Comentario al evangelio del Jueves 18 de Abril del 2013
Queridos amigos:
El movimiento por el que los creyentes vamos a Jesús es nuestro: somos nosotros los que nos
movemos. Pero este movimiento nace de una atracción por la que el Padre nos lleva a Jesús. Nadie
conoce al Hijo sino el Padre. Nadie ama al Hijo sino el Padre. Nadie lo conoce como el Padre y nadie
lo ama como el Padre.
Atraernos el Padre al Hijo es introducirnos en su vida de comunión con él, hacernos participar en el
conocimiento que el Padre tiene del Hijo y en el amor que lo vincula a él. ¿Significa eso que tomamos
parte en la paternidad de Dios respecto del Hijo? Parece una afirmación demasiado aventurada. Habría
que ver qué quiere decir.
Nosotros lo podemos entender de una forma más sencilla. El mismo Jesús, en la tradición sinóptica,
decía que quien cumple la voluntad de su Padre es hermano, hermana e incluso madre suya (se olvida a
posta del paterfamilias y deja atrás los esquemas patriarcales vigentes en su tiempo). Y san Francisco
de Asís nos enseñaba cómo podemos ser, con una conciencia pura, madres del Verbo. En realidad se
trata de algo simple a la vez que misterioso: por el conocimiento y el amor le hacemos existir en
nosotros. Y esta generación del Hijo en nosotros no es una operación que se cumple por nuestro solo
querer. Es un don que nos hace el Padre: por este don vamos a él y por este don le hacemos ser en el
hondón de nuestro espíritu.
A esa fecundidad estamos llamados. Y a dejar que él viva su vida en nosotros, por el conocimiento que
tenemos de él, por la participación en su resurrección y por la comunión en sus padecimientos. Esa
fecundidad se proyectará en otras formas concretas de fecundidad que ya apuntábamos ayer. La mística
de comunión se despliega en una práctica múltiple de modos de unión fraterna y servicio efectivo: nos
abre los ojos, muestra lo que es del agrado de Dios, capacita y mueve para cumplirlo.
Vuestro amigo.
Pablo Largo, cmf
Pablo Largo, cmf