IV Domingo de Pascua, Ciclo C
Jesús, el Cordero, pastor en nuestro interior, nos conducirá hacia fuentes de
aguas vivas, y nos dice: “Yo doy la vida eterna a mis ovejas”
En aquel tiempo, dijo Jesús: - «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo
las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no
perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi
Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede
arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno» ” (Juan
10,27-30).
1. “﾿Me salvaré?”: es una pregunta que nace en nuestro interior,
como me decía una persona que se dedicaba al voluntariado y al servicio a
los demás: pues así aseguraba que se salvaría. Es de lo que nos habla hoy
Jesús, de la "vida eterna". La vida que se recibe ya por la fe, por la Palabra,
como rezamos hoy en la Oraci￳n Colecta: “ Dios y Padre nuestro,
ayúdanos a abrir siempre los oídos del corazón para escuchar tu
palabra de Buen Pastor y seguirte ”. Juan escribe su evangelio para que,
creyendo en Jesús, tengamos vida eterna. Entiende la "vida eterna" como
algo que se inicia ya en este mundo. Cuantos creen en Jesús tienen su vida
eterna guardada en las mejores manos y no morirán para siempre. Porque
Jesús y el Padre son uno. La fe misma es seguridad en Dios. Porque no
tenemos a Dios a buen recaudo, sino que es él el que nos tiene con fuerza y
el que inspira en nosotros una confianza sin límites (“Eucaristía 1992”).
Pablo VI señaló este domingo como un día para la plegaria en favor
de las vocaciones al ministerio y a la vida consagrada, dentro del conjunto
de la liturgia pascual. Una vez concluido el ciclo de las apariciones, se nos
va presentando al Señor en algunas de sus dimensiones más teológico-
espirituales, como hoy la del Pastor enviado por Dios:
-"Yo les doy la vida eterna". El evangelio del Buen Pastor contiene
una promesa que supera toda medida; incluso se podría decir que supera
toda previsión. A las ovejas de Jesús, a las que él conoce y que le siguen,
se les asegura por tres veces su definitiva pertenencia a él y al Padre. Y
esto porque ellas ya ahora han recibido por anticipado «vida eterna».
Porque lo que Jesús nos da aquí abajo con su vida, su pasión, su
resurrección, su Iglesia y sus sacramentos, es ya vida eterna. El que la
recibe y no la rechaza, jamás puede ya «perecer», nadie puede ya
«arrebatarlo de mi mano»; más aún: nadie puede arrebatarlo de la mano
del Padre, del que Jesús dice que es más que él (porque es su origen), y sin
embargo que él, el Hijo, es uno con este Padre más grande. Las ovejas, que
están amparadas en esta unidad entre el Padre y el Hijo, poseen la vida
eterna; ningún poder terreno, ni siquiera la muerte, puede hacerles nada.
Sin embargo, aquí no se promete el cielo a todo el mundo, sino a aquellos
que «escuchan mi voz» y «siguen» al pastor: una pequeñísima condición
sine qua non para una consecuencia infinita, inmensamente grande.
Conviene recordar aquí las palabras de san Pablo: « Una tribulación
pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de
gloria » (2 Co 4,17) (Von Balthasar).
El buen pastor es una de las primeras imágenes que representan a
Jesús. Sin barba, con vestiduras cortas y peinado grecoromano, lleva sobre
sus espaldas unas ovejas. Así les gustaba a los cristianos de Roma, en el
siglo III, definir e imaginarse a Jesús. De Cristo pastor se nos dice que ama
a sus ovejas a las que ha comprado con su propia sangre (Hch 20, 28), que
las guía, que las busca si se pierden, que las defiende con su vida, que ellas
lo reconocen, que la autoridad que manifiesta sobre ellas está fundada en
su entrega y su amor. La semejanza con el pastor da por supuesto que se
está andando, buscando entre escaseces y peligros algo vital. El inhóspito
desierto y los lobos amenazan de muerte a las ovejas.
Sólo Yahvé es el pastor de Israel. Y se promete al pueblo disperso
que Yahvé volverá a reunir a su rebaño y le dará un pastor: su siervo
David, el Mesías. Las ovejas no siguen a un extraño, conocen en su interior
ese buen pastor que concede el don de la vida eterna: ven que él anuncia la
salvación en una unidad con el Padre: es la respuesta a la pregunta sobre si
él era el Mesías. Por tanto, es en mi interior que te reconozco, Señor, donde
nadie me enga￱a, pues mi yo más profundo se abre a ti… Tú y Dios sois lo
mismo: « yo y el Padre somos uno » y estableces ya una relación entre ti
y nosotros: « yo las conozco y les doy la vida eterna... y ellas
escuchan mi voz y me siguen ». Te reconozco como cantamos en la
Comunión: « Ha resucitado el Buen Pastor, que dio la vida por sus
ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya ». Y en la postcomunión:
« Pastor bueno, vela con solicitud sobre nosotros y haz que el rebaño
adquirido por la sangre de tu Hijo pueda gozar eternamente de las
verdes praderas de tu Reino ». Nos guías a verdes praderas como
recuerda el famoso salmo. A veces aparece Cristo como Maestro y Guía,
como Salvador y Señor. Hoy te miramos como a nuestro Pastor, que nos
acompañas en nuestro camino y se nos das tú mismo como alimento y
bebida, sobre todo en la Eucaristía; él es nuestro verdadero alimento,
nuestro Guía. Tu Palabra es digna de que yo la escuche, que tenga fe en ti,
que deje que des sentido a toda mi vida (J. Aldazábal).
En la Entrada cantamos: « La misericordia del Señor llena la
tierra, la palabra del Señor hizo el Cielo. Aleluya » (Sal 32,5-6). Y
quieres que seamos nosotros tus testigos: testigos, ¿de qué?: testificar a
Jesús, la verdad, "el que es", que pastorea a su pueblo. Y ¿qué puede
significar para nosotros hoy la figura de Cristo pastor? En él se
fundamentan nuestra esperanza, nuestra serenidad y nuestra ética. En una
sociedad que sólo da visiones fragmentadas de la realidad, que no sabe
cómo encontrar los valores morales fijos, que ha perdido sus utopías y que
todo lo convierte en instrumento (incluso al hombre mismo), la figura del
Maestro nos marca la dirección. Jesús "one way", el único camino, la
dirección obligada para encontrar la paz, el gozo, como pedimos en el
Ofertorio: « Concédenos, Señor, darte gracias siempre por estos
misterios pascuales, para que esta actualización repetida de nuestra
redención sea para nosotros fuente de gozo incesante »,
Jesús, quiero seguirte, como pastor porque se hizo cordero, el
cordero de Dios que quita el pecado del mundo y por cuya sangre hemos
sido purificados y reconciliados con el Padre. Viniste a servir y no a ser
servido, a enseñarnos nuestra misión en la vida, crecer en el servicio,
aprender a amar. Tú nos conduce por ese camino "a las fuentes de agua
viva".
-" No perecerán para siempre " los que te siguen, porque, como
decía Pablo, " ni la vida ni la muerte, ni el presente ni el futuro, ni las
fuerzas, ni lo alto ni lo profundo, ni otra criatura alguna podrá
separarnos del amor que Dios nos tiene y nos ha manifestado en
Cristo Jesús Señor nuestro " (Rom 8,38s.). En Jesús resucitado se nos ha
revelado un amor más fuerte que la muerte. Los que reciben ese amor, los
que se dejan abrazar por ese amor, superan con Jesús todas las dificultades
de la vida y resucitan con él. Participan de su resurrección y la muerte no es
para ellos ya otra cosa que el desfiladero de la vida, el paso a la verdadera
vida, al Padre. -¿Somos conscientes de que el Señor vive y está con
nosotros donde dos o más nos reunimos en su nombre? Reunirse en el
nombre de Jesús, ¿no es también reunirse bajo su nombre y reconocerlo
como nuestro Pastor? -¿Que significa ser pastor de la iglesia o ejercer un
ministerio pastoral? -¿Por qué somos cristianos?, ¿por qué seguimos a
Cristo? ¿Lo seguimos de verdad?, ¿sólo hasta cierto punto?, ¿hasta la cruz?
(“Eucaristía 1983”).
2. La perícopa de Antioquía de Pisidia es muy importante porque el
proceso de difusión del evangelio a gentes no judías se presenta ya con
forma. Todos invitan a Pablo a que hable sobre el mismo tema el sábado
siguiente. Pablo toma en ese momento una importante decisión: en vez de
encerrarse entre los judíos, durante la semana, va con preferencia a los
"temerosos de Dios", a los que conquista por su total ausencia de racismo.
Ellos, a su vez, atraen a mucha gente a la reunión del sábado siguiente; ahí
se juntan paganos que nunca se habían comprometido con los judíos.
Entonces se produce la crisis. La asamblea se divide en dos bandos.
Los judíos más cerrados y orgullosos se asustan al verse invadidos por esos
paganos "impuros", se oponen a Pablo e incluso tratan de echarlo fuera por
cualquier medio. Intervienen las mujeres ricas y piadosas. Desde ese
momento se constituye una comunidad cristiana separada de la de los
judíos. “ Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: - «Teníamos
que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la
rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que
nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: "Yo
te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el
extremo de la tierra.
¿Quién no se da cuenta que junto a la Iglesia actual todavía hay
"prosélitos", o sea, hombres de buena voluntad, que esperan que se les
predique un evangelio realmente abierto a todos, y para los cuales no hay
cabida en nuestras asambleas? (“Eucaristía 1992”).
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la
palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna
creyeron”. “E l hombre no se salva automáticamente. Hay que aceptar la
palabra de Dios y de la Iglesia... El pueblo de Israel no debía querer poseer
la salvación para él solo, pues ésta estaba destinada para todos los
hombres: desear la salvación de una manera egoísta significa autoexcluirse
del cielo… también los gentiles deben aceptar personalmente la fe y vivir
conforme a ella” (von Balthasar).
“La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región.
Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los
principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y
Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de
los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los
discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo”. En todo
esto hay un sentido eclesial. «Admirable es el testimonio de San Fructuoso,
obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de rogar por él. El
santo respondi￳: “Yo debo orar por la Iglesia cat￳lica, extendida de Oriente
a Occidente”. ﾿Qué quiso decir el santo obispo con estas palabras? Lo
entendéis, sin duda, recordadlo ahora conmigo: “Yo debo orar por la Iglesia
Católica; si quieres que ore por ti, no te separes de aquélla por quien pido
en mi oraci￳n”» (san Agustín, Sermón 273).
Cantamos en el salmo: “ Aclama al Señor, tierra entera, servid al
Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores”: Realmente el
Padre es bueno, eterno es su amor, El es fiel"... "Sois su rebaño, su
pueblo". “Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño”. "Él nos ha hecho y le
pertenecemos"... “No temáis, ni un pajarito cae a tierra sin que vuestro
Padre lo sepa”... (Mateo 10,29). ᄀSí, escuchemos a Jesús que recita este
salmo! Escuchémoslo en el fondo de nosotros mismos, allí donde el Espíritu
"ora en nosotros" (Rom 8,26-31).
«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por
todas las edades.» La alegría, de por sí, es comunicativa. "Reconoced que
el Señor es Dios". Esto viene de dentro, sin ninguna presión... Libremente.
Soy tuyo, Señor, porque soy oveja de tu rebaño. Hazme caer en la cuenta
de que te pertenezco a ti precisamente porque soy miembro de tu pueblo
en la tierra… no me salvo solo. Es verdad que tú, Señor, me amas con amor
personal, cuidas de mí y diriges mis pasos uno a uno; pero también es
verdad que tu manera de obrar entre nosotros es a través del pueblo que
has escogido. El pastor conoce a cada oveja y cuida personalmente de ella,
con atención especial a la que lo necesita más en cada momento; pero las
lleva juntas, las apacienta juntas, las protege juntas en la unidad de su
rebaño. Así haces tú con nosotros, Señor.
Haz que me sienta oveja de tu rebaño, Señor. Responsable, sociable,
amable, hermano de mis hermanos y hermanas y miembro vivo del género
humano. No me permitas pensar ni por un momento que puedo vivir por mi
cuenta, que no necesito a nadie, que las vidas de los demás no tienen nada
que ver con la mía... No permitas que me aísle en orgullo inútil o engañosa
autosuficiencia, que me vuelva solitario, que sea un extraño en mi propia
tierra...
Haz que me sienta orgulloso de mis hermanos y hermanas, que
aprecie sus cualidades y disfrute con su compañía. Haz que me encuentre a
gusto en el rebaño, que acepte su ayuda y sienta la fuerza que el vivir
juntos trae al grupo, y a mí en él. Haz que yo contribuya a la vida de los
demás y permita a los demás contribuir a la mía. Haz que disfrute saliendo
con todos a los pastos comunes, jugando, trabajando, viviendo con todos.
Que sea yo amante de la comunidad y que se me note en cada gesto y en
cada palabra. Que funcione yo bien en el grupo, y que al verme apreciado
por los demás yo también les aprecie y fragüe con ellos la unidad común.
Soy miembro del rebaño, porque tú eres el Pastor. Tú eres la raíz de
nuestra unidad. Al depender de ti, buscamos refugio en ti, y así nos
encontramos todos unidos bajo el signo de tu cayado. Mi lealtad a ti se
traduce en lealtad a todos los miembros del rebaño. Me fío de los demás,
porque me fío de ti. Amo a los demás, porque te amo a ti. Que todos los
hombres y mujeres aprendamos así a vivir juntos a tu lado (Carlos G.
Vallés).
3. «El Cordero será su pastor», se nos ofrece en una visión del
cielo, donde se cumple la promesa que el Señor hace en el evangelio y
donde todos los que lo han seguido en la tierra como «sus ovejas» aparecen
como una muchedumbre inmensa de todos los pueblos delante del Cordero,
su pastor, porque han sido rescatados por la sangre de su cruz y ahora son
apacentados y conducidos por él « hacia fuentes de aguas vivas ». La vida
que se les promete no es un estancamiento, sino algo que fluye
eternamente; por eso los que pertenecen al Señor «ya no pasarán hambre
ni sed» (Hans Urs von Balthasar).
Llucià Pou Sabaté