Solemnidad. La Ascensión del Señor, Ciclo C
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
Las fiestas pascuales se acercan a su cumplimiento. Hoy celebramos la Ascensión
del Señor y el domingo próximo, si Dios quiere, Pentecostés.
En el Antiguo Testamento, “ascensión”, “elevación” y “glorificación” son tres
palabras sinónimas para indicar la entronización de un rey, la toma de posesión de
su reino. Eso es lo que celebramos en la Ascensión de Jesús: el triunfo definitivo del
Señor resucitado sobre el pecado y sobre la muerte, el cumplimiento de su misión
salvadora, la manifestación de su gloria, su entronización “a la derecha del Padre”.
La “ascensión” de Jesús se comienza a realizar en el momento de su crucifixión, tal
como Jesús indicó en varias ocasiones: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en
el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre para que todo el que cree
en Él tenga vida eterna” (Jn 3,14-15); “Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré
a todos hacia mí” (Jn 12,23). Por eso, al hablar de su pasión, los evangelios dicen:
“Estando para cumplirse los días de su ascensión, Jesús se dirigió resueltamente a
Jerusalén” (Lc 9,51).
La Pascua de Jesús es su pasión, muerte y glorificación. La “hora” de Jesús, su
“elevación” para salvar a los hombres atrayéndolos hacia sí comenzó en la cruz,
continuó en la resurrección y llegó a plenitud en la Ascensión y en el envío del
Espíritu Santo sobre los creyentes. Estos acontecimientos son las distintas etapas
de un único proceso. El que “se despojó de su rango, tomó la condición de esclavo
y se abajó hasta la muerte de cruz, ha sido exaltado sobre todo” (cf. Fil 2,6ss).
“Antes de las fiestas de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar
de este mundo al Padre…” (Jn 13,1). Como sabemos, la palabra Pascua significa
“paso”. Cristo ha dado un único paso de la cruz a la gloria, pero nosotros
necesitamos de días y de años para comprender algo de este misterio, por eso en
nuestras celebraciones cada vez ponemos la mirada en un solo aspecto de este
proceso.
La Ascensión de Jesús supone la apertura del cielo para los creyentes, la salvación
de los que confían en Él. Por eso, en el momento de su muerte, Jesús puede
prometer al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43). Nosotros
confiamos en poder estar un día con Cristo en el Paraíso. Mientras tanto,
procuremos ser testigos de su resurrección en el mundo.