Ciclo C: Solemnidad. La Ascensión del Señor
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
La Ascensión del Señor, que hoy celebramos, junto con el Día de la Madre, es el
nombre que damos a la glorificación de Jesús. La cuentan Marcos y Lucas, que le
dedica dos relatos: uno breve cerrando su evangelio (Lc 24, 46-53) y otro más
largo abriendo el Libro de los Hechos o Historia de la Iglesia (He 1, 3-11). “Subió a
los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre…”, es cómo el Credo de los
Apóstoles describe la glorificación de Jesús. Una manera popular de decir que fue
llevado a la gloria del Padre, quien le dio todo poder en el cielo y en la tierra. Esta
glorificación de Jesús, es sin duda la consecuencia más importante de su Ascensión
-para Él y para nosotros, pues su ascensión al cielo garantiza la nuestra. Es
también la condición previa para poner en macha la Iglesia “hasta los confines de la
tierra” (He 1,8). Veamos otras consecuencias.
1. de repente y sin quererlo, los apóstoles (la iglesia que Jesús fundara (Mt 16, 18-
19), obtienen mayoría de edad. Hasta entonces habían sido e ido siempre como
niños, de la mano del Señor, dependiendo por entero del Maestro. ¿No es lo que
aún nos pasa a nosotros, haciendo que la Iglesia parezca más niñera que madre?
Sin iniciativa, sin madurez personal y grupal, como esperando que Jesús siga
haciéndolo todo… Es el primer impacto que sufrieron los apóstoles, que se quedaron
absortos viendo desaparecer al Señor, hasta que reaccionaron o, mejor, un par de
ángeles les hicieron reaccionar y asumir sus responsabilidades (He 1, 10-14).
Inesperadamente se habían quedado solos: ahora les tocaba a ellos…
2. de repente y sin quererlo, se dan cuenta de que la misión de Jesús está en sus
manos y que debe continuar. ¡Tremenda misión! Recordando el mandato del Señor,
tendrán que asumir la tarea de ser sus testigos (He 1,8), de ir por todo el mundo y
de anunciar la Buena Nueva a toda la creación… (Mc 16,15). Es lo que hicieron y
brillantemente. Pero es lo que aún no hacemos nosotros. Nos cuesta aceptar que
somos los continuadores de la obra de Jesucristo y de Jesucristo mismo, y que cada
uno y todos juntos, tenemos un deber que cumplir. Actuamos como si la
evangelización del mundo correspondiera a otros, a los misioneros, a los obispos…
3. de repente y queriéndolo, el Espíritu prometido por Jesús iba a llegar a ellos. No
sabían muy bien de qué se trataba, pero sí confiaban plenamente en Él, pues Jesús
les había asegurado que con Su Espíritu todo les iría mejor (Jn 16,7). Sería el gran
regalo de Dios Padre, que les recordaría las cosas que Él les había enseñado, les
llevaría por el camino de la verdad, sería su Consolador y Defensor, iría delante de
ellos dando testimonio a favor de Jesús y los haría testigos creíbles y eficientes del
Reino… Los apóstoles se dieron ánimo y regresaron a Jerusalem, donde, junto con
María, se pusieron a pedir y esperar la llegada del Espíritu Santo (He 1, 14).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)