Fiesta. Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote.
En la santa Cena nos da el sacrificio de su entrega, que nos salva: “Esto es
mi cuerpo. Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre”
Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo:
–“He deseado enormemente comer esta comida pascual con
vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a
comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios.” Y tomando una
copa, dio gracias y dijo:
–“Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que
no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino
de Dios.”
Y tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se
lo dio diciendo:
–“Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto
en memoria mía.”
Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo:
–“Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se
derrama por vosotros” (Lucas 22,14-20).
1. Hoy, Señor, nos invitas a adentrarnos en tu maravilloso corazón
sacerdotal. Admiramos tu corazón de pastor y salvador, que se desvive por
tu rebaño, al que no abandonarás nunca. Un corazón el tuyo, que
manifiesta “ansia” por los suyos, por nosotros: « Con ansia he deseado
comer esta Pascua con vosotros antes de padecer » (Lc 22,15). Jesús,
con corazón de sacerdote y pastor manifiestas tus sentimientos,
especialmente, en la institución de la Eucaristía, en la Última Cena, donde
vas a instituir el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, misterio de fe y
de amor.
Por lo mismo que Dios ama, creó el mundo: ¡Cuánta maravilla,
cuánta belleza!: "¡Oh montes y espesuras, / plantados por la mano del
Amado!, / ¡oh, prado de verduras de flores esmaltado!, / decid si por
vosotros ha pasado" (San Juan de la Cruz). Creó los hombres. Los hombres
desobedecieron y pecaron (Gén 3,9). El pecado es un desequilibrio, un
desorden, como un ojo monstruoso fuera de su órbita, como un hueso
desplazado de su sitio, buscando el placer, la satisfacción del egoísmo, de la
soberbia. Como un sol que se sale del camino buscando su independencia.
Frustraron el camino y la meta de la felicidad. De ahí nace la necesidad de
la expiación, del sufrimiento, del dolor, por amor, para restablecer
el equilibrio y el orden. Dios envía una Persona divina, su Hijo, a
"aplastar la cabeza de la serpiente", haciéndose hombre para que
ame como Dios, hasta la muerte de cruz, con el Corazón abierto.
Tú, Jesús, eres nuestro salvador, sacerdote para siempre,
perfecto mediador por ser Hombre Dios , el Siervo de Yavé, que,
"desfigurado no parecía hombre, como raiz en tierra árida, si figura, sin
belleza, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos, considerado leproso, herido de Dios y
humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros
crímenes, como cordero llevado al matadero", inicias la redención de los
hombres, sus hermanos. Tú eres la Cabeza, a la que quieres unir a todos
los hombres, que convertidos en sacerdotes, darán gloria al Padre, al Hijo y
al Espíritu, e incorporados a la Cabeza, serán corredentores con El de toda
la humanidad. El Padre, cuya voluntad has venido a cumplir, te ha
constituido Pontífice de la Alianza Nueva y eterna por la unción del Espíritu
Santo, y determinando, en su designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su
único sacerdocio. Para eso, antes de morir, eliges a unos hombres para que,
en virtud del sacerdocio ministerial, bauticen, proclamen tu palabra,
perdonen los pecados y renueven tu propio sacrificio, en beneficio y servicio
de sus hermanos.
"Él no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo
santo, sino también, con amor de hermano, ha elegido a hombres de
este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de
su sagrada misión. Ellos renuevan en su nombre el sacrificio de la
redención, y preparan a sus hijos el banquete pascual, donde el pueblo
santo se reúne en su amor, se alimenta con su palabra y se fortalece con
sus sacramentos. Sus sacerdotes, al entregar su vida por él y por la
salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y así dan
testimonio constante de fidelidad y amor" (Prefacio).
El sacerdote intercede ante Dios, le hace propicio, le da
gracias, da a Dios el culto debido. Impetra sus dones. El sacerdote
ama. Ha reservado su corazón para ser para todos . El sacerdote es
antorcha que sólo tiene sentido cuando arde e ilumina. El sacerdote hace
presente a Cristo. En los sacramentos y en su vida. Es el alma del mundo.
Donde falta Dios y su Espíritu él es la sal y la vida. No hace cosas sino
santos. Todos hemos de ser santos, pero sin sacerdotes difícilmente lo
seremos. Es grano de trigo que si muere da mucho fruto. Hemos de pedir al
Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies.
2. El canto de Ísaías habla de ti, Jesús; está maravillosamente
explicado como tomas nuestros pecados y los hace tuyos, al tomar la cruz
cargas con ellos: “Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía
hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos,
ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo
inaudito”.
Este “evangelio” de la Pasión, escrito siglos antes de tu llegada,
Jesús, explica paso a paso lo que te pasó en cada uno de tus sufrimientos…
como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo
vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el
cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó
nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo
estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue
traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros
crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices
nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su
camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como
cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo
llevaron”…
Al contemplar este sacrificio que nos salva, que te costó tu sangre,
quisiera, Jesús, pedirte que graves en mi alma tus sentimientos, para poder
participar de tu misión, ser corredentor contigo: “ Lo arrancaron de la
tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le
dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los
malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño
en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida
como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el
Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma
verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará
a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una
multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los
pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los
pecadores ”. Con estas últimas palabras abiertas a la esperanza, se ve tu
obra, Señor, y que nos abres las puertas del cielo cuando te das por amor
hasta la muerte.
Hebreos explica que por medio del Sacrificio expiatorio de Cristo
hemos sido santificados de tal forma que, perdonados nuestros pecados,
hemos sido consagrados para poder acercarnos al Dios vivo y poder, así,
participar de la ciudad celeste. Así se ha cumplido lo que el Espíritu Santo
prometió en las Sagradas Escrituras: Que nos perdonaría nuestras culpas y
olvidaría para siempre nuestros pecados. Los que por medio de la fe
aceptamos a Cristo y su oferta de salvación, junto con Él participamos ya
desde ahora de la Vida que Él nos ofrece, y que llegará a su plenitud en
nosotros cuando junto con Él, mediante su Sangre derramada por nosotros,
estemos eternamente con Dios, santos como Él es Santo.
3. Es lo que hoy celebramos en tu fiesta, Cristo Sacerdote perfecto, y
hoy nos cantas con el Salmo: “ Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad. Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos
planes en favor nuestro; nadie se te puede comparar. Intento
proclamarlas, decirlas, pero superan todo número ”. Quisiera participar
de tu corazón, Señor, y hacer también yo la voluntad de Dios.
Luego nos cuentas que tu alma estaba preparada para realizar este
nuevo sacrificio que viene de tu obediencia: “ Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio
expiatorio. Entonces yo digo: «Aquí estoy -como está escrito en mi
libro para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en
las entrañas ”.
Son las maravillas que Dios ha hecho a favor nuestro. No te has
reservado nada, Señor, y por eso tu entrega ha dado fruto, el que tú como
Hijo te ofrezcas consciente de ser instrumento de nuestra redención: “ He
proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los
labios; Señor, tú lo sabes. No me he guardado en el pecho tu
defensa, he contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu
misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea ”.
Virgen Santísima, tú eres Madre del Sumo y eterno sacerdote, a ti
nos acogemos para que se haga en nosotros la salvación que tu hijo nos
ofrece.
Llucià Pou Sabaté