Al toma, todo mundo se asoma, al daca, todo mundo se escapa
Domingo 6º.Pascua 2013 C
¿Qué pasaba por la mente de Cristo en la última cena, una vez que Judas se había
retirado a cumplir con aquella sobrecogedora misión que él mismo se había
impuesto, de entregarlo a sus enemigos? Me imagino a Cristo recargado en la
pared, rememorando tantos acontecimientos que había vivido con esas gentes que
le rodeaban, tan generosos de haber dejado todo para seguirle, pero tan cerrados
de inteligencia, que aún entonces no habían captado la totalidad del mensaje que él
traía para todos los hombres. Pensaría en aquél momento en que el demonio había
intentado apartarlo de su camino de humildad, de entrega y de generosidad, que
luego se fue repitiendo cuando los hombres, sus contemporáneos, sus paisanos e
incluso sus mismos apóstoles habían tratado de disuadirlo de su entrega en la cruz
para salvación de todos los hombres.
Por eso, en ese momento, Cristo desbordaba alegría y mucho amor. Hacía un
momento les había dado por primera vez a comer su propio Cuerpo y a beber su
propia Sangre, tal como se los había anunciado y hacía un poco más les había
lavado los pies, con escándalo de Pedro el discípulo generoso pero irreflexivo. Si
nada ni nadie había podido apartarlo del amor de su Buen Padre Dios, si toda su
vida había sido una entrega generosa a la voluntad de su Padre, y si estaba a punto
de lograr restablecer los planes originales de salvación, cómo no iba a estar alegre
y confiado en que su Padre lo glorificaría y lo haría volver para estar de una vez por
todas con los suyos, los que el Padre Celestial le había confiado. ¡Se quedaría para
siempre con los suyos! Y eso alegraba sobremanera su corazón. Estaba a punto de
lograr la meta de su corazón: amar a todos los hombres, porque por ellos iba a
entregar toda su vida.
Y por eso mismo, pedía una respuesta en la misma línea: si les amaba, deseaba
que los hombres tuvieran una respuesta de amor: “ El que me ama, cumplirá mi
palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra
morada ”. ¡Qué gran revelación la de Cristo para los que vamos de camino!
Podremos ser morada de Dios, Dios quiere habitar entre nosotros, ser parte
nuestra, la más importante, la más noble. ¿Quién lo hubiera pensado, nosotros,
pobres mortales, sagrario de lo más noble que puede haber en el mundo, la misma
presencia de Dios en nuestros propios corazones? Pero no es una ilusión, no es una
quimera, algo irrealizable. Ese amor del Señor nuestro Dios es una realidad, vive en
nuestros corazones. Sin embargo, Cristo es muy realista, no quiere dejar las cosas
a medias y decirnos medias verdades. Para que esa presencia de Dios en nosotros
se haga realidad, Cristo pone sus condiciones, o mejor una sola: Que respondamos
con amor al amor que él nos ha tenido, empeñados entonces por ese mismo amor,
en hacer su voluntad entre los hombres, para envolvernos en la capa de la paz, de
la justicia y de la entrega fraterna.
Hoy mismo, entonces, podemos hacer efectiva esa presencia de Cristo entre
nosotros, acompañado por el Padre y el Espíritu Santo que enlaza nuestros
corazones en un solo amor, el amor de la Trinidad hecho vida en nuestras vidas.
Por eso, cada que somos capaces de perdonar, al que nos lastima, al que se burla
de nosotros, al que nos sorprende con su incomprensión, estamos haciendo
presente al Padre en nuestros corazones. Cada vez que somos capaces de
compartir nuestro pan y nuestra vida, hacemos presente al Espíritu de Amor, y
cada vez que nos interesamos por los más pequeños, cada vez que aceptamos a
esa vida latente en el seno de la mujer, estamos haciendo presente a Cristo. Y cada
vez que somos capaces de unir nuestras voces a los de los que claman por la
justicia, por la verdad y por la paz, estamos haciendo presente el amor de la
Trinidad entre nosotros. ¿Qué esperamos entonces, para hacer realidad la
presencia de Dios en nuestro propio corazón?
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
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