IV Domingo de Pascua, Ciclo C
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas:
a.- Hch. 13, 14. 43-52: Nos dedicamos a los gentiles.
Luego de predicar en Antioquía de Pisidia, el kerigma cristiano, muchos judíos y
prosélitos, aceptaron la fe. En cambio, los judíos, al ver el éxito de Pablo y Bernabé,
soliviantaron a la gente contra los discípulos. La gente quería seguir escuchándolos,
mientras que ellos les piden que se mantengan fieles a la gracia de Dios. Al sábado
siguiente se produce la separación entre el judaísmo y el evangelio. Pablo, con una
verdadera pedagogía, les recuerda su privilegio cronológico: ellos eran los primeros
llamados en recibir la palabra de Dios, el evangelio de la gracia, porque todo lo que
ahora se anuncia ocurrió entre los judíos. Jesús, se dirigió a los judíos, y les mandó
a sus discípulos: predicar el evangelio comenzando por Israel. El pueblo judío
destinatario de todas las promesas del AT, pero debido al rechazo del Mesías y su
evangelio, el anuncio a los gentiles se hacía más que necesario un deber. Este
rechazo de los elegidos y la aceptación de los paganos, ya lo había anunciado Jesús
(cfr. Lc. 4, 14-30). El pronunciamiento de los discípulos es radical, se vuelven a los
gentiles, con la sacudida del polvo de sus pies y con las palabras del profeta (cfr.
Is. 49,6), es decir, ser luz y salvación hasta los confines de la tierra. Si bien, estas
palabras fueron interpretadas por los judíos como el futuro esplendor de Israel,
ahora se aplica lo mismo para los gentiles destinados a la vida eterna (cfr. Lc. 2,
32). Los gentiles se alegraron en el Señor, y la acción del Espíritu Santo en los
discípulos será fecunda, aunque tengan que marchar a otro territorio.
b.- Ap. 7, 9. 14-17: El Cordero será su pastor, y los conducirá hacia fuentes
de aguas vivas.
En este pasaje que nos narra Juan el triunfo de los elegidos. Encontramos la visión
de una inmensa muchedumbre en el cielo, que nadie puede contar, reunión
universal de todos los pueblos, que no llevan el sello, por eso no son contables
entre los 144.000 sellados en la tierra. Esta muchedumbre está de pie delante del
Cordero, distinto de los impíos que no pueden sostenerse de pie en el día de la
cólera del Cordero (cfr. Ap. 6, 17). Visten de blanco, son los mártires, es decir, no
se contaminaron con la idolatría, y llevan la palma de la victoria. Han triunfado
sobre la Bestia, de su imagen y de la cifra de su nombre. Son los mismos que
gritaban justicia y venganza, mas ahora cantan la salvación que es de Dios y está
sentado en el trono y del Cordero (v.15; Ap. 6,9-11). La salvación que cantan los
mártires, se puede interpretar, con un término político, pues designa la paz,
seguridad y el bienestar que ofrece la Roma imperial; ahora los mártires, reconocen
que esa salvación viene de Dios y del Cordero. “Esos son los que vienen de la gran
tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del
Cordero.” (v. 14). La gran tribulación, puede ser la persecución llevada a cabo por
Nerón, pero sobre todo, debe entenderse como la permanente situación de opresión
y persecución que vive la Iglesia, porque no acepta las estructuras opresoras e
idolátricas en lo económico, político, social, cultural y religiosa que propone la
sociedad actual.
c.- Jn. 10, 27-30: Yo doy la vida eterna a mis ovejas.
Juan, evangelista nos presenta a Jesús como el Buen Pastor, la puerta del rebaño
(cfr. Jn. 10,7), en medio de la disputa que sostiene con los jefes religiosos por su
origen (cfr. Jn.10, 24-25). Era la fiesta de la Dedicación, recuerdo de la
consagración del templo; y que Jesús este ahí paseándose, viene a indicar que ÉL
es el nuevo Salomón, constructor del verdadero templo del Señor, Él mismo es el
nuevo templo, pero lejos de las instituciones judías. Jesús es el nuevo Salomón, el
buen Pastor. Siguiéndolo a ÉL, el nuevo rebaño experimentará la verdadera vida, la
verdadera comunicación con Dios, el Padre, como fuente y raíz de todo el quehacer
de Cristo Jesús. No permitirá que ninguno de los que le ha entregado, sean
arrancados de las manos de Jesús, porque es Uno con el Padre, y por lo mismo
poseedor de su misma vida. Los fariseos, no son de sus ovejas, tampoco escuchan
su voz, ni Jesús los conoce, ni lo siguen (cfr. Jn. 10,26). Sólo quien cree en Jesús,
discierne la identidad de Jesús, esto porque ha oídos su voz, experimenta la vida
eterna y sabe que viene de parte del Padre, el buen Pastor que traspasa el poder a
su Hijo. Los incrédulos no son capaces de leer las obras del Mesías. Las ovejas oyen
su voz (v.27), y éstas lo siguen porque conocen su voz (cfr. Jn. 10, 3-4). Seguir a
Jesús, habla de conocimiento, familiaridad, conexión entre el Pastor y el rebaño.
Para creer a Jesús hay que sintonizar interiormente con ÉL: ser de arriba (cfr. Jn.8,
23); amante de la verdad (cfr. Jn.3,17-21; 8,37); ser de Dios (cfr. Jn.8,47), ser de
su rebaño (Jn.10,14). Se subraya esa conexión que gracias a Jesús, los creyentes,
son partícipes de la vida eterna, de la salvación, realidad permanente, definitiva. La
comunidad de vida con Jesús, tiene carácter de validez duradera, definitiva y
eterna. Su fundamento último es el Padre, que ha encomendado las ovejas al Hijo
(cfr. Jn.6, 37.44). Tras el pastoreo y la obra salvadora de Jesús, está la mano del
Padre, la voluntad de Dios, porque en ese pastoreo del Hijo se hace presente el
pastoreo de Dios para la salvación de todos los hombres, fuerza que nadie puede
detener ese poder salvador. Entre el pastoreo de Jesús, pastor mesiánico, y el
pastoreo del Padre, se da la más completa unidad. Ahora se entiende eso de: “El
Padre y yo somos una misma cosa” (v.30). Entre Jesús y Dios, entre el Hijo y el
Padre hay unidad. Se establece así que el rebaño de Jesús, es el rebaño de Dios, y
que Jesús actúa como enviado de Dios, compromiso por los suyos que lo lleva hasta
el extremo de dar la vida por ellos. Se asegura el carácter definitivo de la salvación;
dicha salvación tiene su último fundamento en la unidad del Padre y del Hijo. Para
los judíos escuchar hablar de esa unidad entre Jesús de Nazaret y Dios, representa
una provocación. El Padre y el Hijo son uno, y por lo mismo, el Pastor tiene una
capacidad vivificadora y una soberanía absoluta, atributos divinos, recibidos del
Padre (cfr. Jn. 3, 3; 6, 37). Es fundamental que seamos conocidos por el Pastor,
nos llama por nuestro nombre, la respuesta será en la medida de nuestro
conocimiento de Jesús, ser capaces de reconocer su voz, vivir la comunión con el
Padre y el Hijo, a la cual nos invita nuestra condición de hijos de Dios, y alcanzar ya
en esta vida eclesial, la vida eterna .
Santa Teresa de Jesús, contempla la vida eterna, como destino y coronación de su
vida de fe y oración. “Pues consideremos que este castillo tiene como he dicho
muchas moradas, unas en lo alto, otras embajo, otras a los lados; y en el centro y
mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de
mucho secreto entre Dios y el alma. Es menester que vayáis advertidas a esta
comparación. Quizá será Dios servido pueda por ella daros algo a entender de las
mercedes que es Dios servido hacer a las almas y las diferencias que hay en ellas,
hasta donde yo hubiere entendido que es posible; que todas será imposible
entenderlas nadie, según son muchas, cuánto más quien es tan ruin como yo;
porque os será gran consuelo, cuando el Señor os las hiciere, saber que es posible;
y a quien no, para alabar su gran bondad; que así como no nos hace daño
considerar las cosas que hay en el cielo y lo que gozan los bienaventurados, antes
nos alegramos y procuramos alcanzar lo que ellos gozan, tampoco nos hará ver que
es posible en este destierro comunicarse un tan gran Dios con unos gusanos tan
llenos de mal olor; y amar una bondad tan buena y una misericordia tan sin tasa.”
(1M1,3).