V DOMINGO PASCUA C
El gran signo pascual
En plena Pascua florida la liturgia nos retrotrae a las últimas horas de Jesús con sus
discípulos antes de padecer. Durante tres domingos sucesivos vamos a escuchar
extractos de su discurso de despedida.
Volvamos, pues, al Cenáculo en la noche que precedió a la Pasión. Jesús habló
largo y tendido con los suyos. Uno se imagina a los discípulos interrumpiendo varias
veces la conversación para hacer a Jesús preguntas que les quemaban por dentro.
¿Qué te va a pasar? ¿Por qué tienes que sufrir? ¿Nos volveremos a ver? ¿Qué va a
ser de nosotros sin ti?
Tanto en las palabras de Jesús como en las preguntas de los discípulos se adivina la
tristeza y el desconcierto de la separación de aquel de quien se habían fiado. “ Estoy
todavía con vosotros, pero dentro de poco ya no me veréis. Pero no os dejaré
huérfanos” . Hacía falta infundirles confianza sin escamotear lo que se avecinaba.
La escena tiene toda la ternura de la despedida de un padre o una madre, que
todavía lúcidos, se despiden de los suyos antes de morir. Confían a sus hijos lo que
les parece más importante, las encomiendas y los consejos que no han de olvidar
nunca, el camino que han de seguir. Así es como Jesús se dirige a los discípulos de
la primera hora y a los de todos los tiempos. Así hemos de acogerlas, como
palabras con sabor a testamento, como manifestación de últimas voluntades.
Nos fijamos especialmente en dos frases del evangelio de este domingo. La primera
tiene que ver con Jesús mismo. Imaginemos a Jesús pronunciándola en el momento
en que Judas ha salido para ultimar la traición, para indicar a los encargados de
apresar a Jesús dónde pueden encontrarle: “ Ahora el Padre me glorifica, y yo
glorifico al Padre ”.
En esa hora dramática en que va a ser entregado en manos de sus enemigos habla
de glorificación. Eran palabras incomprensibles para los discípulos; sólo las
comprenderán más tarde. ¿Cómo iban a entender aquellos hombres, que todavía
pensaban tan a lo humano, que aquel momento de aparente impotencia fuera hora
de gloria, que aquel aparente sin-sentido estuviera lleno de sentido? ¿Nos creemos
nosotros que en cualquier situación de impotencia y de cruz puede estarse
gestando una hora de plenitud y de gloría, porque, como dice san Pablo, todo
coopera al bien de los que aman a Dios? ¿Somos capaces de hacer esta lectura
cuando arrecian las amenazas o cuando somos puestos en la picota de la opinión
pública? En el fondo nos está invitando a fiarnos de él como él se ha fiado del
Padre.
La segunda frase que nos lega en testamento tiene que ver con nosotros: “ Hijos
míos, amaos unos a otros como yo os he amado” . ¿No es ésta una de las
recomendaciones más hermosas que los padres confían a sus hijos antes de morir?
Da la impresión de que, en ese momento, Jesús se olvidara de lo que se le viene
encima, que la única aflicción que pesara sobre él fuera que se rompiera la
fraternidad, que sus discípulos, a los que llama tiernamente hijos, no se
entendieran entre ellos, que la discordia y el odio arruinaran la fuerza del amor.
En la hora del adiós, Jesús no nos deja un catálogo de normas, ni siquiera dice
cómo había de organizarse la comunidad futura. Simplemente hace un ruego, que
repite insistentemente, como estribillo de despedida: que nos amemos tan de
verdad y tan sinceramente como Él nos ha amado. “ Esa será la señal por la que se
conocerá que sois discípulos míos”.
Cuenta una preciosa leyenda que san Juan, ya muy anciano, casi centenario,
cuando visitaba las comunidades, apoyado en su bastón, sólo repetía con voz
temblorosa las mismas palabras que había conservado y repetido en su evangelio y
en sus cartas. “Amaos unos a otros como yo os he amado”.
¿Por qué, estando en Pascua, la liturgia nos retrotrae a la sobremesa de la Cena?
Seguramente por aquello que dice san Juan: “Quien dice que está en la luz y
aborrece a su hermano está aún en las tinieblas… Nosotros sabemos que hemos
pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” .
¡Admirable la despedida de Jesús y su encargo de amarnos! Ese tendría que ser el
gran signo pascual de los cristianos ante el mundo.
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos