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EN CAMINO
Domingo del tiempo ordinario, ciclo “C”.
Por Neptalí Díaz Villán CSsR.
- Primera lectura: 2S 12, 7-10.13: ¡Pequé contra el Señor!
- Salmo Responsorial: 31: Dichoso el que está absuelto de su culpa.
- Segunda lectura: Ga 2,16.19-21: vivo yo, pero no soy yo: es Cristo quien vive en mí.
- Evangelio: Lc 7,36-8,3: Tus pecados están perdonados. Vete en paz.
Amor y perdón
Cuando una persona no tiene poder, se muestra más crítica ante los poderosos. Y
más cuando ese poderoso utiliza su situación para explotar, matar y satisfacer sus
peores instintos rastreros. Pero, cuando por alguna circunstancia, esa misma persona
crítica llega al poder, muchas veces cae en eso mismo que tanto criticaba. El poder
corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. David tuvo un origen pobre.
De simple cuidador de ganado pasó a ser monarca de un pueblo que alcanzó con él, el
máximo de su esplendor. Tuvo un poderoso ejército y dominó otros pueblos vecinos a
los que cobró tributo y con los que se comportó como un tirano.
Borracho con el poder y enceguecido por su instinto sexual no controlado hacia la
esposa de uno de sus amigos y generales más leales, hizo que éste muriera en una batalla
contra los amonitas, para tapar su culpa y quedarse con la mujer de su amigo que ya
estaba embarazada.
En medio de su tiranía mostraba una aparente justicia. La parábola que antecede al
fragmento que leemos del segundo libro de Samuel, lo deja ver claramente: “‘Había en
una ciudad dos hombres: uno era rico y el otro, pobre. El rico tenía mucho ganado mayor y menor; el
pobre, en cambio, sólo tenía una oveja que había comprado. La alimentaba, crecía a su lado junto con
sus hijos, comía de su pan, tomaba de su copa y dormía en su regazo; era para él como una hija. Un
día el rico recibió a una visita. Como no quería sacrificar ningún animal de su ganado para preparar
una cena al que acababa de llegar, robó la oveja del pobre y se la preparó a su visita’. David se enojó
mucho con ese hombre y dijo a Natán: ‘Por Yahvé que vive, el hombre que hizo eso merece la muerte.
Devolverá cuatro veces más por la oveja, por haber actuado así sin ninguna compasión’” . (2Sam
12,1b-6).
Pero Cuando Natán le dijo: “Tú eres ese hombre rico”, le recordó su origen y todo
el proceso para llegar a ser rey, entones no se aplicó a sí mismo el castigo severo que
había pedido para el hombre rico de la parábola.
Nos corresponde a nosotros hoy revisar si también juzgamos con mucha facilidad
a los demás, pero con nosotros mismos y con nuestros propios intereses nos
mostramos benévolos. Esto no es sólo en cuestiones de poder sino en la vida práctica
con nuestro trabajo, en nuestras relaciones interpersonales, en todo.
Necesitamos hacer el esfuerzo para ser muy coherentes y orar mucho para que el
Padre Dios nos dé la gracia de obrar con justicia y amor misericordioso.
En la evangelización, Pablo hizo un gran esfuerzo para hacer creíble a los judíos el
camino de Jesús. Algunos aceptaron y la mayoría se quedó en el judaísmo. Amplió el
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horizonte y se fue a los no judíos, a quienes de igual manera les comunicó la Buena
Noticia de Jesús el Cristo, y algunos abrazaron la fe.
Ya dentro de las comunidades, como sucedió en el contexto de la segunda lectura
de hoy, se enfrentó a los de mentalidad judaizante que seguían pegados a la Ley como
exigencia para participar en la comunidad cristiana. El cumplimiento estricto de la Ley
no tiene la capacidad para transformar al ser humano. La propuesta de Jesús que tanto
anuncia Pablo es obrar, no a partir del miedo al castigo de Dios (en el caso de los
judíos) o de los dioses (en el caso de los no judíos), sino a partir del Amor
misericordioso del Padre. Camino que nos enseñó Jesús con su palabra y con su obra.
Quienes seguían los preceptos de la Ley judía con suma estrictez (los fariseos), así
como quienes intentamos seguir a Jesús más de cerca, corremos el riesgo de caer en
uno de los pecados más sutiles y más graves: creernos santos y con la autoridad para
juzgar y rechazar a aquellos que consideramos pecadores. Lo mismo que le sucedió a
David (2Sam 12,1ss).
El fariseo Simón había invitado al maestro Jesús, aunque no fue muy cortés, según
la tradición judía y las costumbres romanas introducidas con la colonización (como era
la de comer recostados). Todo marchaba con suma rigidez; no había espacio para la
espontaneidad y el compartir fraterno del que tanto disfrutaba Jesús.
El fariseo estaba muy seguro de sí mismo y de su dignidad, fruto de su
cumplimento estricto de la Ley. Había invitado a Jesús a su casa, pero su orgullo
religioso no le permitía reconocer la nueva forma de vivir la relación con Dios que
proponía el hombre de Nazaret. Estaba muy prevenido y pendiente de cualquier caída
para refutarle. Con mucha frecuencia los más difíciles para convertir son los
“convertidos”.
De pronto, una mujer rompió el protocolo. No se dice su nombre; sólo se dice que
era conocida como pecadora. Esta atrevida mujer pecadora no sólo quebrantó las
tradiciones del glamour judío-romano, sino que infringió la ley de lo puro y lo impuro al
entrar a la casa de un fariseo (fariseo significa puro). Para el arrogante fariseo las cosas
estaban muy claras: Jesús no era un maestro respetable, menos un profeta: “Si éste fuera
profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando, y lo que es: una pecadora”. (Lc 7,39b).
El maestro Jesús utilizó un recurso propio de los sabios orientales, conocido como
la mayéutica socrática, la cual busca inducir al discípulo por medio de preguntas para
que éste saque por sí mismo su propia conclusión y enseñanza. Le contó la parábola de
los dos personajes endeudados con un prestamista, para ayudarle a comprender que el
más pecador era él que se creía puro, y no la mujer que sufría su propia vida y la
discriminación de la religión.
Con seguridad, la mujer no se hubiera acercado a Jesús como lo hizo, si no hubiese
visto en Él a una persona distinta. El miedo que le inspiraba el correcto fariseo se
opacó ante la confianza, el respeto y el amor de Dios que reflejaba Jesús. No se acercó
con la galantería y sensualidad como solía hacerlo con sus clientes, para darles un poco
de su amor y mucho de su amargura, y así recibir unas cuantas monedas para sobrevivir.
Ese hombre la atraía poderosamente, no precisamente para hacer lo que hacía con
todos los hombres que la buscaban y con los cuales su vida se tornaba cada día más
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vacía de sentido, sino porque Él podía darle lo que nadie le podía ofrecer: El Amor
misericordioso del Padre Dios y el perdón generoso, que brotaban de su corazón.
En un impulso de amor, libertad y generosidad fue y compró un perfume con sus
ahorros, producto de su “trabajo pecaminoso”. Adiós, Ley religiosa y adiós, fríos
protocolos. Sin pensarlo dos veces entró a la sala, se postró a los pies de Jesús y lloró
para sacar toda la amargura que carcomía su corazón y el rechazo que recibía de los
hombres puros. En Jesús no buscó su genitalidad, buscó sus pies como signo de
humildad, deseo de cambiar su vida y seguir sus pasos.
Una vez más, vemos que la Ley no tiene la capacidad para transformar y salvar a
las personas. Que sólo el amor de Dios Padre revelado en Jesús nos da la verdadera
libertad y la vida eterna. Que las personas, aunque muchas veces vivamos en la
oscuridad, en la fe de Jesús encontramos una nueva y definitiva oportunidad para
salvarnos: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.
Jesús le devolvió la paz y la dignidad humana perdidas, no sólo por su forma de
vida sino por la manera inhumana como la trataban quienes se jactaban de ser justos.
Jesús le regaló la alegría, las ganas de vivir y la capacidad de amar con verdadera
libertad, es decir, la perdonó. Eso es perdonar: donar paz, donar vida, alegría, amor y
esperanza. Eso no lo comprendieron los “puros” que cuestionaron la capacidad de
Jesús para perdonar. Lo comprendieron mejor las mujeres que se convirtieron en sus
discípulas: “María Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cuza,
administrador de Herodes; Susana, y varias otras que lo atendían con sus propios recursos” (Lc 8,2b-
3).
Los verbos usados para describir esta acción de las mujeres tanto en Marcos
como en Lucas son akolutein “seguir” y diakonein “servir”. El verbo primero caracteriza
siempre el discipulado: caminar detrás de, significa seguirle, teniendo una plena
comunión con él y entre sí. El verbo diakonein confirma esto porque en este contexto
significa la relación de las personas discípulas entre sí, de ellas con Jesús y de Jesús con
ellas (Mc 10, 42,459). Esta relación es de servicio tanto en lo que se refiere al trabajo
doméstico de las mesas, como a la predicación y a la organización de las comunidades.
Vemos claramente que Jesús tuvo discípulos y discípulas. “Al admitir mujeres en el
discipulado, hizo algo que era muy provocador para los contemporáneos. Tener discípulas habría sido
inconcebible para el rabinato judío. Hasta para el servicio divino en las sinagogas se echaba mano
únicamente de varones. La mujer no leía el libro de la Torá. No participaba en el banquete Pascual, le
estaba vedado pronunciar la oración del ‘Shema. El precepto del Sábado no se aplicaba estrictamente a
las mujeres. No era cosa obvia impartir enseñanza religiosa a las mujeres. Cuando Jesús admite
discípulas, quiere aliviar el puesto que ocupaba en la sociedad la mujer oprimida y se propone contribuir
a que se restituya a la mujer su dignidad humana”. 1
El texto de Lucas 8,1s, no se refiere únicamente al trabajo de mujeres como
servir la mesa. “Se refiere a todas las personas en el seguimiento de Jesús: todas las personas son
diaconisas (servidoras) unas de otras, en postura de humildad. Aquí no hay ninguna distinción entre el
1 GNILKA, Joachim. Jesús de Nazareth. Barcelona, 1.993. Pág. 226.
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servicio de las mujeres y la función de los hombres, como se acostumbra a hacer en la exégesis
tradicional” . 2
¿En qué Dios creemos nosotros? ¿En el Dios que da una Ley a los hombres para
que la cumplan al pie de la l etra o en el Dios Padre de misericordia que se reveló en
Jesús de Nazaret? ¿Nuestro camino de fe se reduce a cumplir unas normas? o ¿de
verdad hemos experimentado el amor y perdón de Dios ofrecido por Jesús? ¿Vivimos
el sacramento del perdón como un moment o temible y condenatorio o como una
experiencia renovadora, amable y gozosa que nos devuelve la paz, la alegría y las ganas
vivir y de amar con libertad?
Veamos cómo la fe vivida al estilo fariseo es un obstáculo para alcanzar la
salvación que Dios ofrece gratuitamente. Veamos que la religión ha hecho del fariseo
un hombre excluidor, engreído, prepotente, orgulloso, autosuficiente y con ínfulas de
perfección. Su fe no lo ha salvado, su fe no ha sido camino de salvación, su fe, por el
contrario, ha cerrado la salvación para él mismo y para las demás personas. La fe vivida
por la mujer sí es camino de salvación. Ojalá que vivamos nuestra fe como la propone
el Evangelio, ojalá que también podamos escuchar en lo profundo de nuestras almas las
mismas palabras de Jesús a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.
Oración
Gracias, Padre, por esta Palabra de vida, de perdón y de salvación. Gracias por esta
experiencia maravillosa que nos cuestiona, nos sacude y nos invita a vivir a plenitud el
camino de fe propuesto por Jesús.
Reconocemos que hemos tenido las actitudes de David y del fariseo Simón.
Reconocemos que algunas veces hemos juzgado con severidad a los demás, pero para
nosotros mismos hemos pedido benevolencia y, en el colmo, hemos inventado excusas
para no asumir nuestros errores. Reconocemos que en nuestras comunidades se ven
manifestaciones de fariseísmo cuando se chismosea, se murmura, se juzga, se condena,
se excluye… Por eso pedimos la acción de tu gracia para que arranque de nuestros
corazones todo tipo de fariseísmo. Perdónanos, danos tu paz, purifica nuestra fe para
que sea como la de Jesús.
Señor Jesús, hoy también queremos postrarnos a tus pies. Queremos rendirle el
homenaje de una fe humilde, sencilla y robusta para seguirte con sinceridad y decisión.
Como la mujer pecadora, a tus pies reconocemos nuestros malos pasos, nuestras
equivocaciones, nuestros sufrimientos, nuestra necesidad de perdón y de una nueva
oportunidad para vivir mejor y ser felices… A tus pies dejamos todo lo que nos hace
sufrir, todo lo que nos duele y abrimos nuestro corazón para recibir tu paz y tu
perdón… A tus pies ponemos también toda nuestra esperanza, todas nuestras metas,
deseos e ilusiones… A tus pies ponemos nuestro anhelo de caminar y trabajar contigo
en el anuncio comprometido de la Buena Noticia del Reino de Dios y su justicia. Que la
2 RICHTER REIMER, Ivoni. Recordar, transmitir, actuar. Mujeres en los comienzos del cristianismo. En:
RIBLA 22. (1996) Pág. 50.
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luz de tu Espíritu nos conduzca siempre para que seamos testigos vivos de la salvación
que Tú nos das. Amén.