Solemnidad. Domingo de Pentecostés
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Hch. 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo.
Luego de la Ascensión de Jesús al cielo, lo más importante para Lucas, es describir
la venida del Espíritu Santo, que llevará a los discípulos a la verdad completa.
Recurre a la tradición, donde se sabe que en una de las apariciones de Jesús
resucitado había soplado sobre sus discípulos (cfr. Jn. 20, 22). En el trasfondo,
tenemos la idea de la primera creación, ahora se describe, la segunda creación,
entendiendo por ello, la redención; así como al principio contamos con el aliento
vital (cfr. Gn. 2,7), ahora el soplo del Espíritu, crea al hombre nuevo. Lucas, usa
todos los elementos de las epifanías del AT. El Espíritu viene de Dios, del cielo, pero
como el Espíritu es imperceptible, se describe como viento impetuoso, es el
pneuma. Ese viento o Espíritu, destinado a los apóstoles llena toda la casa, donde
estaban reunidos. Las lenguas de fuego, tienen su origen en la tradición judía que
decía que en el Sinaí, la palabra de Dios, se convirtió en 70 lenguas, según se creía
eran setenta los pueblos de la tierra, de modo que cada pueblo pudiera recibir la
Ley en su propia lengua (cfr. Gn. 10-11). Pentecostés, era la fiesta que evocaba la
entrega de la Ley en el Sinaí. Siempre en esa tradición, la llama se convirtió en
lengua, es decir, la manifestación de Dios, se hizo inteligible, ya que el hombre se
manifiesta a través de la lengua a los demás. Lucas, quiere mostrar en Pentecostés,
la fuerza y el poder del Espíritu a todos los judíos de la Diáspora y los venidos a la
fiesta, en el fondo se trata de hablar de universalidad. Se habla de 12 regiones
distintas, y todos oyen hablar de las maravillas de Dios, con ello se confirma la
presencia y obra del Espíritu Santo en medio de ellos. Las maravillas de Dios, se
refieren al contenido del evangelio y al universalismo que está alcanzando. El
milagro de las lenguas, en que todos se entendían, se refiere no sólo a la
superación de las lenguas sino a que el evangelio, está llamado a ser destinado a
todo el mundo. Todas las lenguas hablarán el evangelio de Jesús.
b.- 1Cor. 12,3-7.12-13: El Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
El texto de Pablo, es la respuesta a una inquietud de descubrir si toda exaltación
espiritual es o no de un verdadero creyente en Jesucristo, autentica manifestación
de uno que acepta al Señor Jesús en su vida. También los Corintios habían vivido
experiencias religiosas significativas o espirituales, en sus religiones paganas, antes
de convertirse. El creyente carismático: ¿es un auténtico creyente? Los carismas
vienen de Dios y es el Espíritu, quien los comunica en forma concreta como
aptitudes concretas que deberá poner al servicio de la comunidad eclesial. Estos
carismas, si bien dados en forma personal, buscan la unidad de todo el cuerpo
eclesial, no deben ser jamás causa de división, porque se trata de enriquecer a todo
el cuerpo. Se trata de evitar el paternalismo o tiranía, se pretende alcanzar la
contribución de todos los hombres y mujeres carismáticos, a la unidad al servicio de
la Iglesia, en su amplia diversidad.
c.- Secuencia del Pentecostés
- Ven, Espíritu divino,/ manda tu luz desde el cielo. / Padre amoroso del pobre;/
don en tus dones esplendido; /luz que penetra las almas;/ fuente del mayor
consuelo.
- Ven, dulce huésped del alma,/ descanso de nuestro esfuerzo,/ tregua en el duro
trabajo, / brisa en las horas de fuego,/ gozo que enjuga las lágrimas /y reconforta
en los duelos.
- Entra hasta el fondo del alma,/ divina luz, y enriquécenos./ Mira el vacío del
hombre / si tú le faltas por dentro;/ mira el poder del pecado/ cuando no envías tu
aliento.
- Riega la tierra en sequía,/ sana el corazón enfermo,/ lava las manchas, infunde/
calor de vida en el hielo,/ doma el espíritu indómito,/ guía al que tuerce el sendero.
- Reparte tus siete dones/ según la fe de tus siervos. / Por tu bondad y tu gracia/
dale al esfuerzo su mérito;/ salva al que busca salvarse/ y danos tu gozo eterno.
Amén.
c.- Jn. 20,19-23: Recibid el Espíritu Santo.
En esta aparición del Resucitado, Juan ha querido dejar en claro lo específico de
este encuentro con los discípulos: la paz os dejo, el envío de los discípulos, el don
del Espíritu a la naciente comunidad eclesial y el perdón de los pecados. El don de
la paz, primer don, es más que un saludo, ya que aparece con frecuencia en los
labios de Jesús, el darnos su paz (cfr. Jn. 14, 27), fruto de la pasión, muerte y
resurrección que se dispone a vivir. Con su paz envía a los apóstoles a predicar el
evangelio a toda la comunidad eclesial por ellos representada; este es el segundo
don del Señor. Esta realidad se hará fecunda en la labor misionera que nos
relatarán los Hechos, donde la predicación del kerigma gastó la vida de todos estos
hombres, que siguieron a Jesús. Recibieron el mandato, como ÉL lo había recibido
de su Padre. El don de predicar, movidos y guiados en todo por el Espíritu Santo. El
Espíritu Santo fue dado en forma particular a los apóstoles; es el tercer don del
Resucitado y el primer encuentro de la comunidad apostólica con el Espíritu Santo,
que comenzará a ser el verdadero protagonista de los Hechos de los apóstoles. Lo
verdaderamente importante, es cómo comenzó a ser una realidad viva y operante
desde el primer instante hasta hoy. Un símbolo recurrente para significar esta
manifestación es el soplo, que hace el Resucitado sobre los apóstoles para que
reciban el Espíritu Santo; el mismo de la primera creación. Este don de Jesús a sus
discípulos, es dado en la misma forma en que Dios comunicó el aliento de vida a
Adán en el paraíso (cfr. Gen. 2,7; Ez. 37, 1-14).
El cuarto don es el perdón de los pecados; este don del Espíritu es dado como
antídoto contra el pecado; Jesús lo comunica a sus discípulos y a los sucesores de
los apóstoles. Concede a la Iglesia, representada en los apóstoles, la capacidad de
perdonar y retener el perdón, de admitir un miembro, como de excluirlo de la
comunidad eclesial. El poder debía venir de Jesús para la comunidad y sus
miembros (cfr. Mt. 16, 16-19; 18, 18). Estos cuatro dones del Resucitado a la
Iglesia, son maravillosos en la medida en que el Espíritu Santo los recrea en la
comunidad, la Iglesia siempre para dar la vida nueva a los creyentes. ÉL nos había
prometido vida en abundancia (cfr. Jn. 10,10), ahora la poseemos gracias a la
acción del Espíritu en el interior de la Iglesia y en el espíritu de cada cristiano que
vive esta intimidad divina.
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