VII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
VIERNES
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Eclo. 6,5-17: Un amigo fiel no tiene precio.
b.- Mc. 10,1-12: Pregunta sobre el divorcio.
El matrimonio cristiano es un camino de santidad, un modo concreto de vivir el
compromiso de la fe en sociedad, en comunidad. Frente a la pregunta de los
fariseos si es posible el divorcio, Jesús ratifica la doctrina de la indisolubilidad del
matrimonio cristiano. Se trata de volver la mirada al proyecto original de Dios Padre
(vv. 4-12). Con esta afirmación, Jesús le devuelve a la mujer su dignidad, en una
sociedad machista en las que apenas tenía derechos. Marcos, refleja la posibilidad
del divorcio de parte de la mujer respecto al marido, es decir, que ella lo pueda
repudiar, admitido por el derecho romano vigente, no así en la ley judía, en que
sólo el hombre gozaba de ese derecho. Esta divergencia diferencia a Marco respecto
de Mateo en este mismo pasaje (cfr. Mt. 19, 3ss). El divorcio permitido por Moisés,
consistía en una carta de libertad y de repudio que firmaba el hombre, el marido y
devolvía la mujer a su padre o familia. (cfr. Dt. 24,1-4). Para Jesús, este acto
responde a la terquedad e incapacidad moral de los judíos respecto a los valores del
matrimonio y la familia. Abolida esa ley, Jesús proclama la indisolubilidad del
matrimonio, volviendo a la voluntad de Dios que manifestó desde el principio. Por lo
tanto, esta condición de indisolubilidad, no nace de una norma externa al mismo
matrimonio, sino de su misma naturaleza y condición, tal como Dios lo quiso desde
el principio. San Pablo, luego de la experiencia de Pentecostés, añadirá su
fundamento cristológico y eclesial, al Sacramento del amor de los esposos
cristianos, como una prolongación del amor de Cristo por su Esposa la Iglesia (cfr.
Ef. 5, 21ss). El amor para que sea fiel necesita una gran dosis de sacrificio
personal, oblación pura y sincera del propio egoísmo, para hacer feliz al otro, donde
en lugar de disparar cada cual según su proyecto personal, converjan todos los
proyectos afectivos, familiares, profesionales, amorosos, eclesiales. Es lógico
entregarse a un amor fiel, único e indisoluble, un proyecto matrimonial y familiar
para toda la vida. En el sacrificio está la voluntad de vivir una fidelidad enamorada
del amor verdadero y fecundo en lo matrimonial y eclesial.
Santa Teresa de Jesús, recibió la gracia del matrimonio espiritual, el último grado
de amor. “Estando en la Encarnación el segundo año que tenía el priorato, octava
de San Martín, estando comulgando, partió la Forma el Padre fray Juan de la Cruz,
que me daba el Santísimo Sacramento, para otra hermana. Yo pensé que no era
falta de Forma, sino que me quería mortificar, porque yo le había dicho que gustaba
mucho cuando eran grandes las Formas (no porque no entendía no importaba para
dejar de estar el Señor entero, aunque fuese muy pequeño pedacico). Díjome Su
Majestad: «No hayas miedo, hija, que nadie sea parte para quitarte de Mí»;
dándome a entender que no importaba. Entonces representóseme por visión
imaginaria, como otras veces, muy en lo interior, y dióme su mano derecha, y
díjome: «Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy. Hasta ahora
no lo habías merecido; de aquí adelante, no sólo como Criador y como Rey y tu
Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía: mi honra es ya tuya y la
tuya mía». Hízome tanta operación esta merced, que no podía caber en mí, y quedé
como desatinada, y dije al Señor que o ensanchase mi bajeza o no me hiciese tanta
merced; porque, cierto, no me parecía lo podía sufrir el natural. Estuve así todo el
día muy embebida. He sentido después gran provecho, y mayor confusión y
afligimiento de ver que no sirvo en nada tan grandes mercedes.” (Relaciones 25).