VI Semana de Pascua
Miércoles
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas:
a.- Hch. 17, 15. 22-34; 18,1: Discurso de Pablo en Atenas.
Este texto, nos presenta a Pablo en Atenas, donde una lectura atenta, nos habla de
una ciudad con muchos templos paganos, y dioses a quien rendir culto, escuelas
de filosofía, hombres sabios que discuten y dialogan. Atenas, era la representación
del mundo de la filosofía griega, y en particular, la filosofía estoica. Entre las
discusiones con los filósofos y el discurso en el Aerópago, encontramos las
discusiones que Pablo sostenía con los judíos en la sinagoga (v.16). Propiamente, el
discurso es una fuerte crítica a la idolatría que contemplaba en la ciudad, lo mismo
que el culto, sacrificios y fiestas paganas, etc. La filosofía dominaba la vida de los
atenienses, con una gran carga teológica también en ella, la del momento era la
corriente estoica. ¿Cómo dirigirse a ellos? Recurre a la literatura y la revelación
natural que Dios ha hecho de sí mismo, como lo enseñaban los poetas y filósofos.
Pablo usa la filosofía estoica y citas del A. Testamento para hablar de Dios como
Creador del mundo, como también, Dios no necesita de nadie, ni de templos, ni
tampoco de sacrificios. Temas comunes a la fe judía y a la filosofía griega (cfr. Gn.
1, 1; Is. 42, 5). Pablo lo que hace es llevar a sus oyentes hacia el Dios desconocido,
es decir, no conocen al Dios verdadero, sin embargo, lo adoran. Excelente
plataforma, para remontar el discurso hacia el Dios desconocido. Si bien, había
grande aproximaciones entre ambas corrientes, el salto del paganismo a la fe,
pasaba por la resurrección de Jesucristo, la que no fue aceptada por los filósofos del
Aérópago, convertida en piedra de escándalo para ellos. Dios se reveló a su pueblo,
pero además a los paganos, si bien parcialmente. Todos los hombres pueden ser
salvos, si se convierten al Dios verdadero, para ser juzgados por Jesucristo, que
resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre.
b.- Jn. 16, 12-15: El Espíritu Santo os guiará hasta la verdad plena.
Este pasaje de Juan, nos habla del poco tiempo que tuvo Jesucristo para enseñarles
a los apóstoles todo lo que hubiera querido. Quedaban muchas cosas por
comunicarles, pero también hay que contar con la falta de compresión de los
apóstoles para recibir todo ese caudal, todo su magisterio. Es el propio Juan, quien
nos dice que muchas cosas no fueron comprendidas por los apóstoles, cuando
sucedieron, sino después de la resurrección (cfr. Jn. 2, 2; 12,16; 21, 24-25). La
verdad completa, no se refiere a un catálogo de verdades que nos revelará el
Espíritu Santo, sino, profundizar en el misterio de la persona de Jesús y su obra, su
misterio pascual, la universalidad de la salvación, el llamado a construir el Reino de
Dios, etc. Evidente los discípulos tampoco tuvieron tiempo de asimilar todo esto “in
situ”. Será a la luz de la resurrecci￳n y de Pentecostés y el trabajo evangelizador de
la Iglesia que germinarán las enseñanzas de Jesús con una primavera doctrinal y
pastoral, fecundada por la acción del Espíritu Santo. Surgirá la claridad en las
mentes y en el corazón la luz del Evangelio, con la férrea voluntad de Iglesia de
pastorear la vida de los hombres. Buen ejemplo de todo esto son las cartas escritas
por Pedro, Pablo, Juan, cuyo contenido es precisamente el desarrollo de todo lo
enseñado por Jesús. Fue ÉL quien predicó la verdad completa, y no el Espíritu
Santo, lo suyo será guiar la reflexión de los hombres, a una mayor profundización
de su misterio salvador. Este tema de la verdad completa, no contradice, lo dicho
anteriormente, que a sus discípulos ha revelado todo lo que ha oído al Padre (cfr.
Jn. 15, 5). A lo largo de la historia de la Iglesia, juega un papel muy importante, el
espíritu de profecía, extendiendo, no tanto la mirada al futuro, como centrado en el
presente que había que interpretar. Esa fue la misión confiada a los profetas del A.
Testamento, descubrir la profundidad y el trasfondo de los acontecimientos del
momento, para convertirlos en un lugar teológico. La tarea confiada a la comunidad
eclesial y al Espíritu Santo, es profundizar desde el misterio de Jesucristo, la
dimensión profética de los acontecimientos que presenta cada época de la historia
de la Iglesia y la sociedad. Este mismo Espíritu, es el que glorificará a Jesús, luego
de su humillación en la Pasión, corresponde la máxima exaltación, su elevación
hacia el Padre. Sólo el Espíritu Santo, que conoce los secretos del Padre, como el
Hijo, puede dar a conocer a Jesucristo, como el enviado de Dios para comunicar al
hombre la salvación.
Santa Teresa de Jesús, se alegra de vivir la experiencia de la reunión de los Tres en
su espíritu. “¡Oh ánima mía! considera el gran deleite y gran amor que tiene el
Padre en conocer a su Hijo, y el Hijo en conocer a su Padre, y la inflamación con
que el Espíritu Santo se junta con ellos, y cómo ninguna se puede apartar de este
amor y conocimiento, porque son una misma cosa. Estas soberanas Personas se
conocen, éstas se aman y unas con otras se deleitan. Pues ¿qué menester es mi
amor? ¿Para qué le queréis, Dios mío, o qué ganáis? ¡Oh, bendito seáis Vos! ¡Oh,
bendito seáis Vos, Dios mío para siempre! Alaben os todas las cosas, Señor, sin fin,
pues no lo puede haber en Vos. Alégrate, ánima mía, que hay quien ame a tu Dios
como El merece. Alégrate, que hay quien conoce su bondad y valor. Dale gracias
que nos dio en la tierra quien así le conoce, como a su único Hijo. Debajo de este
amparo podrás llegar y suplicarle que, pues Su Majestad se deleita contigo, que
todas las cosas de la tierra no sean bastante a apartarte de deleitarte tú y alegrarte
en la grandeza de tu Dios y en cómo merece ser amado y alabado y que te ayude
para que tú seas alguna partecita para ser bendecido su nombre, y que puedas
decir con verdad: Engrandece y loa mi ánima al Se￱or” (Excl. 7,2).