VI DOMINGO DE PASCUA C
Hch 15, 1-2.22-29; Sal 66; Ap. 21, 10-14. 22-23; Jn 14, 23-29
Jesús le respondió: "Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis
palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho
estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre
enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he
dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo. No se turbe
vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: Me voy y volveré a
vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que me vaya al Padre, porque el Padre
es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando
suceda creáis.
Este sexto domingo del Tiempo de Pascua, el evangelio comienza con la frase: “...si
alguno me ama guardará mi Palabra...”. El domingo pasado decía Jesús a sus
discípulos: “...Os doy un mandamiento nuevo...”, pero la originalidad y la novedad
de ese mandamiento del amor, radica en la medida: “...como yo os he amado...”,
es decir, en la cruz, porque dando la vida por nosotros, es como Cristo nos ha dado
el mayor signo del amor. Este amor mutuo, será la señal por la que se conocerá
que somos discípulos, seguidores de Jesucristo. Es así que hoy Jesús nos revela
este amor, por ello empieza diciendo: “...el que me ama, guardará mi Palabra...”.
Porque para saber si amo de verdad a Jesús, tengo que comprobar si guardo su
Palabra, es decir si permito que en mi vida se haga su voluntad. Si realmente hago
esto mi amor es verdadero, y sucederá lo que Cristo mismo anuncia: “...Mi padre lo
amará...” y no solo eso, sino que “...vendremos a él y haremos en él nuestra
morada...”. Sólo así podremos llenarnos de la paz de Dios, que se manifiesta en el
amor al prójimo, en cuanto otro, es decir amándolo y aceptándolo asi como Dios
nos ha amado.
El evangelio de esta semana viene como preparación para la marcha de Jesús al
Padre –todo el capítulo 14 de San Juan es un discurso de despedida-, en el
momento en que anuncia esta partida, Jesús promete a todos los que crean el
envío del Espíritu, que les enseñará todo. Este retorno, a la partida del Hijo, para
los que crean, es una revelación nueva para los discípulos. Pero a su vez, este
retorno es imposible para los que no aman o no permanecen fieles a la palabra.
Iindudablemente para amarnos los unos a los otros no solamente tenemos que
conocer a Aquel que según el Evangelio, nos ama, sino que esto necesariamente
implica la aceptación de este amor en esta medida. Las Sagradas Escrituras nos
proporcionan como dato, que cuando el hombre acepta a Dios es porque ha
escuchado y ha aceptado su Palabra (Promesas), en este sentido las palabras de
Cristo: “... si alguno me ama guardará mi Palabra...”; están conteniendo todo un
diseño de Dios para nosotros: que el guardar las Palabras de Cristo, significa creer
en este amor, que el Padre nos lo da a saber a través del Hijo. Es por ello que Dios
hace morada en nosotros en virtud de esta doble solicitud: guardar su palabra y
amarle de verdad.
Profundizando en esta expresión del Evangelio: “... Si alguno me ama guardará mi
Palabra...”, podemos decir que es una condición vital; San Juan al comienzo de su
Evangelio nos dice: “... en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a
Dios, y la Palabra era Dios...” . Aquí está sustancialmente contenida la diferencia
entre el pueblo de la Antigua Alianza y el de la Nueva Alianza, porque lo que hace al
Hombre Nuevo es el hecho de acoger la Palabra de Dios en su vida, y no sólo el
cumplimiento de la ley, el hombre nuevo vive y encuentra el sentido de su historia
en la gracia y misericordia del amor del Padre. En consecuencia, este amor del cual
habla Cristo en el Evangelio: “... si alguno me ama guardará mi Palabra...”, es un
efecto por una causa; pues en la Palabra acogida, que es acoger el amor de Dios en
nuestras vidas, nos unimos a Dios por la misma Palabra que Él nos ha dado; o sea,
mi amor a Dios es mi unión con Él en su mismo amor, manifestado en Cristo
Nuestro Señor, Palabra hecha carne por amor a nosotros.
San Gregorio nos dice: ᆱ…Viene en verdad al corazón de algunos, y no hace
morada en ellos, porque si bien se vuelven a Dios por la contrición, después,
cuando están en la tentación, se olvidan del arrepentimiento y vuelven a sus
pecados, como si no los hubieran deplorado. Pero en el corazón del que ama a Dios
verdaderamente, Dios desciende y mora: porque de tal manera está penetrado del
amor divino, que ni aun en el tiempo de la tentación lo echa en olvido.
Verdaderamente ama a Dios aquel que no se deja dominar un momento en su alma
por los malos deleites…ᄏ (San Gregorio In Evang. hom 30).
Así tenemos que cuando San Juan nos dice en el presente evangelio: “...mi paz os
doy, no os la doy como la da el mundo...”; está enlazando el hecho que si nuestra
vida está unida a esta Palabra encarnada de Dios y el acoger esta Palabra nos
convierte en morada del Dios Vivo, esto significa que nuestra vida al estar en
comunión con el Dios Vivo, vive en una paz, que de una manera clara San Pablo en
la Carta a los Romanos lo expresa: “... quién nos podrá separar del amor de Dios:
la tribulación, la angustia, el hambre, la desnudez, el peligro...”. Por eso,
inmediatamente el evangelista dice: “... no se turbe vuestro corazón no se
acobarde...”. Es importante mencionar, en este momento las palabras del nuestro
querido Beato Papa Juan Pablo II: “... la paz que el mundo ofrece al hombre no es
una paz duradera, porque no ofrece al hombre una esperanza
verdadera...”(Semana Santa 2004).
San Agustín nos dice: ᆱ…Si buscamos de dónde le viene al hombre el poder amar a
Dios, la única razón que encontramos es porque Dios lo amó primero. Se dio a sí
mismo como objeto de nuestro amor y nos dio el poder amarlo. El Apóstol Pablo
nos enseña de manera aún más clara cómo Dios nos ha dado el poder amarlo: El
amor de Dios —dice— ha sido derramado en nuestros corazones. ¿Por quién ha sido
derramado? ¿Por nosotros, quizá ? No, ciertamente. ¿Por quién, pues? Por el
Espíritu Santo que se nos ha dado…ᄏ (San Agustín, Sermón 34, 1-3.5-6).
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar