V Domingo de Pascua C
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas:
a.- Hch. 14, 21-27: Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio
de ellos.
El tema central de este domingo es la consolidación de la comunidad cristiana y los
elementos que la constituyen: los creyentes, la vida eterna que nos espera y el
amor que en la comunidad eclesial le da sentido y existencia a todo el quehacer
eclesial. La primera lectura, es otro de los sumarios que Lucas acostumbra a hacer
para decirnos, cómo el Espíritu Santo va abriendo caminos al Evangelio en el
corazón de los paganos, mientras los judíos provocan reacciones contrarias a los
apóstoles. La misión con los gentiles tuvo un comienzo querido por Dios, que obligó
a Pedro a admitir a los gentiles en el seno de la Iglesia. Antioquía con Pablo y
Bernabé comenzaron esta tarea. Vuelven a visitar las comunidades ya
evangelizadas, antes de volver a Antioquía, iglesia madre, para pedirles que
permanezcan en la fe y en la gracia, en definitiva a permanecer en el Señor Jesús
(cfr. Hch. 11, 23.43). Estos tres momentos, describen de modo admirable la vida
cristiana entendido como el hecho de permanecer y profundizar en esa relación con
el Señor Jesús, convertido en Señor de la vida nuestra y la respuesta del creyente
como un servicio a ÉL. Este permanecer, supone sufrimiento para el cristiano, son
tribulaciones y dificultades, que pone el mundo y la cultura de la sociedad en que
se vive. Una manifestación de la consolidación de las comunidades, es la
instauración de los presbíteros (ancianos) en cada una de ellas (cfr. Hch. 11, 30). El
ayuno, la oración y la imposición de las manos formaban parte de la institución de
estos hombres responsables de la comunidad (cfr. Hch. 13, 3; 6, 6). Aparece, lo
que será más tarde uno de los grados del ministerio sacerdotal en la Iglesia.
b.- Ap. 21,1-5: Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.
El apóstol Juan, nos presenta el futuro de la humanidad y de la Iglesia. Contempla
un cielo y una tierra nueva, porque todo lo antiguo ya pasó, Dios hace todo nuevo:
el mar ya no existe, tampoco la muerte, llanto, clamor y dolor, ya no existen más;
tampoco existen más la maldición y ni la noche (cfr. Ap. 21, 1. 4; 22, 3. 5. 11). La
tierra y el cielo son nuevos, Jerusalén también lo es, porque en ella triunfa la vida
sobre la muerte, el orden sobre el caos, la luz sobre las tinieblas. En el Apocalipsis,
Jerusalén es la ciudad santa, se opone a Babilonia, símbolo de la idolatría;
Jerusalén es la ciudad santa, esposa del Cordero. El movimiento del cielo y la tierra,
es de tipo descendente, es la etapa final de la historia, cuando el cielo baja a la
tierra; la salvación y liberación llega finalmente a la tierra. Lo contrario lo
encontramos en Babel, cuando la humanidad quiere construir una ciudad y llegar al
cielo (cfr. Gn. 11,1-9). La Biblia, comienza con una ciudad opresora, soberbia e
idolátrica, y termina con la nueva Jerusalén, la ciudad bajada del cielo a la tierra
(cfr. Ap. 21,2).
c.- Jn. 13, 31-35: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a
otros.
La salida de Judas, en la noche, conduce a una confesión, un grito de triunfo, ha
comenzado la pasión, puesto que Judas, impulsado por Satanás, acaba de salir,
Jesús celebra ya su triunfo, como algo consumado. Las palabras de Jesús están
muy unidas a la salida de Judas (cfr. Jn.13, 30). Es determinante para entregar su
vida, ser levantado, con lo que da a conocer a Dios y atraer hacía Sí a todos los
hombres (cfr. Jn.3,14; 8, 28; 12,32-33). La salida de Judas, conduce a la
proclamación: Ha llegado la hora, en que el Hijo sea levantado, para su
glorificación, y mediante ella, se lleve a cabo la glorificación de Dios (v.31). Cuando
utiliza el evangelista el término, “Hijo del Hombre”, apunta a la crucifixión (cfr.Jn.1,
51; 3,14;6, 27.53; 8,28; 12,23). La glorificación de Jesús, la encontramos en la
Cruz, donde se revelará también la gloria de Dios. El uso, que hace Juan de la
palabra “gloria” referida a la revelación, hace pensar en la gloria de Dios revelada
en el Sinaí, gloria que se hizo visible, ahora es la cruz, el lugar y el espacio, donde
Dios, se revela (cfr.Jn.114; 2,11; 5,44;7,18; 11,4.40; 12,41.43). La salida del
traidor, provoca la proclamación que hace Jesús, que será glorificado, el Hijo del
Hombre, ha llegado la hora; la gloria de Dios se manifestará en la glorificación de
Jesús en la Cruz. Acontecimientos que tendrá lugar inmediatamente. La salida de
Judas, acelera que se pongan en movimientos los acontecimientos prometidos por
Jesús (cfr. Jn.13,18-20), con lo que los apóstoles elegidos y enviados, por Jesús
creerán en Él, como enviado del Padre, su Revelador, su revelación. El gran amor
que Jesús tiene a sus discípulos, el apóstol, lo refleja tiernamente en la forma como
se dirige a ellos: “hijitos” (v.33). Recuerda las palabras dichas a los judíos
anteriormente, que lo buscarán, y no lo encontrarán, todavía estará un tiempo
entre ellos, previendo el arresto violento, con que vendrán los guardias de los
fariseos al Huerto de los Olivos (cfr. Jn.7,33; 18,1-8). Ese momento lleno de
tensión y conflicto, lo buscarán, y no lo encontrarán, los judíos no entienden quién
es Jesús, que retorna al Padre. Lo mismo, les sucederá a los discípulos,
confundidos, pero amados, a pesar de sus fallos, ignorancias, no obstante, siguen
siendo sus discípulos, sus hijitos. La glorificación de Jesús se encuentra unida a su
partida, para los judíos la separación será definitiva, para los discípulos será
momentánea. Jesús les da un mandamiento nuevo, que se corresponde con el don
del ejemplo de amor que les ha dado mientras a estado con ellos, como el lavado
de pies y el bocado compartido, están marcados por el mandamiento nuevo (cfr.
Jn.13,1-30). Tanto el ejemplo como el mandamiento, están muy relacionados con
la exigencia que Jesús hace a sus discípulos de que le sigan en esa entrega de la
vida mediante la muerte. Está implícito en el mandato, que obren con el prójimo
como ÉL había hecho con ellos (cfr. Jn.13,15), que ahora se hace explícito, en el
mandamiento nuevo, de que se amarán uno a otros como Jesús les había amado.
Es un amor singular, como el de Jesús por los suyos, lo que caracterizará a sus
discípulos. En poco tiempo Jesús, no estará con ellos, y éstos no podrán ir donde
está Jesús. En ese tiempo de ausencia, tienen el mandato de hacer presente el
amor de Jesús, haciendo presente su estilo de amar y servir al prójimo. El principio
central, es el mandamiento nuevo del amor, distinto al de la Ley; mandamiento de
la alianza nupcial. Es nuevo porque nace del corazón de Cristo, de su amor, para la
naciente comunidad: “Amaos como Yo os he amado” (cfr. Lev. 19,18; Jn. 2, 1-11;
3, 29; 20, 1-18). Para Juan creer y amar, constituyen todo el quehacer del
cristiano; determinan desde la raíz el núcleo de la existencia cristiana. La historia
de Jesús, es la demostración más clara del amor del Padre por el hombre al
entregarlo a su único Hijo. ÉL a su vez, ha amado al hombre hasta el extremo de
dar lo más suyo la vida y el Espíritu, de ahí que amarse entre sí, es la respuesta al
amor del Padre. Esta nueva capacidad de amar nace de Jesús, es la novedad
radical, nueva creación en la propia vida y un nuevo éxodo. Si bien Jesús se dirige
al grupo de los apóstoles, también es cierto, que el amor de Dios Padre se dirige al
hombre, cada hombre, toda la humanidad (cfr. Jn. 3, 18). Ese amor del Padre
alcanza su plenitud, en la respuesta que cada hombre da a Dios pero pasando por
el prójimo, lo que constituye la comunidad eclesial. Luego, se piensa en los
foráneos es decir, los no cristianos en cuanto se desea que también participen de
ese amor divino. Es impensable el amor al prójimo, si no existe primero en la
comunidad. Sólo la comunión con Jesús, posibilita la adhesión plena para revivir el
misterio pascual en la vida de cada miembro de la comunidad. Esta necesitará de la
muerte de Jesús en Cruz y la venida del Espíritu Santo, para que cada miembro de
la Iglesia alcance su madurez.
Santa Teresa de Jesús: Hablando del amor la Santa nos invita a vivir el amor
fraterno, sin mezcla de egoísmo: “Tornando al amarnos unas a otras, parece cosa
impertinente encomendarlo, porque ¿qué gente hay tan bruta que tratándose
siempre y estando en compañía y no habiendo de tener otras conversaciones ni
otros tratos ni recreaciones con personas de fuera de casa, y creyendo nos ama
Dios y ellas a él pues por Su Majestad lo dejan todo, que no cobre amor? En
especial, que la virtud siempre convida a ser amada; y ésta, con el favor de Dios,
espero en Su Majestad siempre la habrá en las de esta casa. Así que en esto no hay
que encomendar mucho, a mi parecer. En cómo ha de ser este amarse y qué cosa
es amor virtuoso -el que yo deseo haya aquí- y en qué veremos tenemos esta
virtud, que es bien grande, pues nuestro Señor tanto nos la encomendó y tan
encargadamente a sus Apóstoles (Jn.13, 34), de esto querría yo decir ahora un
poquito conforme a mi rudeza. Y si en otros libros tan menudamente lo hallareis, no
toméis nada de mí, que por ventura no sé lo que digo.” (CV 4,10-11).