EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Juan 6,1-15.
Después Jesús pasó a la otra orilla del lago de Galilea, cerca de Tiberíades.
Le seguía un enorme gentío a causa de las señales milagrosas que le veían hacer
en los enfermos.
Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.
Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Jesús, pues, levantó los ojos y, al ver el numeroso gentío que acudía a él, dijo a
Felipe: «¿Dónde iremos a comprar pan para que coma esa gente?»
Se lo preguntaba para ponerlo a prueba, pues él sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: «Doscientas monedas de plata no alcanzarían para dar a cada
uno un pedazo.»
Otro discípulo, Andrés, hermano de Simón Pedro, dijo:
«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. Pero,
¿qué es esto para tanta gente?»
Jesús les dijo: «Hagan que se siente la gente.» Había mucho pasto en aquel lugar,
y se sentaron los hombres en número de unos cinco mil.
En tonces Jesús tomó los panes, dio las gracias y los repartió entre los que estaban
sentados. Lo mismo hizo con los pescados, y todos recibieron cuanto quisieron.
Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que
han sobrado para que no se pierda nada.»
Los recogieron y llenaron doce canastos con los pe da zos que no se habían comido:
eran las sobras de los cinco panes de cebada.
Al ver la señal que Jesús había hecho, los hombres decían: «Este es sin duda el
Profeta que había de venir al mundo.»
Jesús se dio cuenta de que iban a tomarlo por la fuerza para proclamarlo rey, y
nuevamente huyó al monte él solo.
Comentario del Evangelio por:
Cardenal Joseph Ratzinger [Benedicto XVI, papa desde 2005 a 2013]
Meditaciones de Semana Santa, 1969
“Dadles vosotros de comer” (Mateo 14,16)
En el pan de la eucaristía recibimos la multiplicación infatigable de los panes del
amor de Jesucristo, que es tan rico como para saciar el hambre por los siglos, y que
también busca ponernos, a nosotros mismos, al servicio de esta multiplicación de
panes. Algunos panes de nuestra vida podrían parecer inútiles, pero el Señor los
necesita y los pide.
Los sacramentos de la Iglesia son, como la Iglesia misma, el fruto del grano de
trigo que muere (Juan 12,24). Para recibirlos debemos entrar en el movimiento
mismo del que ellos provienen. Este movimiento consiste en perderse a sí mismo,
sin lo cual uno no podría encontrarse: “Porque quien quiera salvar su vida, la
perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,35).
Esta palabra del Señor es la fórmula fundamental de la vida cristiana...; la forma
característica de la vida cristiana está en la cruz. La apertura cristiana al mundo,
tan preconizada en nuestros días, sólo puede hallar su modelo en el costado abierto
del Señor (Juan 19,34), expresión de este amor radical, la única capaz de dar
salvación.
Sangre y agua brotaron del costado atravesado de Jesús crucificado. Lo que a
primera vista es símbolo de su muerte, símbolo de su error más completo,
constituye al mismo tiempo un nuevo comienzo: el Crucificado resucita y no muere
nunca. De las profundidades de la muerte surge la promesa de la vida eterna.
Sobre la cruz de Jesucristo resplandece ya la claridad victoriosa de la mañana de
Pascua. Es por eso que vivir bajo la señal de la cruz es sinónimo de vivir bajo la
promesa de la alegría pascual.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”