Señor. Aunque casi todos los años la
celebramos en el marco de la Cuaresma, esta vez el caprichoso solsticio ha querido que la Anunciación
se trasladara a pleno tiempo pascual.
¡Qué buena oportunidad para unir los dos grandes misterios de encarnación y salvación!
La realización de los planes de Dios hoy sigue desconcertando al hombre como hace XXI siglos. Dios
sigue prefiriendo la humildad, la sencillez, la espera en la respuesta,... y luego va más allá de lo que
nadie hubiera podido soñar. Así lo hizo en la Encarnación, pero así lo acabamos de celebrar en la Cruz
y en la Resurrección.
A nadie escapa que celebrar la Anunciación es vincular indisolublemente a María y a Cristo. El "aquí
estoy" de Jesús y el "hágase" de María son notas del mismo acorde que armonizan el ejemplo de
respuesta de cada cristiano.
La Anunciación no nos roba un día de Pascua, nos lo ensancha. El relato de la Anunciación a María del
Nacimiento (con mayúsculas) nos remite a nuestro propio nacimiento a Cristo a través del bautismo
(evangelio que hubiéramos leído hoy del encuentro de Jesús con Nicodemo).
Celebrar pascualmente la anunciación nos invita a testimoniar como bautizados en el espíritu esta
resurrección encarnada en la Galilea de cada día.
Vuestro amigo.
Carlos
Carlos Martínez