Comentario al evangelio del Sábado 11 de Mayo del 2013
Queridos amigos:
La entrada en escena de Apolo, alguien que llega hablando de Jesús, que rebate a los judíos para
confesar al verdadero Mesías, me sugiere la entrada de un laico en una comunidad predicando a Jesús,
quizá no con un lenguaje muy adecuado, pero sí con una intención profundamente honesta. Áqulila y
Prisca "lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino del Señor". Hicieron con él
toda una labor de acogida y formación. ¿El fruto? Todo un catequista, un evangelizador que, dada su
elocuencia, llegará incluso a causar divisiones: "yo soy de Pablo", "yo de Apolo". San Pablo tendrá que
intervenir con decisión para salvar la unidad de Corinto; ni de Pablo, ni de Apolo; ni del que planta, ni
del que riega, ni del que cosecha: todos de Cristo, el Señor.
Una vez más se nos invita a ser abiertos de corazón, a saber reconocer dónde está el bien, el don de
Dios. A saber percibir signos de la voz del Espíritu también en los laicos y en toda la comunidad. La
misión evangelizadora de los laicos no es de suplencia, sino de compromiso intrínseco. La invitación
es a saber apreciar los valores de las personas, aunque suenen a nuevo, a desestabilizador; aunque sea
necesario echarles una mano a tallarse un poco mejor, como los diamantes ganan aristas para alcanzar
sus mejores quilates. El Espíritu a lo largo de toda la historia de la Iglesia ha suscitado muchos
"desestabilizadores" a los que hoy anteponemos el "san" o el "santo" delante de su nombre. No
ahoguemos iniciativas. Discernamos bien y ayudemos a hacerlas crecer. Ojalá que al final de nuestra
vida pudieran decir: "Pasó haciendo crecer a los demás". Ojalá nos creamos lo que dijo el card.
Roncalli (Juan XXIII): "estamos en la tierra no para custodiar un museo, sino para hacer crecer un
jardín lleno de vida y destinado a un futuro glorioso". Ojalá que entre todos logremos hacer realidad el
sueño de una Misión compartida. Entonces ya sólo nos quedará decir como Jesús: Misión cumplida.
Se lo podemos pedir con la confianza de que "quien pide algo al Padre en mi nombre, se lo dará". Pero
con la convicción también de que para un cristiano orar es unirse a la oración de Cristo al Padre. Es
mirar lo creado situándose en el corazón de Dios, es abrir las manos y estar dispuesto a que el Señor las
llene de nombres: hombres, mujeres, niños, ancianos que necesitan ser servidos y amados. ¡Qué
inapreciable servicio de amor el ayudar a otros a ser evangelizadores y testigos del Resucitado en el
mundo! ¿Te apuntas?
Vuestro amigo.
Carlos M.
Carlos M.