IV Semana de Pascua
Sabado
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas:
a.- Hch. 13, 44-52: Nos dedicaremos a los gentiles.
La primera reunión había suscitado para el sábado siguiente un gran interés, que
había provocado la predicación de Pablo entre judíos y gentiles: querían
permanecer fieles en la gracia de Dios, es decir, escuchar el evangelio. Los judíos
organizaron la ofensiva con blasfemias contra su palabra. La reacción de Pablo es
sabia y sensata: “Era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la Palabra
de Dios; pero ya que la rechazáis y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida
eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles. Pues así nos lo ordenó el Señor: Te
he puesto como la luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la
tierra” (vv. 46-47). La intención de Pablo era buena, llevar a sus propios hermanos
la fe en Jesucristo, como cumplimiento perfecto de todo cuanto se había dicho del
Mesías en las Escrituras del AT. El mismo rechazo que recibió Cristo Jesús, no
aceptaron su palabra, serán entonces los gentiles quienes se verán beneficiados, si
aceptan la fe (vv. 48-49; cfr. Lc. 4, 14-30). Aquí se ve como la mano de Dios
acompaña la evangelización de los pueblos, en esa visión de cómo se construye la
historia de la salvación, donde el aporte del hombre de fe, es fundamental. El
ataque de los judíos, no se dejó esperar porque incitaron a hombres y mujeres
piadosos contra Pablo y Bernabé hasta expulsarlos de su territorio (vv. 50-51).
Ante el rechazo los apóstoles se vuelven hacia los gentiles inspirados en el profeta
que había anunciado: serás luz para los gentiles (Is. 49,6). Texto que los judíos
habían interpretado como el futuro de Israel, ahora son los cristianos los herederos
de dichas promesas (cfr. Lc. 2, 32). Pero lo más importante, después del anuncio
del kerigma es que desde dentro los animaba el Espíritu de Dios: “Los discípulos
quedaron llenos de gozo y del Espíritu Santo” (v. 52). Toda evangelizaci￳n necesita
al Espíritu Santo que anime a los misioneros y evangelizadores para que
verdaderamente sea proclamado el kerigma, al igual que los apóstoles Pedro,
Pablo, Esteban, olvidar esto, es sembrar sin la simiente de la fe: la unción del
Espíritu.
b.- Jn. 14, 7-14: Quien me ve a mí ve al Padre.
El Señor Jesús habla con frecuencia de su relación con el Padre, en el evangelio de
Juan, de una uni￳n exclusiva, de ser su Enviado. “Si me conocéis a mí, conoceréis
también a mí Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto” (v. 7). Pero es
Felipe quien quiere un cara a cara con Dios Padre: “Se￱or, muéstranos al Padre y
nos basta” (v. 8). Al Padre nadie lo había visto, no es su costumbre o modo de
presentarse así al hombre, sino a través de su Palabra. La petición está fuera de
lugar en Juan, puesto que para ver y creer hay que conocer, el más perfecto
conocimiento se obtiene, por medio del Hijo, obediente al Padre; Jesús realiza el
proyecto que su Padre le encomendó, manifestar el amor que tiene por el hombre.
Siguiendo esta lógica, a mayor conocimiento y cercanía con Jesús, se da un mayor
conocimiento del Padre; Felipe debió descubrir la relación entre el Hijo y su Padre.
Estar en el Otro, sólo se consigue por medio del amor, por una identificación, un
mismo pensar, sentir y obrar; sólo de esta manera Jesús está en el Padre y el
Padre en Jesús. Obediencia y misión vividas en la propia vida, hacen que Jesús se
identifique en todo con su Padre; y el Padre está en Jesús, porque por medio de ÉL,
lleva cabo la obra de la salvación o redención, se da a conocer, se comunica al
creyente. Sólo desde la fe, se comprende y vislumbra esta realidad, por eso la
respuesta a Felipe comienza: “¿No crees que yo estoy en el Padre y Padre en mí?”
(v.10). Esto es lo que los discípulos deben creer firmemente; lo mismo dígase de
los cristianos por su unión con Cristo, están más cerca del Padre. Ahora bien, si el
Padre está en los cristianos, debe obrar también en él como lo hizo con Cristo
Jesús. Puede hacer obras mayores en el tiempo de la Iglesia, porque Jesús subió al
Padre. La tarea de los creyentes será llevar la salvación a todos los hombres, a
todas las generaciones. Que importante será entonces, dejar obrar al Padre, por
medio del Espíritu de su Hijo en nuestra vida, hacer las mismas obras que hizo el
Hijo, por la salvación de los hombres hoy. La oración deberá ser la tierra fecunda
desde donde germine este conocimiento amoroso del plan de salvación que el
Padre, obra por el Hijo en el Espíritu Santo en la vida de cada discípulo de Cristo en
su Iglesia.
Teresa de Jesús, comenta la oración que nos enseñó Jesús. "Padre nuestro que
estás en los cielos". ¡Oh Señor mío, cómo parecéis Padre de tal Hijo y cómo parece
vuestro Hijo hijo de tal Padre! ¡Bendito seáis por siempre jamás! ¿No fuera al fin de
la oración esta merced, Señor, tan grande? En comenzando, nos henchís las manos
y hacéis tan gran merced que sería harto bien henchirse el entendimiento para
ocupar de manera la voluntad que no pudiese hablar palabra. ¡Oh, qué bien venía
aquí, hijas, contemplación perfecta! ¡Oh, con cuánta razón se entraría el alma en sí
para poder mejor subir sobre sí misma (2) a que le diese este santo Hijo a entender
qué cosa es el lugar adonde dice que está su Padre, que es en los cielos! Salgamos
de la tierra, hijas mías, que tal merced como ésta no es razón se tenga en tan
poco, que después que entendamos cuán grande es nos quedemos en la tierra” (CV
27, 1)..