VII Semana de Pascua
Lunes
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas:
a.- Hch. 19,1-8: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo?
Este pasaje de los Hechos, deja al descubierto que existían cristianos, que habían
sido bautizados con el bautismo de Juan, como en el caso de Apolo (cfr. Hch. 18,
25). A diferencia de aquel, éstos no están vinculados a ninguna sinagoga, ni
tampoco a ninguna comunidad cristiana, no han oído hablar del Espíritu Santo, en
cambio, Apolo fue descrito, como hombre lleno del Espíritu Santo (v. 8; cfr. Hch.
18,27; 18. 25. 27). Vemos cómo en las comunidades había hombres y mujeres,
que todavía no eran plenamente cristianos, puesto que eran discípulos del Bautista
y de Jesús. Es evidente, que la predicación de Juan, llegó a la diáspora y estos
discípulos del Bautista, oyeron hablar de Jesús, y lo aceptaron como Mesías, pero
se ve, que les faltaba una mayor formación acerca del misterio y la persona del
Maestro de Nazaret. Necesitaban recibir el Bautismo de Jesús, para ser verdaderos
cristianos dentro de la Iglesia. Es Pablo, quien los bautiza, y por la imposición de
manos, reciben el Espíritu Santo, quedando incorporados en la naciente comunidad
de Éfeso. Afirma Pablo, que el Bautismo de Juan, era de penitencia y conversión, lo
refiere inmediatamente a Jesús, es decir, la auténtica conversión, supone la
confesión de fe en Jesús, para convertirse en cristiano. La imposición de manos,
llevada a cabo por Pablo, recuerda la praxis común que tenían los apóstoles al
respecto, como Pedro y Juan habían impuesto las manos a los que habían
abrazado la fe (cfr. Hch. 8,17). Si bien Pablo, tiene la misma categoría que Pedro y
los demás apóstoles, él por humildad, reserva ese título sólo para los Doce.
Finalmente, los recién bautizados, recibieron el don de lenguas y profecía (v. 6).
Vemos el éxito que tuvo Pablo, en esas jornadas misioneras en Éfeso.
b.- Jn.16, 29-33: Tened valor; yo he vencido al mundo.
El evangelio, nos presenta un momento de claridad entre los discípulos, respecto a
los discursos de Jesús, que hasta el momento no habían comprendido. Ahora, los
discípulos comprenden a Jesús, porque además hablaba con mayor claridad (cfr. Jn.
14-16), influenciados ciertamente por la luz de la Pascua, que se avecina y la luz
del Espíritu, que brilla en la nueva comunidad. La mayor claridad de las palabras de
Jesús, implica una mayor aceptación del Revelador, el enviado del Padre.
Aceptación hecha por fe, pero al mismo tiempo, con la certeza que la palabra de
Dios concede al creyente. Sólo a la luz de la fe, la vida eterna es presente, lo
mismo que la fe de los discípulos es presentada como un saber y creer (cfr. Jn. 6,
69). Jesús, lo sabe todo, es un saber que comunica a los suyos, como enviado del
Padre, responde las inquietudes de los hombres. La pregunta de Jesús: “¿Ahora
creéis?” (v.31), parece más bien, un confirmar la desconfianza en una fe parcial, ya
que la fe completa está unida al misterio de la Hora de Jesús, es decir, a su muerte
y resurrección. La auténtica fe, está unida al escándalo de la Cruz, de ahí que
cuando se anunció este escándalo, los apóstoles se dispersaron y abandonaron a
Jesús (v. 32), pero el Hijo, no está sólo, porque el Padre siempre está con ÉL. Los
creyentes muchas veces, dejan a Jesús, se refugian en el mundo, dando la
impresión, que el vencedor del momento fuera Satanás, como príncipe de este
mundo. El único vencedor es Jesús, porque realmente jamás está solo, el Padre
está con ÉL, porque ni Jesús ni el Padre pueden ser vencidos. El anuncio de
abandono de Jesús, por parte de los discípulos, es para que tengan paz en ÉL.
Cosas de la fe. Junto al “Creo Señor”, que profesa el creyente, sabe muy bien, que
es necesaria la ayuda del Señor: “Aumenta mi fe” (Mc. 9, 24). El fundamento
último de la paz del discípulo, nace de la fe en Cristo Jesús, por lo tanto, ÉL es
nuestra paz (cfr. Is.9,5). La certeza de fe del creyente, se apoya no en su decisión
de creer, sino en Aquel, en quien cree firmemente. Necesitamos conocer cada vez
más a Jesús, como los apóstoles, escucharle, para que nuestro saber hunda sus
raíces en Aquel que el Padre no envió para nuestra salvación. Que la Cruz, no sea
escándalo para nosotros, no dejemos solo a Jesús, siempre nos necesita, mejor
dicho, somos nosotros quienes le necesitamos siempre.
Santa Teresa de Jesús, hija de su tiempo y de su Iglesia, batalladora por carácter,
recia en sus virtudes, exhorta al cristiano a luchar por su fe, respondiendo a la
gracia divina. “La otra cosa es, y que hace mucho al caso, que pelea con más
ánimo. Ya sabe que, venga lo que viniere, no ha de tornar atrás. Es como uno que
está en una batalla, que sabe, si le vencen, no le perdonarán la vida, y que ya que
no muere en la batalla ha de morir después; pelea con más determinación y quiere
vender bien su vida, como dicen, y no teme tanto los golpes, porque lleva adelante
lo que le importa la victoria y que le va la vida en vencer. Es también necesario
comenzar con seguridad de que, si no nos dejamos vencer, saldremos con la
empresa; esto sin ninguna duda, que por poca ganancia que saquen, saldrán muy
ricos. No hayáis miedo os deje morir de sed el Señor que nos llama a que bebamos
de esta fuente. Esto queda ya dicho, y querríalo decir muchas veces, porque
acobarda mucho a personas que aún no conocen del todo la bondad del Señor por
experiencia, aunque le conocen por fe. Mas es gran cosa haber experimentado con
la amistad y regalo que trata a los que van por este camino, y cómo casi les hace
toda la costa.” (CV 23,5).