“Nadie va al Padre, sino por mí.”
Jn 14, 1-6
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
“NO SE INQUIETEN. CREAN EN DIOS Y CREAN TAMBIÉN EN MÍ.
Jesús también me dice a mí hoy: “No te inquietes”. Tú sabías, Señor, que
también había de llegar para mí el momento de la inquietud y la turbación. Para
mí y para tantos otros como yo. ¿Cómo es posible que haya tantos odios y
venganzas? ¿Tanta corrupción e indiferencia? ¿Tanta hambre de dinero y de
poder? ¿Tanta violencia y tanta prepotencia? Fíjate cómo nuestras ciudades se
han vuelto semejantes a Sodoma y Gomorra: ¿cómo es posible no sentirse
inquieto?
Jesús responde a mi inquietud asegurándome que “también hay un lugar para
mí” allí donde está él, un lugar preparado para quien, a pesar de la inquietud,
persevera con él en las pruebas y en la tormenta. Y es que, en definitiva,
también en el siglo XXI, sigue siendo él el camino, la verdad y la vida: con él es
cómo podemos y debemos atravesar los ciclones de la avidez y de la sensualidad
sin límites y los vientos gélidos de la injusticia y del cinismo.
Todas las fuerzas que nos desvían, todas las tendencias arrolladoras que nos
exigen estar firmemente aferrados a él.
¿Quieren llevarte por otros caminos? Acuérdate de que él es el camino. ¿Quieren
indicarte soluciones más adelantadas, más dignas del nuevo milenio? Acuérdate
de que él es la verdad. ¿Quieren enseñarte cómo vivir de un modo más intenso y
libre? Acuérdate de que él es la vida. Acuérdate de que con él puedes iniciar una
reconstrucción no ilusoria, aunque no fácil.
ORACION
Sostén, Señor, mi corazón vacilante; tú mismo ves lo difícil que es no quedar
preso del asombro en este mundo que parece haber olvidado incluso que has
venido a nosotros. Tú mismo estás viendo cómo estamos destruyendo, en unos
pocos decenios, un patrimonio espiritual acumulado durante siglos mediante un
tenaz trabajo misionero y pastoral. Tú mismo estás viendo cómo envejecen tus
fieles, sin que lleguen demasiados refuerzos, cómo disminuye la práctica religiosa
y el número de vocaciones, cómo se disgrega la familia, cómo son considerados
tus fieles con cierta suficiencia.
Sostén, Señor, mi fe vacilante, porque no quiero abandonarte a ti, que eres todo
para mí. Sostén está débil esperanza mía, que quisiera ver el nuevo milenio
iluminado por tu verdad. Sostén la cada vez menos vívida llama del amor por mis
hermanos, a los que quisiera hacer el supremo regalo de dar testimonio de ti
como el único que pone en contacto con el Dios vivo y verdadero.
Haz que las palabras que dijiste a Tomás venzan todo mi desánimo y triunfen
sobre mi debilidad. Porque estoy seguro de que eres tú quien tiene la última
palabra: “A ti, Señor, me acojo; no quede yo avergonzado para siempre” (cf. Sal
71,1).