“LA IGLESIA Y EL ESPÍRITU SANTO”
Carta monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el domingo de Pentecostés (19 de mayo 2013)
En este domingo estamos celebrando la gran Solemnidad de Pentecostés. El Evangelio de
San Juan (20,19-23), nos muestra a Jesucristo Resucitado, enviando a sus Apóstoles, a
aquellos que fueron elegidos entre los discípulos: “Como el Padre me envi￳ a mí, yo
también los envío a ustedes” (Jn. 20,21). Y les otorga el poder para ejercer el ministerio de
perdonar y retener los pecados, que los sacerdotes ejercen en el Sacramento de la
confesi￳n: “Al decirles esto sopl￳ sobre ellos y a￱adi￳: reciban el Espíritu Santo. Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a los que
ustedes se los retengan” (Jn. 20,22-23).
Es bueno recordar que estos hombres eran como nosotros. Los relatos que nos narran los
textos bíblicos no los muestran como un grupo de perfectos. Pedro cuando es elegido se
reconoce como pecador y en el contexto de la Pasión de Jesús lo niega tres veces. Juan y
Santiago pretendían los mejores lugares, provocando los celos de los otros discípulos. Estos
hombres y algunos otros discípulos, “junto a María”, estaban orando en el “cenáculo”, en la
mañana de Pentecostés, cuando el Paráclito prometido, el Espíritu Santo descendió sobre
ellos (Hechos 2). En esa mañana, de hace casi 2000 años nació la Iglesia. El Espíritu Santo
prometido va acompañándola y lo hará hasta el final de los tiempos.
En esta reflexión de Pentecostés quiero especialmente tener presente a la Iglesia. Los
cristianos por el bautismo somos parte de la Iglesia. Nuestra fe en Jesucristo, el Señor, por
un lado tiene una dimensión de compromiso personal y por otro necesariamente tiene una
dimensi￳n comunitaria, “eclesial”.
Es importante decir esto porque en nuestro tiempo el individualismo es muy fuerte. No
faltan aquellos que se manifiestan “cat￳licos” y sus criterios, opciones y modo de vida no
son compatibles, ni están en comunión con la Iglesia. Sin la referencia comunitaria-eclesial,
terminamos acomodando la Palabra de Dios, a nuestra medida, gustos o propias ideologías.
El documento de los Obispos argentinos “Navega mar adentro”, subraya este tema de la fe
vivida en la comuni￳n de la Iglesia. Nos dice: “Todos los cristianos estamos llamados a
vivir nuestra fe en comunidad, en la Iglesia. Porque Dios no nos llama a una santidad
individualista, aislados de los demás. La Trinidad nos invita a una santidad comunitaria y a
una misi￳n compartida”. Es en la comunidad de la Iglesia donde formamos nuestra fe, nos
animamos entre los cristianos en las dificultades, recibimos el perdón de los pecados y
sobre todo nos alimentamos con la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor. La fe
sencilla y profunda de nuestra gente llama a este momento “la comuni￳n”. Sin esta
dimensión comunitaria de la fe, difícilmente podremos asumir una espiritualidad y
compromiso cristiano en nuestras maneras de pensar, criterios de juicio y normas de acción.
El Apóstol San Pablo nos enseña que debemos amar a la Iglesia: “El poder de Dios lo
constituyó a Cristo, por encima de todo, cabeza de la Iglesia (Ef. 1,22). A ella que es el
cuerpo, le comunicó abundantemente los dones del Espíritu Santo (1 Cor. 12,4-11) y a ella
le toca llevar a su plenitud la obra salvadora del Señor, haciendo cada vez más efectiva la
reconciliación de los hombres con Dios y entre sí. El mismo Apóstol, al referirse al
matrimonio manifiesta la necesidad que los esposos se amen como “Cristo am￳ a la Iglesia
y se entregó por ella, para santificarla” (Ef. 5,25).
Hace casi 2000 años desde aquel Pentecostés que la Iglesia sigue anunciando a Jesucristo
por la fuerza del Espíritu Santo que la anima. Nosotros estamos llamados a ser los testigos
en este inicio de milenio. Sabemos que esto no es fácil por la complejidad de nuestro
tiempo, pero no es poco contar con la certeza que el Espíritu nos acompaña y seguirá
acompañándonos hasta el final de los tiempos.
Hasta el próximo domingo y ¡Feliz Pentecostés!
Monseñor Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas