Tres errores de los hijos de la Iglesia Católica
Domingo 09 del tiempo ordinario C 2013
Las fuerzas de la ocupación romana se hacían sentir en todo el territorio de Israel
en tiempos de Cristo. Los judíos consideraban este hecho como una gran
aberración y una vergüenza para el pueblo judío y a toda costa hubieran optado por
mandar a los romanos muy lejos, tan lejos como a su propia patria. Sin embargo a
regañadientes soportaban aquella esclavitud, y el hecho de tener que pagar
impuestos a una nación pagana, pues no se había llegado el momento de su
liberación. Tendrían que pasar todavía muchos años.
Pues sucedió que en Cafarnaúm, que era la segunda patria de Jesús, existía un
oficial romano, un centurión, lo cual quiere decir que por lo menos un centenar de
soldados estaban a su cargo, cuidando el orden desde aquella ciudad, y atendiendo
a los intereses de los romanos. Pero este oficial tuvo tres errores, primero, se
mostró simpatizante con el pueblo hebreo, hasta construirles una sinagoga donde
pudieran reunirse para escuchar la voz de su Dios y entretenerse en la lectura de
su mensaje.
Segundo, cosa rara en un militar, tenía simpatía por sus soldados y sus sirvientes,
hasta interesarse por sus necesidades materiales y por sus enfermedades.
Y el tercer error, el más grande, fue el mostrarse simpatizante del mismo Cristo. Es
por esto, que teniendo en casa un criado que había enfermado gravemente, mandó
una embajada con los principales de la sinagoga, para pedirle a Cristo que curara a
su criado. Confiado en los favores que había hecho a los judíos, estaba seguro de
que su embajada tendría un éxito seguro. Efectivamente, su embajada tuvo éxito y
consiguió que Cristo se fuera a la casa del oficial. Pero sorpresivamente, éste
mandó una segunda embajada para comunicarle al Maestro que no se molestara en
venir a su casa, pues se mostraba indigno de recibirlo, y sólo le pedía que aunque
fuera a distancia, mandara que su criado quedara curado, y daba la razón, pues él
que tenía soldados a su cargo, sabía que el soldado está para obedecer al instante
la voz de su amo. Esto llamó poderosamente la atención de Cristo Jesús, que no
dudó en poner la actitud del oficial romano como un modelo para muchos creyentes
judíos, exclamando: “En verdad les digo que ni en Israel he hallado una fe tan
grande”. Y fue en verdad tan grande la confianza del centuri￳n, que la Iglesia pone
en boca de los cristianos, sus palabras, precisamente antes de recibir a Cristo Jesús
en el sacramento eucarístico: “Se￱or, yo no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
Benditos errores del centurión, que suscitan en nosotros tres actitudes distintas. En
primer lugar, tendríamos que mostrarnos simpatizantes de nuestra Iglesia romana,
ahora que en la elección del Papa Francisco sacaron a la luz los errores de la Iglesia
fingidos unos, ciertos unos, y magnificados muchos de ellos. No podemos
olvidarnos que a pesar de sus errores, sigue siendo nuestra madre y por lo tanto,
nuestra actitud tendrá que ser no de simple aceptación, sino de una actitud de tal
manera digna, que vayamos alejando de nuestra Iglesia los errores de los que
ahora nos avergonzamos.
Segundo, como el centurión, nosotros tendríamos que vivir vivamente interesados
en el bien de los hombres, hasta sentirlos hermanos nuestros, sin esas diferencias
tontas que nos dividen, el dinero, los estudios, la posición social, porque al fin y al
cabo, fuera de los trapitos que podamos traer puestos, por abajo todos somos
iguales y no podemos alegar siquiera el color de la piel, pues por todos dio Cristo su
vida.
Finalmente, también nosotros tendremos que mostrarnos simpatizantes de Cristo
Jesús, aunque esa expresión se queda corta, pues no podemos olvidarnos de que
Cristo es precisamente el Hijo de Dios, de quien depende nuestra salvación, y en
este año de la fe, tendremos que afinar nuestra fe en él, considerado no como un
personaje histórico, sino como una persona con la que nosotros tendremos que
relacionarnos y llevar a otras gentes a que también se encuentren con él. Y no
estará por demás, tomar en serio las palabras preparatorias a nuestra comunión en
la Eucaristía: “Se￱or, yo no soy digno…”
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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