V Domingo de Pascua, Ciclo C
Un mandamiento nuevo
El evangelio de este domingo pascual proclama la novedad radical del amor
cristiano, pues su origen y su fundamento están en el amor de Jesús, el cual llevó
su amor a los hermanos hasta su expresión máxima al dar la vida por todos en la
cruz, cuando fue injustamente asesinado por los que ostentaban el poder en su
época. Traicionado por Judas y abandonado por los discípulos, acusado por los
grupos religiosos y condenado por el poder civil y religioso, Jesús vive todo este
proceso de sufrimiento propiciado por los seres humanos de una manera nueva. No
hay nada ni nadie que le haga desistir de su proyecto de vida en el amor que, con
la fuerza del Espíritu, ha llenado toda su vida y que concluye en la Hora decisiva de
la muerte. Esta Hora no se presenta ya en el evangelio de Juan como un momento
trágico, sino como la consumación del amor hasta el final. Glorificar y amar son los
verbos claves y repetidos en el fragmento evangélico de este domingo. El amor de
Cristo ha convertido su muerte en cruz en un acontecimiento de gloria. Y por eso
es la hora de la glorificación, la del Padre en el Hijo y la del Hijo en el Padre, la
glorificación de Dios en el Hombre y la del Hombre en Dios (Jn 13,31-35), pues un
amor de estas características es lo que ningún ojo vio jamás ni ningún oído oyó, es
un amor tan novedoso en la historia humana que marca el comienzo de una nueva
historia orientada de manera irreversible hacia un final casi inimaginable pero
maravillosamente real, y que en el género apocalíptico se describe como la boda de
la nueva Jerusalén, la humanidad redimida, con Dios su esposo, en un cielo nuevo y
una tierra nueva (Ap 21,1-5).
La lógica de Jesús fundamenta el mandamiento nuevo en su propia experiencia. El
Evangelio consiste en el anuncio de que Dios nos amó primero, como más adelante
dirá Jesús: “Como el Padre me amó, así también yo os amé, permaneced en mi
amor” (Jn 15,9). Y este anuncio de gracia divina está patente en el amor
consumado hasta la muerte en la persona de Cristo y es el origen de todo amor
porque Dios es amor. En el texto joánico de este domingo, la triple formulación del
mandamiento del amor dado por Jesús a sus discípulos, como seña de identidad y
de pertenencia a su grupo, nos da también la clave de su novedad, pues en el
corazón del mandato: “que os améis unos a otros,” se encuentra la
expresión: “como yo os he amado” (Jn 13,34), cuyo valor no es meramente
comparativo ni ejemplarizante sino que revela un hecho fundante. El término
polivalente “como” es conjunción comparativa y causal y no significa sólo “a la
manera de”, pues no es un símil ni una comparación, sino que remite al amor como
fundamento y causa de todo lo que dice posteriormente.
Jesús nos ha amado hasta el final (en griego, eis telos: Jn 15,13), es decir,
totalmente y hasta el último suspiro. Por eso en la cruz, según Juan, Jesús dice una
palabra recapituladora de toda su vida y de su muerte, que en griego suena casi
igual y tiene la misma raíz: “tetelesthai”, es decir, “está cumplido” (Jn 19,30). Y
entonces Jesús entrega su Espíritu que es la fuente del amor. Es como la firma del
evangelio de la gloria en la Hora definitiva del gran Amor consumado. De ese amor
nace el mandato, precedido de la experiencia que lo fundamenta y lo sustenta. El
amor de Jesús es fundamento, sobre el que se asienta la novedad del amor
cristiano, es un amor hasta dar la vida y la palabra que lo anuncia es también
eficiente (o performante, como se diría actualmente según las categorías
lingüísticas de Austin), pues transmite a los discípulos la fuerza que él lleva consigo
capacitándolos para vivir de igual modo este tipo de amor, cuya altura es
verdaderamente divina.
Este amor de Jesús consiste en desvivirse por los demás y en exponer la vida a
favor de los otros, tal como él hizo en la cruz. Ése es el amor que revela al Padre, y
que constituye la alegría en plenitud para la vida humana. Por eso ese amor es la
glorificación de Dios y del Hijo del Hombre, de lo humano y lo divino. El amor de
Jesús ha quedado patente a lo largo de su vida, pero, en el proceso de su muerte
injusta, tal como él la afrontó y vivió, hay mucho más que un asesinato. En este
tipo de muerte se consumó el amor más grande de la historia humana, el que
consiste en dar la vida por los demás, por los amigos y por los enemigos, por los
justos y los injustos, por los pobres y por los pecadores.
El evangelista Juan proclama la glorificación del Hijo del Hombre en la Hora clave
de la historia mediante la transformación de la muerte en vida. Es la hora de la
pasión en el amor, la hora del grano de trigo, la de Jesús, que anuncia su muerte,
dándole un sentido totalmente positivo, pues, como había dicho anteriormente,
cuando Él sea levantado de la tierra, tirará de todos hacia Dios (cf. Jn 12,32-33).
Aquella era la hora de la gloria y de la vida a través de la muerte. En su muerte se
consuma un amor sin límites, un amor a fondo perdido, un amor que todo lo
perdona, que todo lo espera, que todo lo aguanta, que todo lo cree (cf. 1 Cor 13,7).
Es el amor que no pasa nunca, porque es eterno. Es el amor de quien nos amó
hasta el fin y en ese amor inmenso, misericordioso y bueno está Dios, porque es
Dios mismo. Ese amor es el que hace nuevas todas las cosas (Ap 21,1-5). Y ese
amor se consuma entre el cielo y la tierra en el Jesús de la cruz. Él nos capacita por
su sacrificio redentor, por la acción de su Espíritu y con su ejemplo para que todos
nosotros cumplamos también nuestra misión como discípulos y discípulas que
hacen visible ese nuevo Amor. En virtud de ese amor y gracias a él se hace posible
la novedad del mandato: “que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Feliz domingo de Pascua
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura