Solemnidad de Pentecostés de los ciclos A, B y C.
Recibid el Espíritu Santo.
Ejercicio de lectio divina de JN. 20, 19-23.
1. Oración inicial.
Estimados hermanos y amigos:
El Evangelio de la solemnidad de Pentecostés, que también meditamos el
Domingo II de Pascua de los tres ciclos del calendario litúrgico de la Iglesia,
encierra en sí, un resumen, de las celebraciones más importantes del tiempo de
Pascua, las cuales son preparadas por nosotros, durante el tiempo de Cuaresma, y
la cincuentena anterior, a la solemnidad de Pentecostés.
Dado que Jesús resucitó el primer día de la semana hebrea, -el día que
conocemos como Domingo (Dies Domini, día del Señor), los cristianos celebramos
la Eucaristía el citado día, para pedirle al Señor, que nos ilumine para que vivamos
inspirados en el cumplimiento de su voluntad.
Los discípulos de Jesús, no podían creer que su Maestro había vencido a la
muerte, así pues, San Juan nos dice que estaban encerrados, por miedo a las
represalias que las autoridades de los judíos, podían tomar contra ellos. Oremos
para aprender a ser abiertos de mente para no despreciar a quienes no comparten
nuestras creencias.
Tal como Jesús se les apareció a sus discípulos y se puso en medio de ellos, el
Señor es el principal celebrante de la Eucaristía. Cuanto mayor sea nuestra
convicción de que Jesús se manifiesta en el mundo, en la Iglesia y en nuestra vida,
más fácil nos será, creer que, verdaderamente, el Mesías está entre nosotros.
Oremos para pedirle al Señor que nos ayude a vivir la paz que nos ha dado, la
cual no se reduce a la ausencia de conflictos, pues nos enseña a vivir en medio de
dificultades, sabiendo que, si las tales atañen a nuestra vida, nos aportarán
enseñanzas útiles, que nos ayudarán a ser purificados, y santificados.
Jesús les mostró a sus amigos sus manos y el costado. ¿Qué nos enseña el Señor
a nosotros a nivel individual y colectivo, para que nos sintamos motivados a ser sus
seguidores, y a vivir en comunidad de hermanos de fe?
Jesús nos envía a darles ejemplo de fe viva a los creyentes y no creyentes, tal
como Él lo hizo con sus discípulos inmediatos. Todos tenemos la oportunidad de
ejercitar los dones que hemos recibido del Espíritu Santo. A modo de ejemplos, que
hagan el bien quienes tengan la oportunidad de ejercitar la bondad, y que enseñen
la Palabra de Dios, quienes tienen el privilegio de conocerla.
Jesús nos hace receptores de los dones del Espíritu Santo. Ello significa que, en
conformidad con el crecimiento de nuestra fe, y la adquisición del conocimiento de
las ciencias divina y humana, tenemos la oportunidad de ser, buenos siervos de
Nuestro Dios Uno y Trino, extinguiendo las carencias de nuestros prójimos los
hombres, valiéndonos de todos los medios que tengamos, para lograr el objetivo,
de ser buenos imitadores de la conducta que el Señor observó, cuando vivió en
Palestina.
Jesús les ha concedido a sus ministros la facultad de perdonar pecados, y de
retenerles el perdón de sus malos pensamientos, palabras y obras, a quienes no se
arrepientan de ello.
En virtud de nuestro conocimiento de la Palabra de Dios, estamos capacitados
para actuar en conformidad con lo que Nuestro Padre común quiere, y de rechazar
lo que no aprueba.
Oremos:
Secuencia de Pentecostés.
VEN, ESPIRITU DIVINO
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
(Desconozco el autor).
2. Leemos atentamente JN. 20, 19-23, intentando abarcar el mensaje que San
Juan nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Recibid el Espíritu Santo
Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en
una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se
puso en medio y les dijo:
—«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
—«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
—«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos".
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de JN. 20, 19-23.
3-1. ¿Por qué meditamos en la Misa del día de Pentecostés el Evangelio del
Domingo II de Pascua?
Al meditar el Evangelio que estamos considerando al finalizar la octava de
Pascua, solemos reflexionar sobre el estado en que estaban los discípulos del
Señor, antes de creer que Jesús resucitó de entre los muertos. Al considerar el
citado texto en esta ocasión, hacemos énfasis en cómo cambiaron los amigos del
Señor, cuando creyeron que el Mesías venció a la muerte, y recibieron los dones del
Espíritu Santo.
3-2. El atardecer del primer día de la semana.
"Al atardecer de aquel día, el primero de la semana" (JN. 20, 19a).
San Juan nos habla del primer día de la semana en que acontece la creación del
nuevo mundo llamado Reino de Dios, que se asemeja a una creación paralela, que
todos conocemos, la cual es la creación de nuestro mundo, que está descrita,
gráficamente, en los dos primeros capítulos, del primer volumen bíblico. Cuando
Jesús resucitó de entre los muertos, empezó a renovar el mundo, para hacer del
mismo, el Reino de Dios.
3-3. La actitud de quienes no aceptan a Dios.
"Estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se
encontraban los discípulos" (JN. 20, 19b).
Los discípulos de Jesús permanecían escondidos, por miedo a las represalias que
las autoridades de los judíos, podían tomar contra ellos, y porque no podían creer,
que Jesús había resucitado de entre los muertos, a pesar de que se le apareció, a
María Magdalena (JN. 20, 11-18).
Si nos hemos acostumbrado a rezar sin manifestar nuestra fe fuera de los
templos en que celebramos los Sacramentos, si creemos en el Dios Uno y Trino sin
manifestárselo a nadie, o si no profesamos nuestra fe públicamente, por miedo a no
ser comprendidos, se deduce de estos hechos, que no podemos creer, que Jesús ha
vencido a la muerte. No permitamos que nuestros corazones ni nuestras
comunidades sean como locales cerrados. En la medida que nos atrevamos a
predicar la Palabra de Dios, y resolvamos las dudas de fe de nuestros oyentes y
lectores, se nos acrecentará la fe, sin que nos percatemos de ello.
3-4. Jesús se nos manifiesta en el mundo, en la Iglesia y en nuestra vida, y nos
concede su paz.
"Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros"" (JN. 20,
19C).
Dado que quizás nos sucede que apenas conocemos al Señor, nos es difícil
comprender que no podemos comprobar que está entre nosotros empíricamente,
pero, podemos saber que no nos desamparó cuando fue ascendido al cielo, por
medio de la fe que le profesamos, al Dios Uno y Trino. Para poder explicarnos cómo
podemos experimentar la presencia del Dios Uno y Trino en nuestra vida, podemos
considerar, la siguiente meditación.
Es Dios
¿Alguna vez sentiste el deseo de hacer una cosa agradable por alguien a quien le
tienes cariño?
ES DIOS que te habla a través del Espíritu Santo.
¿Alguna vez sentiste tristeza y soledad, aunque alguien cercano este a tu lado?
ES DIOS que te escoge por medio de Jesucristo.
¿Alguna vez pensaste en alguien que te es querido y no ves hace mucho tiempo, y
de repente aparece esa persona?
ES DIOS, porque la casualidad no existe!
¿Alguna vez recibiste algo maravilloso que no habías pedido?
ES DIOS que conoce bien los secretos de tu corazón.
¿Alguna vez estuviste en una situación muy problemática sin tener la menor idea
de cómo resolverla y de repente la solución aparece?
ES DIOS que toma nuestros problemas en Sus Manos.
¿Alguna vez sentiste una inmensa tristeza en el alma y de repente como si un
bálsamo fuese derramado aparece una paz inexplicable que invade todo tu ser?
ES DIOS que te consuela con un abrazo y te da esperanza.
¿Alguna vez te sentiste tan cansado de la vida, a punto de querer morir… y de
repente un día, sientes que tienes la fuerza suficiente para continuar?
ES DIOS que te cobija en sus Brazos y te da descanso.
Todo es mejor cuando…
ES DIOS QUE ESTA AL FRENTE DE TODO!!!
¿Piensas que este mensaje fue enviado por casualidad?
Fue DIOS que tocó mi corazón y me hizo acordarme de ti. No por ser una persona
amiga, colega o un pariente, sino porque eres importante para DIOS y para mí,
porque DIOS también te ama!
“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”. 1
JN 4, 16
“Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: En que mandó al
mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él”. JN. 4, 8-9.
(
http://www.egrupos.net/grupo/diosexiste
).
Jesús nos concede su paz. La paz de Jesús no es ausencia de conflictos, sino la
seguridad de que, aunque suframos, llevaremos a cabo el propósito que Dios nos
ha encomendado, así pues, San Pablo, nos dice:
"Procuremos, por tanto, lo que fomente la paz y la mutua edificación" (ROM. 14,
19).
¿Qué podremos hacer para fomentar la paz y edificarnos espiritualmente unos a
otros?
¿Cómo podremos experimentar la paz de Jesús cuando suframos? San Pablo
responde esta pregunta, en los siguientes términos:
"Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los
que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio" (ROM. 8, 28).
3-5. Jesús nos da pruebas de su existencia y del amor que siente por nosotros.
"Dicho esto, les mostró las manos y el costado" (JN. 20, 20a).
Jesús les mostró a sus amigos las heridas de los clavos que tenía en las manos y
la herida que le hizo un soldado que le traspasó el costado con su lanza, a fin de
que creyeran que, su Maestro, resucitó de entre los muertos. Jesús no tiene esas
heridas constantemente, pero las adoptó temporalmente, para que sus seguidores
lo reconocieran, y creyeran que venció a la muerte. Al tener un cuerpo espiritual, el
Señor podía manifestarse de distintas maneras, así pues, a modo de ejemplo, María
Magdalena, cuando se le apareció, lo confundió con un hortelano (JN. 20, 15).
Las pruebas que Jesús nos da de su existencia, y de su preocupación para que
alcancemos la salvación, solo son conocidas, por quienes tienen fe, en el Hijo de
Dios y María.
3-6. Alegrémonos, porque el Señor se manifiesta en el mundo, en la Iglesia y en
nuestra vida.
"Los discípulos se alegraron de ver al Señor" (JN. 20, 20b).
Después de comprobar que Jesús se les apareció, y de creer que el Mesías
resucitó de entre los muertos, los discípulos del Señor, se alegraron. Si creemos
que Jesús se manifiesta en el mundo, en la Iglesia y en nuestra vida, también
deberíamos llenarnos de alegría, pues, tal hecho, le da a nuestra vida, el sentido de
la eternidad, e ilumina las dificultades que vivamos, porque nos hace conscientes
de que las mismas contribuyen a nuestra purificación y nuestra santificación, si las
contemplamos desde la óptica de Dios. Esta es la razón por la que San Pablo les
escribió a los cristianos de Filipo:
"Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al
hambre; a la abundancia y a la privación. todo lo puedo en Aquel que me conforta"
(FLP. 4, 12-13).
3-7. Jesús nos da su paz, nos hace receptores de los dones del Espíritu Santo, y
nos envía a evangelizar a la humanidad.
"Jesús les dijo otra vez: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también
yo os envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (JN.
20, 21-22).
Si sabemos vivir la paz que el Señor nos da, estaremos dispuestos a ejercitar los
dones que nos ha concedido el Espíritu Santo, los cuales nos ayudarán a alcanzar la
salvación si los aplicamos a nuestra vida, y, al mismo tiempo, también nos
ayudarán a dar un buen testimonio de fe, para que, muchos de quienes nos
conocen, deseen vivir, en la presencia de Nuestro Padre común. De la misma
manera que cuando Yahveh creó al hombre le insufló en la nariz el aliento vital
(GN. 2, 7), el Espíritu Santo nos ayuda a vivir la vida de la gracia, de manera que,
cuanto más nos acerquemos al Señor por medio de la formación, la práctica de lo
que aprendamos en nuestros años de estudio, y la oración, más desearemos, vivir
en su presencia.
Siendo portadores de la paz que nos da Jesús, y de los dones del Espíritu Santo,
seremos enviados a evangelizar al mundo, de la misma manera que Nuestro Santo
Padre envió a Jesús a Israel, a iniciar la evangelización de la humanidad. A pesar de
que la predicación del Evangelio y la vivencia de nuestra fe pueden causarnos
dificultades, porque no nos es fácil creer en Dios, y no toda la humanidad lo acepta,
es bueno para nosotros pensar que el Señor no nos ha desamparado, pues nos ha
enviado el poder del Espíritu Santo, para que lo ayudemos a desempeñar su labor
evangelizadora, por medio de nuestras palabras, obras y oraciones. El hecho de
que el Señor cuenta con nosotros para evangelizar a la humanidad, es para los
cristianos un motivo de gozo porque Jesús se fía de nosotros a pesar de nuestra
natural imperfección, y una gran responsabilidad, porque se nos ha encomendado
la realización, de una gran labor.
3-8. El Sacramento de la Penitencia.
"A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos" (JN. 20, 23).
Si interrogamos a miembros de diferentes denominaciones cristianas sobre el
texto joánico que estamos considerando, nos encontramos con que unos lo aplican
al hecho de que al ser receptores del Espíritu Santo tenemos libertad para
adaptarnos al cumplimiento de la voluntad de dios y para rechazar a Nuestro Padre
común, y con que otros lo aplican teniendo en cuenta la facultad de perdonarnos o
retenernos los pecados, que Jesús les dio a sus Apóstoles, y a los sucesores de los
tales. Las dos interpretaciones son válidas, así pues, ninguna de las dos debe
excluir a la otra en ningún momento, porque ambas se complementan. Los
cristianos debemos fortalecer nuestra fe individual, y, para que ello no nos sea muy
difícil, debemos crecer en gracia y santidad, viviendo en comunidades de fe, con
quienes tienen nuestros defectos, y cometen pecados semejantes a los nuestros,
con tal de que podamos perfeccionarnos, y, quienes alcancen un mayor crecimiento
espiritual, se conviertan en el sostén de aquellos a quienes les cuesta un mayor
esfuerzo adaptarse al cumplimiento de la voluntad divina.
De la misma manera que quienes tienen más fe en las comunidades deben
apoyar a quienes tienen más dificultades para crecer en gracia y santidad, los
ministros de Cristo, a pesar de su natural imperfección, han sido facultados para
perdonarnos y retenernos el perdón de los pecados, no según les plazca, sino según
el querer de Dios, y nuestra disposición a mejorar nuestra conducta de hijos de
Dios. La imperfección de los confesores, debe servirles, para apiadarse de la
debilidad, de quienes confiesan.
Aunque Dios nos perdona los pecados que cometemos, el hecho de confesarnos
con un hombre semejante a nosotros, nos es útil, si nuestro confesor nos ayuda a
crecer en gracia y santidad, dándonos pistas para mejorar nuestra conducta
cristiana, y ayudándonos a sobrellevar los problemas que no podamos resolver en
un corto espacio de tiempo. Aun muchos cristianos que niegan el valor de la
confesión, se desahogan con sus pastores -o ancianos-, los cuales ejercen sobre los
tales, el mismo poder que los ministros católicos, ejercen sobre aquellos a quienes
confiesan.
3-9. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-10. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto
evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el
fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en JN. 20, 19-23 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Por qué meditamos el Evangelio que estamos considerando el Domingo II de
Pascua y en la Misa del día de la solemnidad de Pentecostés?
¿Cuál es el estado de nuestra fe? ¿Es nuestra incredulidad como la de quienes
tenían dificultades para creer que Jesús resucitó de entre los muertos, o tenemos
una fe semejante a la de quienes recibieron el poder del Espíritu Santo, el día de
Pentecostés?
3-2.
¿Por qué situó San Juan los relatos de que se compone el capítulo 20 de su
Evangelio en el primer día de la semana?
¿Qué relación existe entre GN. caps. 1-2, y JN. 20?
¿Con qué propósito inició Jesús la renovación del mundo cuando resucitó de entre
los muertos?
3-3.
¿Por qué estaban escondidos de sus hermanos de raza los discípulos de Jesús,
antes de creer que el Señor venció a la muerte, y de recibir el poder del Espíritu
Santo?
¿Por qué nos son imprescindibles la formación, la acción y la oración, para ser
buenos hijos de dios?
¿Cómo es posible que se nos acreciente la fe al resolver las dudas de nuestros
oyentes y/o lectores?
3-4.
¿Por qué nos es difícil percatarnos de que el Señor está entre nosotros?
¿Cómo podemos saber que Jesús no nos desamparó cuando fue ascendido al
cielo?
¿en qué se diferencia la paz de Jesús de la paz que anhela la humanidad?
Explica con tus palabras el texto de ROM. 14, 19, y piensa en cómo puedes vivirlo
a nivel personal y comunitario.
¿Qué podremos hacer para fomentar la paz y edificarnos espiritualmente unos a
otros?
¿Cómo podremos experimentar la paz de Jesús cuando suframos?
3-5.
¿Por qué les mostró Jesús a sus amigos las manos y el costado?
¿Qué pretenden afirmar quienes dicen que Jesús tendrá las marcas de sus
heridas mientras la humanidad no supere el sufrimiento?
¿Qué pruebas nos da Jesús de que se manifiesta en el mundo, en la Iglesia y en
nuestra vida?
¿Cuál es el medio de que podemos servirnos para percatarnos de la existencia de
tales pruebas?
3-6.
¿Por qué se alegraron los discípulos de Jesús cuando creyeron que el Señor
resucitó de entre los muertos?
¿Por qué nos alegramos si creemos que Jesús se manifiesta en el mundo, en la
Iglesia y en nuestra vida?
¿en qué sentido contribuyen las dificultades que caracterizan nuestra vida a
purificarnos y santificarnos?
¿Te sientes capaz de vivir en conformidad con el texto de FLP. 4, 12-13,
soportando carencias, soledad y enfermedades, sin quejarte?
3-7.
¿Por qué necesitamos ser revestidos de la paz de Cristo Resucitado para aplicar
los dones del Espíritu Santo a nuestra vida?
¿Qué lograremos si ejercitamos los dones que hemos recibido del Espíritu Santo?
¿Qué relación existe entre GN. 2, 7 y JN. 20, 22?
¿Por qué necesitamos la paz de Cristo y los dones del Espíritu Santo para
evangelizar a la humanidad?
¿Por qué pueden surgirnos dificultades por ser cristianos practicantes?
¿en qué sentido nos conviene creer que Jesús no nos desamparó cuando fue
ascendido al cielo?
¿Para qué nos ha revestido Jesús con el poder del Espíritu Santo?
¿¿A través de qué medios podemos dar testimonio de la fe que profesamos?
¿Por qué constituye un motivo de gozo y una gran responsabilidad el hecho de
que seamos colaboradores de Jesús?
3-8.
¿Qué interpretaciones podemos hacer del texto de JN. 20, 23?
¿Por qué nos conviene profesar nuestra fe a los niveles individual y comunitario?
¿Por qué es conveniente que quienes tienen mucha fe y están bien formados
espiritualmente alienten la fe de quienes tienen más dudas referentes a nuestra
espiritualidad?
¿en qué sentido les sirve a los sacerdotes recordar su natural imperfección a la
hora de confesar a quienes desean que se les perdonen sus pecados?
¿En qué sentido nos es útil confesarle nuestros pecados a Dios por medio de un
hombre imperfecto, si solo Nuestro Padre celestial puede perdonarnos los pecados
que cometemos?
5. Lectura relacionada.
Lee los capítulos 20-21 de JN., y los capítulos 1-2 de HCH. Observa cómo se
acrecentó la fe de los discípulos de Jesús, durante el tiempo de Pascua, y, al mismo
tiempo, pregúntate si tienes más fe, que cuando iniciamos el tiempo de Cuaresma.
6. Contemplación.
Contemplemos a los discípulos de Jesús escondidos, por miedo a las represalias
que las autoridades de Israel tomaran contra ellos, por haber sido seguidores de
Jesús.
Contemplemos las dificultades que tenemos para profesar nuestra fe cristiana.
Visualicémonos incapacitados para profesar nuestra fe fuera de los templos en que
celebramos los Sacramentos, e incluso ocultándoles hasta a nuestros familiares y
amigos la fe que tenemos en Dios, por temor a no quedar bien ante los tales.
Recordemos cómo nuestra fe nos ha sido útil para superar dificultades, y cómo
nos ayuda a sobrevivir a los problemas que no podemos superar.
Sintamos cómo la paz de Cristo nos fortalece para superar circunstancias difíciles.
Dejémonos invadir por la alegría del Señor, en cada ocasión que pensemos en las
pruebas que tenemos de que no nos desamparó, cuando fue ascendido al cielo.
Al ser receptores de la paz de Cristo y del Espíritu Santo, dispongámonos a
fortalecer nuestra fe, ayudando a Jesús a evangelizar al mundo, por medio de
nuestras palabras, obras y oraciones.
Alegrémonos porque somos libres para cumplir la voluntad de Dios dejándonos
conducir por los impulsos del Espíritu Santo, y no tengamos miedo a la hora de
confesarnos, pensando que no se nos perdonarán nuestros pecados, pues ello
depende de nuestra disposición a mejorar nuestra conducta.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en JN. 20, 19-23.
Comprometámonos a pedirle al Señor algo que deseamos cuando oremos, y, en
cuanto ello sea posible, actuemos como si se nos hubiera concedido. A modo de
ejemplo, si oramos por la extinción de la pobreza, hagamos una obra de caridad.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Fortalece mi fe, para que, al sentir cómo al tener tu paz y los dones
del Espíritu Santo, puedo llegar a ser, un fiel seguidor tuyo.
9. Oración final.
Lee y medita el Salmo 104, glorificando a Dios.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en
joseportilloperez@gmail.com