IV Semana de Pascua
Jueves
Jesús, buen pastor, nos hace ver qué es ser persona, y cómo en la Iglesia
se realiza la misericordia del Señor en la historia.
«En verdad, en verdad os digo: no es el siervo más que su
señor ni el enviado más que quien le envió. Si comprendéis esto y lo
hacéis seréis bienaventurados. No lo digo por todos vosotros: yo sé
a quiénes elegí; sino para que se cumpla la Escritura: El que come
mi pan levantó contra mí su calcañal: Os lo digo desde ahora, antes
de que suceda, para que cuando ocurra creáis que yo soy En verdad,
en verdad, os digo: quien recibe al que yo envíe, a mime recibe, y
quien a mime recibe, recibe al que me ha enviado.» (Juan 13, 16-20)
1. A partir de hoy, y hasta el final de la Pascua, leemos en el
Evangelio los capítulos que Juan dedica a la última Cena de Jesús con sus
discípulos. “Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el
enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo
cumplís”. Esta es la «bienaventuranza nueva», que nos enseñas pocos
minutos antes del mandamiento nuevo: es la bienaventuranza del servicio.
Bienaventurado el que sirve a los demás -vienes a decir- porque de él
es el Reino de los Cielos. Si comprendéis que servir es la reacción propia del
ser espiritual -porque es lo propio de Dios- y lo hacéis, seréis
bienaventurados. Por eso también el servicio es propio de los ángeles,
especialmente de cada ángel de la guarda, de mi ángel custodio. Que le
sepa pedir muchos favores, porque él está para servirme a mí y,
sirviéndome, es bienaventurado, esto es, feliz. Para servir a los demás no
tengo que hacer, necesariamente, cosas extraordinarias. No sirve más el
que se va más lejos, sino el que más pone el corazón en los que le rodean
(Pablo Cardona). «El artesano, el soldado, el labrador; el comerciante,
todos sin excepción contribuyen al bien común y al provecho del prójimo
(...). El que sólo vive para sí y desprecia a los demás, es un ser inútil, no es
hombre, no pertenece a nuestro linaje» (San Juan Crisóstomo).
Jesús, si no aprendo a servir, no sólo soy mal cristiano, sino también
menos persona.
No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he
elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan
ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que
suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en
verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien
me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado ”. Como ya
celebramos el jueves santo con el Lavatorio de los pies, con este signo
quiere Jesús hablarnos de cómo hemos de servirnos si queremos seguirle a
Él, que no ha venido a ser servido sino a servir: el «haced esto» en
memoria mía también se aplica al servicio. Todo esto tiene que ver con la
felicidad, armonía de la vida, basada en el amor y la sal de la cruz… como
expresión del amor.
Pero aún hay que dar otro paso, pues la voluntad tiende al bien pero
el bien supremo es el amor. Es más, el hombre –imagen de Dios, que es
amor- se realiza cuando –como el modelo de su ejemplar- vive de amor,
reconoce el amor y se dedica a amar, la felicidad es propia de un corazón
enamorado, del que sabe querer. En definitiva, para ser buenos no hay que
hacer cosas bien en un sentido de moral de obligación, sino que se han de
unir las dos cosas: el bien y el amor. Porque ella es siempre la consecuencia
-¡no buscada!- de la propia perfección, de la propia bondad. Y para ser
buenos, hay que olvidarse por completo de uno mismo y querer procurar el
bien de los demás, recuerda Tomás Melendo: “hay que aprender a amar.
Únicamente entonces, cuando la desestimemos plenamente, nos
sobrevendrá, como un regalo, como un don inesperado, la felicidad. El
amor, s￳lo el amor, engendra la dicha”.
El gozo se alcanza siempre al tener lo bueno que se buscaba, y así
desde el placer, que es el gozo más sensible, hasta el éxtasis –salir de uno
mismo- que es el más sublime. En todos los casos, es siempre consecuencia
de tender a lo que se ve como bueno y cuando se busca el gozo en sí
mismo se aborta.
El goce de la felicidad es consecuencia del amor, señal de plenitud en
la realización personal…, la donación amorosa. El hombre bueno es quien
hace el bien a los demás, y el hombre malo el que es egoísta y perjudica a
los demás, pero entonces se autodestruye pues renuncia a ser hombre.
Pero el mal no tiene la última palabra, existe el perdón: pues el amor es
fecundo y tiene frutos, hijos: la fecundidad del amor es su hijo, que es el
perdón. Como fruto del amor viene la misericordia, que mueve a perdonar
todo, y entonces es verdad que “amar es no tener que decir nunca lo
siento”, pues está el perd￳n “englobado” en el amor, metido dentro de él
como al “ba￱o maría”.
2. Desde ahora, los Hechos de los Apóstoles relatarán la misión de
Pablo y de Bernabé: “En aquellos días, Pablo y sus compañeros se
hicieron a la mar en Pafos; llegaron a Perge de Panfilia, y allí Juan
Marcos los dejó y volvió a Jerusalén”. Vemos aquí que a Marcos le faltó
el ánimo y abandonó la misión apostólica. Esto provocó también la
separación de Pablo, que ya no lo quiere con él, y Bernabé, que lo toma
consigo: “Pablo más severo y Bernabé más benigno, cada uno mantiene su
punto de vista. La discusión manifiesta un tanto la fragilidad humana” (San
Jer￳nimo). Sin embargo, luego Pablo lo tendrá con él y dirá que le es “muy
útil para el ministerio” (2 Tim 4,11). Las circunstancias, las personas,
cambian; por eso, que no tengamos listas de agravios, que seamos
humildes, que no demos vueltas a las cosas. Además, tenemos defectos
pero podemos querernos con ellos, así como Dios nos quiere con nuestros
defectos.
“Desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia, y el sábado
entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Acabada la lectura de la
ley y los profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron decir:
“Hermanos, si tenéis alguna exhortación que hacer al pueblo,
hablad” . Entonces se levantó Pablo, y haciendo señal de silencio con la
mano, les dijo: “ Israelitas y cuantos temen a Dios, escuchadme: El
Dios del pueblo de Israel eligió a nuestros padres, engrandeció al
pueblo cuando éste vivía como forastero en Egipto, lo sacó de allí
con todo su poder, lo alimentó en el desierto durante cuarenta años,
aniquiló siete tribus del país de Canaán y dio el territorio de ellas en
posesión a Israel por cuatrocientos cincuenta años. Posteriormente
les dio jueces, hasta el tiempo del profeta Samuel. Pidieron luego un
rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, que
reinó cuarenta años. Después destituyó a Saúl y les dio por rey a
David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé,
hombre según mi corazón, quien realizará todos mis designios . Del
linaje de David, conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel
un salvador, Jesús. Juan preparó su venida, predicando a todo el
pueblo de Israel un bautismo de penitencia, y hacia el final de su
vida, Juan decía: ‘ Yo no soy el que vosotros pensáis. Después de mí
viene uno a quien no merezco desatarle las sandalias’ (13, 13-25).
3. El Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha dado un Salvador.
Jesús, hijo de David, tiene un trono eterno, vence a los enemigos y
extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia. Él es el Ungido
que recibe una descendencia perpetua: los hijos de la Iglesia que se
perpetuará en la Jerusalén celeste. Con el Salmo (88 , 2-3.21-22.25.27)
cantamos la fidelidad y la misericordia del Señor, liberador, el Redentor. La
alianza que hace con nosotros es para siempre, y aunque nosotros fallemos
Él es fiel a sus promesas, por eso cantamos: “Proclamaré sin cesar la
misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna,
pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más
firme que los cielos. He encontrado a David, mi servidor, y con mi
aceite santo lo he ungido. Lo sostendrá mi mano y le dará mi brazo
fortaleza. Contará con mi amor y mi lealtad y su poder aumentará
en mi nombre. El me podrá decir: ‘ Tú eres mi padre, el Dios que me
protege y que me salva’ .
Llucià Pou Sabaté