Solemnidad de la Ascensión del Señor, del ciclo C.
Jesús nos dice:
"Pero yo os digo la verdad:
Os conviene que yo me vaya;
porque si no me voy,
no vendrá a vosotros el Paráclito;
pero si me voy,
os lo enviaré" (JN. 16, 7).
Ejercicio de lectio divina de LC. 24, 46-53.
1. Oración inicial.
Oremos con gran gozo porque, la Pasión, la muerte y la Resurrección de Nuestro
Salvador, fueron profetizadas, en las antiguas Escrituras.
¿Qué les diríamos a nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo, si
quisiéramos evangelizarlos? Los primeros cristianos, tenían muy clara la respuesta
a esta pregunta. Ellos predicaban incesantemente la conversión, el perdón de los
pecados, y la Pasión, la muerte y la Resurrección de Jesús.
La predicación del Evangelio debe llegar a toda la humanidad. No nos
conformemos con predicar en nuestros grupos parroquiales o en nuestro entorno
familiar. Si no nos abrimos al mundo, sucederá que cada día, sin que nos
percatemos de ello, se reducirá el número de los que dan la cara por el Dios Uno y
Trino, drásticamente.
Nosotros somos testigos del Ministerio de Jesús, y de la realización de su obra
redentora. Muchos son los que reciben el Sacramento de la Confirmación con el
deseo de que se les aumente la fe, ignorando que ello les impulsa a ser testigos de
las palabras y obras de Jesús, y a imitarlas, en conformidad con la grandeza de la
fe que sean capaces de albergar en sus corazones.
Jesús envía la promesa del Padre, -el Espíritu Santo-, a quienes están bautizados
y confirmados. Jesús les dijo a sus discípulos que permanecieran en Jerusalén hasta
que recibieran el poder del Espíritu Santo, lo cual es una invitación a que no nos
distanciemos de la Iglesia, a fin de que también seamos receptores de los dones del
Paráclito, y aprendamos a ejercitarlos convenientemente, para crecer
espiritualmente, y ganar a nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo,
por medio de nuestra predicación, y del ejemplo de fe viva que les demos.
Jesús bendijo a sus amigos antes de ser ascendido al cielo. No permitamos que la
visión de nuestras dificultades nos haga olvidar que el Señor nos bendice
constantemente, a fin de que nos sintamos motivados, a ser buenos cristianos.
Mientras Jesús bendecía a sus amigos, se separó de ellos, y fue llevado al cielo.
Si entendemos que el cielo es el estado de perfecta identificación de Jesús con el
Padre como Hombre, -porque el Mesías nunca dejó de ser Dios-, y nuestra con el
Redentor de la humanidad, reconoceremos que, cuando el Hijo de María fue
ascendido al cielo, en lugar de distanciarse de nosotros, se nos hizo el encontradizo
de una manera especial, así pues, nos podremos percatar de este hecho, en la
medida que sintamos que tenemos fe, en el Dios Uno y Trino.
Cuando los discípulos perdieron a Jesús de vista, se volvieron a Jerusalén con
gran gozo, y alabaron a Dios. Dado que los amigos de Jesús eran judíos, alabaron a
Yahveh en el Templo, hasta que los líderes del Judaísmo actuaron contra ellos, y
comprendieron que debían distanciarse de la religión de sus padres, para no
rechazar a su Maestro y Señor.
Oremos:
Consagración al Espíritu Santo
Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que
os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno
de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi Director, mi Luz, mi
Guía, mi Fuerza, y todo el amor de mi Corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre
dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de
vuestro amado Jesús.
Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo
Santificador. Amén.
(Desconozco el autor).
2. Leemos atentamente LC. 24, 46-53, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo
U Conclusión del santo evangelio según san Lucas 24, 46-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer
día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos
los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido;
vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.»
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo.
Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo.
Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban
siempre en el templo bendiciendo a Dios".
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 24, 46-53.
3-1. ¿Existe una contradicción entre la primera lectura y el Evangelio de hoy?
En la primera lectura de la presente solemnidad, leemos:
"El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un
principio hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del
Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo. A estos
mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que
vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente
al Reino de Dios" (HCH. 1, 1-3).
San Lucas nos dice en los Hechos de los Apóstoles que Jesús instruyó a sus
Apóstoles durante los cuarenta días siguientes al Domingo de Resurrección antes de
ascender al cielo, y, en su Evangelio, nos dice que el Señor ascendió al cielo, el
Domingo de Pascua. ¿Qué sucedió en realidad? Los relatos neotestamentarios, no
son relatos exactos semejantes a las crónicas periodísticas, históricas, o de otros
géneros, que se escriben en la actualidad, pues son relatos de los hechos que
narran, y de cómo los vivían los primeros cristianos. Cuando San Lucas escribió sus
dos libros, ya existía la costumbre de fortalecer la fe de los creyentes durante el
tiempo de Pascua, en cierta manera, como si se les evangelizara partiendo del
kerigma, como si nunca hubieran tenido fe. Teniendo esto en cuenta, San Lucas
nos dice que Jesús ascendió al cielo, y que ello se celebra durante una cuarentena
semejante a la Cuaresma, en que los cristianos tienen la oportunidad de recordar
las verdades esenciales de su fe, y de fortalecer la misma, así pues, no existe
ninguna contradicción, entre la primera lectura, y el texto evangélico, que estamos
considerando.
3-2. El kerigma.
"y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los
muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los
pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén" (LC. 24, 46-47).
El Evangelio que estamos considerando, es un extracto de la última aparición de
Jesús a sus discípulos, antes de ascender al cielo. San Lucas nos dice que Jesús
"abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras" (CF. LC. 24, 45),
según las cuales, el Cristo, -el ungido por Dios-, tendría que padecer, para,
posteriormente, ser resucitado de entre los muertos. Teniendo en cuenta las
dificultades que muchos predicadores tenemos para hablarle de Dios a la gente de
nuestro tiempo, impresiona el hecho de cómo los primeros cristianos, les soltaban a
sus creyentes las verdades más difíciles de creer, de sopetón, y, por si fuera poco,
les decían que Jesús murió, para permitirles convertirse al Evangelio, a fin de que
les fueran perdonados sus pecados. Tal creencia se ha mantenido durante veinte
siglos, a veces, a costa de grandes sacrificios, pero, desgraciadamente, a muchos
de nuestros hermanos, les faltan fe y convicción, para seguir predicándola.
¿Qué sentido tiene el hecho de que nos sintamos responsables de la muerte de la
víctima de la envidia de ciertos líderes judíos que acaeció hace prácticamente
veinte siglos? Lógicamente, no vamos a ganar nada mortificándonos para perder
tiempo hiriéndonos inútilmente, pero, si juzgamos tal creencia partiendo de la
Resurrección de Jesús, nos percatamos de que la misma es muy útil, porque, tal
como Jesús venció a la muerte y fue ascendido al cielo, venceremos nuestras
dificultades actuales. Cuando conozcamos las razones por las que sufrimos, nos
alegraremos, porque veremos cómo Dios se valió de las mismas, para
manifestarnos su inmenso amor.
Es importante que el Evangelio le sea predicado a toda la humanidad, y no sea
retenido por grupos cerrados. Es necesario que los cristianos nos concienciemos de
la necesidad existente de predicadores que den la cara por el Dios Uno y Trino. Si
solo les predicamos a algunos de nuestros hermanos de fe y a aquellos de nuestros
familiares de quienes sabemos que nos atienden, impediremos que nuestra fe
crezca, y obstaculizaremos el necesario aumento de hijos de la Iglesia. Evitemos
negarnos a ser evangelizadores pensando que los no creyentes no quieren saber
nada de Dios, y busquemos la forma de acercarnos a ellos, si es necesario,
iniciando nuestra predicación, pidiendo perdón por nuestros errores, e incluso por
nuestra incapacidad de acercarlos a Dios, partiendo de sus necesidades y deseos.
3-3. Somos testigos de Cristo Resucitado.
"Vosotros sois testigos de estas cosas" (LC. 24, 48).
Conozcamos a Jesús hasta que pueda decirse de nosotros, con toda certeza, que
somos testigos de las palabras y obras, de Nuestro Salvador. Testifiquemos sobre la
Pasión, la muerte, la Resurrección, y la glorificación, del Hijo de Dios y María. Si
somos testigos del Señor, actuaremos cada día de nuestra vida, no a nuestro
modo, sino a la manera del Señor. ¿Llevaremos a cabo este apasionante reto, o nos
dejaremos arrastrar por la falta de fe, la pereza, o el miedo a no imitar la conducta
de Jesús, por si acontece que pecamos?
-Que los bautizados vivan su fe, y los confirmados sean fieles testigos de Cristo
Rey.
-Que quienes se confiesan sean santos, para, en vez de confesar sus pecados,
confiesen la fe que transforma su existencia, por obra y gracia, del Espíritu Santo.
-Que quienes reciben al Señor eucaristizado, hagan del cumplimiento de la
voluntad del Dios Uno y Trino, su alimento espiritual.
-Que quienes reciben la Unción de los enfermos, sean sanados, tanto física como
espiritualmente, o, si han concluido su camino de purificación y santificación, que
sean recibidos, en la presencia de Nuestro Padre común.
-Que quienes reciben el Sacramento del Orden sean ejemplos de amor y servicio
para quienes tenemos la posibilidad de seguir su humilde y fiel ejemplo de fe viva.
-Que quienes reciben el Sacramento del Matrimonio, nos enseñen a vivir la fe a
nivel familiar y comunitario, compartiendo gozos, fatigas y dolores, teniendo en
cuenta las siguientes palabras, del Santo Apóstol:
"Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los
que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio" (ROM. 8, 28).
3-4. Permanezcamos unidos como Iglesia, mientras que el Espíritu Santo termina
de purificarnos y santificarnos, según le permitamos que nos aumente la fe.
"«Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte
permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto"" (LC.
24, 49).
Dado que no podemos sentir físicamente la presencia del Espíritu Santo en
nuestra vida, debemos conocerlo, por medio del estudio de la Palabra de Dios, y la
práctica constante de la oración. Dado que escasean los predicadores del Evangelio
en nuestra Iglesia, oremos para que Dios nos envíe predicadores religiosos y laicos,
capaces de hacernos comprender, cómo actúa el Espíritu Santo en nuestra vida, a
fin de que nos enseñen a relacionarnos con el Paráclito.
Mientras somos purificados y santificados por el Espíritu Santo, permanezcamos
unidos como hijos de la Iglesia, pues, el hecho de relacionarnos con quienes
compartimos virtudes, defectos y pecados, nos ayuda a crecer espiritualmente.
El Papa Francisco dijo el 06/05/2013:
"No se puede entender la vida cristiana sin la presencia del Espíritu Santo".
Nosotros no podemos crecer espiritualmente por nuestros medios. Esa es la razón
por la que, San Juan, en el Evangelio del Domingo VI de Pascua del ciclo C,
describió la obra del Espíritu Santo en nosotros, con las siguientes palabras:
"Pero el Paráclito, el Espíritu Santo,
que el Padre enviará en mi nombre,
os lo enseñará todo
y os recordará todo lo que yo os he dicho" (JN. 14, 26).
Si recordamos que el Espíritu Santo nos da a conocer las revelaciones divinas
profundamente, y nos mantiene palpitante el recuerdo de las enseñanzas de Jesús,
comprendemos las palabras del papa Francisco mencionadas anteriormente,
perfectamente. Alguien dijo que el Espíritu Santo es el gran desconocido, así pues,
o aprendemos a relacionarnos con Él, y a dejarnos impulsar por sus certeras
inspiraciones, o no podremos tener una fe ejemplar, en el Dios Uno y Trino. Para
comprender cómo debemos dejarnos impulsar por el Espíritu Santo, debemos
recordar cómo nos fiábamos de nuestros padres, cuando éramos muy pequeños, y
hacíamos todo lo que nos decían que hiciéramos, porque confiábamos en ellos,
plenamente.
3-5. Jesús ascendió al cielo, bendiciendo a sus discípulos.
"Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió
que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo" (LC. 24, 50-
51).
Los amigos de Jesús debieran haberse sentido tristes en cierta forma, tal como
nos sucede a nosotros, cuando pensamos en nuestras preocupaciones, cuando el
Mesías fue ascendido al cielo. Los discípulos de Jesús no se sintieron tristes, porque
comprendieron que, el ascenso de Jesús al cielo, era su perfecta vinculación al
Padre y al Espíritu Santo como Hombre, pues ello les hacía esperar la conclusión de
su purificación y santificación, a fin de que se cumplieran, las siguientes palabras,
del Hijo de Dios y María:
"«No se turbe vuestro corazón.
Creéis en Dios: creed también en mí.
En la casa de mi Padre hay muchas mansiones;
si no, os lo habría dicho;
porque voy a prepararos un lugar.
Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar,
volveré y os tomaré conmigo,
para que donde esté yo
estéis también vosotros" (JN. 14, 1-3).
Jesús no solo pronunció las citadas palabras pensando en sus discípulos del siglo
primero, pues tuvo en mente, a sus seguidores, de todos los tiempos. Jesús está en
el cielo disponiéndose a recibirnos en la presencia de Nuestro Padre común, cuando
seamos plenamente purificados y santificados, a fin de que le dejemos, convertir la
tierra, en su Reino de amor y paz.
3-6. Postrémonos ante el Señor, y alabémosle con nuestras palabras y obras.
"Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y
estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios" (LC. 24, 52-53).
Los amigos del Señor, no comprendían que arrodillarse ante el Mesías era una
vergonzante humillación, sino un gesto mediante el que aceptaban su pequeñez, y
la grandeza del Hijo de María, a quien le confiaron sus vidas, para que los enseñara
a cumplir la voluntad de Nuestro Padre común, tal como lo hizo Él.
Después de ver cómo Jesús fue ascendido al cielo, los discípulos del Señor no se
fueron cada uno por su lado, sino que se volvieron a Jerusalén, -es decir,
permanecieron unidos, como miembros de la Iglesia de Cristo-. Mientras
aguardaban la venida del Espíritu Santo sobre ellos que aconteció en Pentecostés,
alababan al Señor sin cesar con sus obras y palabras, y lo bendecían en el Templo
de la ciudad santa, porque, como buenos judíos, permanecían fieles a su religión.
¡Qué buenos ejemplos de fe fueron los amigos de Jesús para los cristianos tibios de
nuestro tiempo!
3-7. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-8. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico
y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de
asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de dios expuesta en LC. 24, 46-53 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Existe una contradicción entre la primera lectura y el Evangelio de hoy? ¿Por
qué?
¿Por qué dice San Lucas en los Hechos de los Apóstoles que Jesús instruyó a sus
Apóstoles durante cuarenta días antes de ascender al cielo, y en su Evangelio
afirma que los instruyó el Domingo de Pascua, antes de su Ascensión?
¿Son los relatos neotestamentarios semejantes a las crónicas periodísticas que
estamos acostumbrados a leer en la actualidad? ¿Por qué?
¿Cómo debe ser nuestra instrucción espiritual en el tiempo de Pascua?
3-2.
¿Sabes qué es el kerigma?
¿Cómo fue posible que los discípulos de Jesús comprendieran que la realización
de nuestra redención por parte del Señor fue profetizada en el Antiguo Testamento?
¿Por qué se les anuncia el kerigma a quienes desean ser bautizados?
¿en qué sentido es bueno sentirnos responsables de la muerte de Jesús?
¿Por qué debe serle predicado el Evangelio a toda la humanidad, y no ser
retenido por grupos cerrados?
¿Qué sucederá si no ayudamos a los religiosos a predicar la Palabra de dios?
¿Nos sentimos capaces de predicar el Evangelio humildemente y estamos
dispuestos a ser rechazados por ello, sin renunciar a la realización de nuestra
misión?
3-3.
¿Cómo podemos ser testigos de Jesús Resucitado?
¿Qué sucederá si nos convertimos en testigos del Señor?
¿Llevaremos a cabo este apasionante reto, o nos dejaremos arrastrar por la falta
de fe, la pereza, o el miedo a no imitar la conducta de Jesús, por si acontece que
pecamos?
3-4.
¿Qué debemos hacer para sentir la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida?
¿en qué sentido nos ayuda a crecer espiritualmente el hecho de relacionarnos
estrechamente con los miembros de nuestras comunidades de fe?
¿Por qué no se puede entender la vida cristiana sin la presencia del Espíritu
Santo?
¿Cómo actúa el Espíritu Santo en nuestras vidas?
¿Por qué nos será difícil tener fe en Dios, si no nos confiamos al Espíritu Santo?
3-5.
¿Por qué no se sintieron tristes los amigos de Jesús cuando vieron cómo el Señor
fue ascendido al cielo?
¿Qué está haciendo Jesús en el cielo?
3-6.
¿Cómo entendieron los amigos de Jesús el hecho de postrarse ante el Señor?
¿Para qué le confiaron los Apóstoles de Jesús sus vidas al Señor?
¿Por qué no se desvincularon los amigos de Jesús cuando el Mesías fue ascendido
al cielo? ¿Qué enseñanza nos aporta este hecho?
¿Vivimos alabando a Dios con nuestras palabras y obras constantemente?
5. Lectura relacionada.
Lee HCH. 1, 1-11, para conocer el segundo relato de San Lucas, de la Ascensión
de Nuestro Salvador, al cielo.
6. Contemplación.
Contemplemos a Jesús en las diversas etapas de su Pasión. Pensemos en cómo el
Señor oró en el huerto de Getsemaní, cómo lo juzgaron ilegalmente para
asesinarlo, y cómo se dejó maltratar y crucificar, para demostrarnos el amor que, el
Dios Uno y Trino, siente por nosotros.
Contemplemos a Jesús Resucitado, como vencedor de la muerte, y de las
debilidades de los hombres.
Contemplémonos impedidos para superarnos a nosotros mismos, e incluso
desesperanzados, porque pensamos que nuestras dificultades no se resolverán en
un corto espacio de tiempo.
Contemplemos a Jesús glorificado, y visualicémonos en la presencia del Dios Uno
y Trino, más allá de las dificultades, por cuya visión, sufrimos.
Contemplemos cómo la conversión al Señor y el perdón de nuestros pecados,
hacen de nosotros nuevas personas, a pesar del esfuerzo que nos supone,
aumentar nuestra fe, en el Dios Uno y Trino.
Pensemos lo maravilloso que sería el hecho de que nos relacionáramos con todos
nuestros hermanos de fe con quienes celebramos la Eucaristía, pues desconocemos
a muchos de los tales.
Oremos para que el Evangelio sea conocido y aceptado por toda la humanidad, y
trabajemos, arduamente, para que ello suceda.
Pensemos en el gozo y la responsabilidad que supone para nosotros, ser testigos
de las palabras, la obra redentora, la Pasión, la muerte, la Resurrección, y la
glorificación, del Hijo de dios y María.
Visualicémonos unidos a nuestros hermanos de fe, junto a quienes se ha
fortalecido nuestra creencia en el Dios Uno y Trino, y hemos recibido el poder del
Espíritu Santo, para ser tan buenos hijos de Dios, como nos lo permita la fe que
tenemos.
Pensemos que, al ser hermanos de Jesús, seremos glorificados en la presencia
del Dios Uno y Trino, cuando le permitamos al Espíritu Santo, concluir nuestra
purificación, y nuestra santificación.
Reconozcamos nuestra pequeñez, y la grandeza del Dios Uno y Trino. No
sintamos vergüenza por el hecho de rezar postrados. Nuestra postración ante el
Señor, es el inicio de nuestra glorificación.
A imitación de quienes vieron cómo Jesús fue ascendido al cielo, volvamos a
Jerusalén, -es decir, permanezcamos unidos a la Iglesia, alabando al Señor con
nuestras obras y palabras, mientras el Espíritu Santo concluye, nuestra purificación,
y nuestra santificación-.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 24, 46-53.
Comprometámonos a hacer algún gesto que simbolice nuestra adhesión al Dios
Uno y Trino y a su Iglesia.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Ayúdame a tener una fe inquebrantable, a fin de que pueda superar
mis defectos, y cada día, pueda parecerme más a ti.
9. Oración final.
Lee los Salmos 47 y 110, pensando que el Espíritu Santo te ayudará a vencer las
dificultades que caracterizan tu vida, y que serás glorificado junto a Cristo, cuando
concluya el proceso de tu purificación y tu santificación.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com