Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Prohibido prohibir
Fue el slogan de las protestas nacidas en el 68 y que por desgracia continúan vigentes en
nuestra sociedad permisiva que busca liberarse de todo orden moral objetivo, y esto se
manifiesta de un modo evidente en el ámbito de la sexualidad, donde se ha roto el
vínculo entre sexualidad y maternidad, entre sexualidad y responsabilidad, entre
sexualidad y trascendencia.
Permisivismo significa en sentido amplio rechazo de las normas morales, crítica de las
estructuras y justificación de actitudes violentas como puede ser la difamación, las
amenazas, el terrorismo. Este es el panorama que contemplamos diariamente
comenzando en el seno de la familia donde los hijos se emancipan de la autoridad de los
padres sin que éstos hagan nada cuando los ven emborracharse, drogarse o andar de
libertinos; en el colegio, donde la autoridad de los profesores se ha desprestigiado al
punto que los alumnos practican vandalismo estudiantil sin que los profesores puedan
defenderse porque les cae la ley, o en los criterios económicos, donde hace falta
controles que aseguren el recto uso de los fondos nacionales y privados. El resultado de
todo esto es una comunidad confundida, insegura y con altos niveles de miedo y estrés.
Jesucristo en el evangelio nos habla precisamente de lo contrario, de la necesidad de
obedecer. Obedecer a Dios como camino seguro para ser feliz aunque nos cueste. “El
que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”
(Jn 14, 23). Por palabra puede entenderse perfectamente los diez mandamientos de la
ley de Dios. Cada mandamiento nos muestra el camino de la verdad y por ende, de la
auténtica felicidad. El desorden moral jamás va a producir algo bueno. En muchas
ocasiones los problemas como la delincuencia, el suicidio, el déficit de atención, la
depresión encuentran su raíz en el seno de la familia disfuncional. Otras veces es el
ambiente que llega a condicionar fuertemente los criterios y los comportamientos, pero
lo que no podemos hacer es llamar bien al mal como está sucediendo con la
homosexualidad. Hay que afrontarla, pero no justificarla. El 23 de abril el presidente de
Francia, Francois Hollande aprobó los matrimonios entre personas del mismo sexo y su
“derecho” a que adopten niños. Francia es el décimo cuarto país que permite este tipo de
“uniones”. Las nefastas consecuencias se van a hacer sentir, pues la naturaleza no
perdona.
En lugar de reconocer un orden moral natural, se hace la guerra contra la Iglesia
Católica por ser la voz que clama en el desierto. La Iglesia no ha inventado nada, sólo es
fiel al plan de Dios sobre el hombre. Es Dios quien nos ofrece un camino seguro para
vivir en paz con el prójimo y sobre todo, con nosotros mismos.
twitter.com/jmotaolaurruch