Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo Único para que todo
el que cree en él no muera”
Jn 3, 13-17
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
PARA QUE “TODO EL QUE CREA EN ÉL TENGA LA VIDA ETERNA”.
Los hombres deben dar crédito a Cristo, aunque ninguno de ellos haya subido al
cielo para captar los misterios celestiales, ya que sólo él, que ha bajado del cielo,
está en condiciones de anunciar la realidad del Espíritu, y es el verdadero puente
entre el hombre y Dios. Sólo Jesús es el lugar ideal de la presencia de Dios. Y esta
revelación tendrá su cumplimiento en la cruz, cuando Jesús sea ensalzado a la
gloria, para que “todo el que crea en él tenga la vida eterna”.
La humanidad podrá comprender el escandaloso y desconcertante acontecimiento
de la salvación por medio de la cruz y curar de su mal, como los judíos curaron en
el desierto de las picaduras de las serpientes mirando la serpiente de bronce (cf.
Nm 21,49). El simbolismo de la serpiente de Moisés afirma la verdad de que la
salvación consiste en someternos a Dios y dirigir nuestra mirada al Crucificado,
verdadero acto de fe que comunica la vida eterna (cf. In 19,37).
La revelación puesta en marcha antes continúa subiendo en este fragmento y llega
hasta la fuente de la vida: es el amor del Padre el que entrega al Hijo para destruir
el pecado y la muerte. Entrevemos aquí concadenadas dos categorías joaneas
clásicas: el amor y el juicio. Los vv. 16s expresan una idea muy entrañable para
Juan: el carácter universal de la obra salvífica de Cristo, que tiene su origen en la
iniciativa misteriosa del amor de Dios por los hombres. El envío y la misión del Hijo,
fruto del amor del Padre por el mundo, son la manifestación más elevada de un
Dios que “es amor” (cf. 1 Jn 4,8-10). Esta es la elección fundamental del hombre:
aceptar o rechazar el amor de un Padre que se ha revelado en Cristo. Sin embargo,
este amor no juzga al mundo; es más, lo ilumina (v 17).
Con todo, el amor que se revela entre los hombres, los juzga. Los hombres,
situados frente a la propuesta de salvación, deben tomar posición manifestando sus
libres opciones. Quien cree en la persona de Jesús no es condenado, pero quien lo
rechaza y no cree en el nombre del Hijo de Dios hecho hombre ya está condenado
(v. 18). Y la causa de la condena es una sola, a saber: la incredulidad, mantener el
corazón cerrado y sordo a la Palabra de Jesús.
ORACION
Debo convencerme, Señor, de que, cuando tú quieres algo, eres irresistible. Pero
no debo inquietarme ni tener miedo, ni deprimirme, ni rendirme. Cuando tu Palabra
parece encadenada, cuando tus anunciadores parecen encarcelados en un gueto,
no puedo perder la confianza en tu poder, aunque ésta sea quizás la tentación más
peligrosa de hoy.
Concédeme la certeza interior de que tú estás con tus anunciadores y los asistes; la
certeza interior de que yo debo anunciar; de que me pides el anuncio, no el éxito. Y
es que el éxito te lo reservas para ti mismo, cuando quieres abrir las puertas de los
corazones, cuando quieres preparar un nuevo público y un nuevo pueblo, cuando
decides que tu Palabra debe reemprender la carrera por el mundo, el mundo
geográfico y el mundo de los corazones.
Concédeme, Señor, no dudar nunca de tu ilimitado poder, estar convencido de que
debo sembrar siempre tu Palabra, sin “adaptarla” demasiado, para que quizás sea
mejor aceptada y acogida. Hazme humilde, confiado, fiel dispensador de tu Palabra
en todo momento y circunstancia, incluso cuando siembro encerrado en la cárcel de
mi aislamiento.