VII Semana de Pascua
Martes
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas:
a.-Hch. 20,17-27: Pablo habla a los presbíteros de Éfeso.
Los Hechos de los Apóstoles, nos presenta el discurso de Pablo en Mileto, a los
presbíteros de esa comunidad. Es la despedida del apóstol, luego de toda una tarea
evangelizadora a modo de síntesis. La primera parte habla de su pasado, actividad
en Éfeso; la segunda se refiere al presente, está encadenado; la tercera anuncia su
muerte y la cuarta, habla del futuro de la Iglesia y las doctrinas erróneas que
vendrán. Denominador común en el discurso, es el la ejemplaridad de Pablo, es
decir, tiene un fundamento real la misma vida del apóstol que conocemos por sus
cartas, es un ejemplo a imitar (cfr.1 Cor. 4, 16; 11,1; Gál. 4, 12; 2 Cor. 3, 1).
Pablo, termina su actividad pastoral en libertad, tal como lo presenta Lucas, es el
misionero ideal y responsable excepcional de la comunidad cristiana. La vida
apostólica de Pablo, es un servicio continuo al Señor, con una humildad admirable,
reconocida o no, es el que derrama lágrimas por sus preocupación pastoral,
sufriendo en sí los dolores de Cristo, mientras los judíos trabajan en contra de la
tarea apostólica de Pablo (cfr. Gál. 1, 10; Flp. 1,1; 2, 22; 2 Cor. 11,7; Flp. 4, 12; 2
Cor. 2,4; Gál. 4, 19-20; 2 Cor. 1,5; Col. 1,24). El centro de su predicación era la
conversión y creer en Jesucristo, y todo eso, por fidelidad al ministerio recibido: dar
testimonio del evangelio de la gracia de Dios (vv. 21. 24). El evangelio, lo presenta
Pablo con muchas denominaciones, pero con un denominador común: la Palabra de
Dios. Palabra de la gracia, evangelio de la gracia, palabra de salud (cfr. v. 24; Hch.
14, 3; 20,24; 13,26). También es palabra del reino, palabra de la cruz, palabra de
reconciliación, palabra de verdad, palabra de vida (cfr. Mt. 13, 19; 1Cor. 1, 18; 2
Cor. 5,19; Ef. 1, 13).
b.- Jn. 17, 1-11: Padre, glorifica a tu Hijo.
El evangelio nos presenta el comienzo de la oración sacerdotal de Jesús. Su oración
tiene como trasfondo, lo que está por venir la pasión, muerte y resurrección, pero
sin mención de tristeza alguna, ya que para Juan, el Maestro comienza su
glorificación desde el comienzo de su pasión. Llegada su Hora pide al Padre que le
devuelva la gloria que tenía, para poder glorificarlo a ÉL. En su pasión Cristo es
Señor, Rey soberano, autoridad; la manifestación de gloria que pide al Padre, es
para poder dar vida eterna, a los que crean en ÉL. Juan define al cristiano, como
aquel que conoce al Hijo del Hombre, quien en vida humilde y su entrega a la
muerte y resurrección está constituido en Señor; el que descubre que en la pasión
comenzó su exaltación y glorificación; quien ve en Jesús al Padre, y acepta el nuevo
estilo de vida, vida eterna. El Hijo a glorificado al Padre, realizando de forma
perfecta la misión que le encomendó, es ahora, en el momento sublime del
Calvario, lo glorifique y que su Padre le devuelva la gloria que tenía antes de la
creación del mundo (cfr. Jn.1,1). Esta gloria al Padre ha consistido en darlo a
conocer a los hombres, han aceptado la palabra que les ha comunicado de su parte,
en forma obediente y responsable. Toda la enseñanza, procede en definitiva del
Padre, el mismo procede como enviado del Padre. Han creído en su misión y origen.
Finalmente, ruega por los discípulos, no por el mundo, sino por aquellos que
llevarán a cabo, la gran misión evangelizadora en el mundo. Como ÉL, los
discípulos, son de arriba y de abajo, es decir, están en este mundo, perteneciendo
al de arriba, al cielo.
Santa Teresa de Jesús, se sabe viviendo en Dios Uno y Trino, desde que conoció el
amor de Jesús. “Y así, orando una vez Jesucristo nuestro Se￱or por sus ap￳stoles
-no sé adónde es- dijo, que fuesen una cosa con el Padre y con El, como Jesucristo
nuestro Señor está en el Padre y el Padre en El (14). ¡No sé qué mayor amor puede
ser que éste! Y no dejamos de entrar aquí todos, porque así dijo Su Majestad: No
sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mí también, y
dice: “Yo estoy en ellos”. ¡Oh, válgame Dios, qué palabras tan verdaderas!, y ¡cómo
las entiende el alma, que en esta oración lo ve por sí! Y ¡cómo lo entenderíamos
todas si no fuese por nuestra culpa, pues las palabras de Jesucristo nuestro Rey y
Se￱or no pueden faltar!” (7M 2,7-8).