Solemnidad. La Ascensión del Señor.
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel
+ El acontecimiento pascual que celebramos realiza una vez más el
“cumplimiento de las Escrituras ”: así estaba escrito, y así lo había recordado
muchas veces Jesús en el tiempo de su predicación: claramente había hablado de
su condena, su pasión, su muerte, y de su Resurrección.
Los discípulos habían comprendido muy poco de estos anuncios que - por
otra parte - no les resultaban para nada atractivos. Ellos compartían, en buena
parte, las ideas que muchos de sus contemporáneos tenían sobre el Mesías: un
rey de tipo político , que aplastaría a los enemigos de Israel y restauraría la
monarquía davídica. Por eso, frente a la cruz de Cristo se sintieron escandalizados y
defraudados, y abandonaron al Señor, llenos de miedo.
Por eso hoy Jesús les explica el sentido de todo lo que sucedió: la condena,
los azotes, las burlas, la corona de espinas, la crucifixión, la muerte y resurrección
son el cumplimiento del plan de Dios en la Biblia un plan ciertamente no fácil
de comprender... Por eso Cristo los ayuda, “les abri￳ la inteligencia para que
comprendieran” , es decir, les da luz interior para captar estas verdades.
También a nosotros el Señor nos abre la inteligencia , a fin de que
comprendamos que nuestras crisis, nuestras pruebas, nuestras cruces, no son una
desviación o un paréntesis en nuestra vida espiritual, en nuestra vida de fe: son
parte integrante de nuestro camino hacia la plenitud divina y humana que se da en
el seguimiento del Resucitado. Tantas veces nosotros las juzgamos como abandono
de Dios... Y sin embargo, allí está Él manifestando como nunca su fuerza misteriosa
y su presencia salvadora, como se dio en la Cruz de Jesucristo: ¡Qué curioso! Los
cristianos ponemos por todas partes y nos identificamos con el signo de la Cruz,
suprema manifestación de Dios, en la cual sin embargo el Hijo de Dios se sintió
supremamente abandonado, y en la cual también nosotros nos sentimos de igual
modo...
La comprensión de las Escrituras no puede hacerse sin la presencia
del Espíritu Santo que está en el origen de las mismas, y que con su luz hace que
comprendamos todo el sentido y la plenitud de la palabra que Él inspiró. Pero no
basta con “comprender”. Para ser discípulo de Cristo no basta con aprender y
repetir (“lección”) un cierto número de verdades: el cristianismo no es una
“materia” que se estudia, se aprueba, y ¡listo!.
Y por eso Jesús les dice “Ustedes son testigos de todo esto”. Testigo =
alguien que ha presenciado algo, y puede afirmarlo frente a los demás. Ser testigo
implica estar presente, ver, oír, vivir una cosa.
No se puede ser testigo de lo que no se conoce por experiencia propia. Cristo
constituye a los apóstoles como testigos de sus hechos, pero también testigo del
significado de los mismos, del cual hoy nos habla el Evangelio. Por lo tanto,
en este sentido Judas, Pilatos, los fariseos, etc. no son testigos : no han
comprendido el valor salvífico de los actos de Jesús.
Y en cambio (aunque aparentemente pueda parecer contradictorio) sí somos
testigos nosotros, los discípulos de Jesús de todos los tiempos: porque conocemos
a Cristo, su vida y su obra, el sentido de todo lo que hizo, y en la Iglesia y como
Iglesia experimentamos constantemente la presencia del Señor en nuestras vidas.
La palabra “testigo” , en griego significa “mártir”. Muchos de los primeros
cristianos fueron tales. Así también nosotros, aunque no demos la vida de un solo
golpe por Cristo, estamos llamados a ser testigos de Jesús con nuestros
sufrimientos, con la incomprensión y la burla de un mundo que ayer se divertía
condenando a Cristo, y hoy hace lo mismo con los cristianos.
Tenemos que ser “mártires” (es decir, testigos) de un mundo en el
que ser cristiano es cada vez más difícil, y en el que el sólo nombrar a
Cristo o la Iglesia puede significar meterse en dificultades, o por lo menos
quedar en ridículo.
Pero el cristiano, testigo de Cristo, no puede ni debe callar: la presencia
salvadora de Cristo resucitado es una realidad de su vida de la que él debe ser
testigo... el Señor Jesús transforma nuestra vida, le da impulso y sentido, y sigue
manifestándose, invisible pero realmente en su Iglesia; particularmente en la
acción santificadora de los sacramentos, en la obra de su gracia que nos renueva
incesantemente, en la actividad de la comunidad cristiana, y en la fuerza misionera.
El mundo moderno está cansado de palabras. Ya no se cree en las palabras,
sino en los testimonios. Pablo VI decía: “El hombre contemporáneo escucha
más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a
los que ense￱an, es porque dan testimonio.”
+ La Ascensión de Cristo a los cielos implica que su Presencia en medio de
nosotros no es “física”, no es captable por los sentidos, pero no por ello es menos
real: Cristo obra ahora a través del Espíritu Santo que Él posee en plenitud, y que
distribuye generosamente en su Iglesia, para que sus discípulos tengan el valor y la
fuerza para continuar transformando el mundo.
El final del Evangelio de Lc. (que leemos hoy) pone en evidencia dos
actitudes de los discípulos: los discípulos vuelven a Jerusalén “con gran alegría”
(característica de todo el Evangelio de Lc., primicia de la época salvífica) y
“alabando a Dios” (fuente de la alegría, y sentido de la vida del cristiano).
Y no es para menos: desde el día de la Ascensión, hay un hombre que está
sentado en el trono de Dios, y para siempre, como el primero de muchos que
allí se sentarán en una fiesta sin fin, en un Domingo sin ocaso, (sin lunes
posterior!...); y junto a ese hombre, una Mujer, cuyo sólo nombre extasía a los
ángeles y a los hombres...
Que también nosotros, en el próximo Pentecostés, seamos llenos del Espíritu
Santo, que suscita en los corazones la alegría y la alabanza, para poder ser
auténticos testigos del Señor.