Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Tiempo Ordinario, Año Impar,
Semana No. 8, Lunes
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Retorna al Altísimo, aléjate de la injusticia * Alegraos,
justos, y gozad con el Señor. * Vende lo que tienes y sígueme
Textos para este día:
Eclesiástico 17,20-28:
Salmo 31:
Dichoso el que está absuelto de su culpa, / a quien le han sepultado su pecado; /
dichoso el hombre a quien el Señor / no le apunta el delito. R.
Había pecado, lo reconocí, / no te encubrí mi delito; / propuse: "Confesaré al Señor
mi culpa", / y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R.
Por eso, que todo fiel te suplique / en el momento de la desgracia: / la crecida de
las aguas caudalosas / no lo alcanzará. R.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro, / me rodeas de cantos de liberación. R.
Marcos 10,17-27:
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se
arrodilló y le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?"
Jesús le contestó: "¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios.
Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no
darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre." Él replicó:
"Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño." Jesús se le quedó mirando con
cariño y le dijo: "Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dales el dinero a los
pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, luego sígueme." A estas palabras, él
frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil les va a ser a los ricos
entrar en el reino de Dios!" Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús
añadió: "Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su
confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja,
que a un rico entrar en el reino de Dios." Ellos se espantaron y comentaban:
"Entonces, ¿quién podrá salvarse?" Jesús se les quedó mirando y les dijo: "Es
imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo."
Homilía
Temas de las lecturas: Retorna al Altísimo, aléjate de la injusticia * Alegraos,
justos, y gozad con el Señor. * Vende lo que tienes y sígueme
1. La gran pregunta
1.1 El Papa Juan Pablo II nos ha regalado un espléndido comentario al evangelio de
hoy. Se halla en su Encícilica "Veritatis Splendor", a partir del número 8 y hasta el
18, de donde entresacamos los textos siguientes. No podemos perderlos.
Escuchemos.
1.2 Desde la profundidad del corazón surge la pregunta que el joven rico dirige a
Jesús de Nazaret: una pregunta esencial e ineludible para la vida de todo hombre,
pues se refiere al bien moral que hay que practicar y a la vida eterna. El
interlocutor de Jesús intuye que hay una conexión entre el bien moral y el pleno
cumplimiento del propio destino. El es un israelita piadoso que ha crecido, diríamos,
a la sombra de la Ley del Señor. Si plantea esta pregunta a Jesús, podemos
imaginar que no lo hace porque ignora la respuesta contenida en la Ley. Es más
probable que la fascinación por la persona de Jesús haya hecho que surgieran en él
nuevos interrogantes en torno al bien moral. Siente la necesidad de confrontarse
con aquel que había iniciado su predicación con este nuevo y decisivo anuncio: "El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la
Buena Nueva" (Mc 1, 15).
1.3 Es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener
de El la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo. El es el Maestro, el
Resucitado que tiene en sí mismo la vida y que está siempre presente en su Iglesia
y en el mundo. Es El quien desvela a los fieles el libro de las Escrituras y, revelando
plenamente la voluntad del Padre, enseña la verdad sobre el obrar moral. Fuente y
culmen de la economía de la salvación, Alfa y Omega de la historia humana (cf. Ap
1, 8; 21, 6; 22, 13), Cristo revela la condición del hombre y su vocación integral.
Por esto, "el hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -y no sólo
según pautas y medidas de su propio ser. que son inmediatas, parciales, a veces
superficiales e incluso aparentes-, debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso
con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo.
Debe, por decirlo así, entrar en El con todo su ser. Debe apropiarse y asimilar toda
la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. Si se
realiza en él este hondo proceso, entonces da frutos no sólo de adoración a Dios,
sino también de profunda maravilla de sí mismo" .
1.4 Si queremos, pues, penetrar en el núcleo de la moral evangélica y comprender
su contenido profundo e inmutable, debemos escrutar cuidadosamente el sentido
de la pregunta hecha por el joven rico del Evangelio y, más aún, el sentido de la
respuesta de Jesús, dejándonos guiar por El. En efecto, Jesús, con delicada solicitud
pedagógica, responde llevando al joven como de la mano, paso a paso, hacia la
verdad plena.
2. "Uno sólo es el Bueno" (Mt. 19, 17)
2.1 Jesús dice: "¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno.
Mas si quieres entrar en la VI da, guarda los mandamientos" (Mt 19, 17). En las
versiones de los evangelistas Marcos y Lucas la pregunta viene formulada así: "¿Por
qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios" (Mc 10, 18; cf. Lc 18, 19).
2.2 Antes de responder a la pregunta, Jesús quiere que el joven se aclare a sí
mismo el motivo por el que lo interpela. El "Maestro bueno" indica a su interlocutor
-y a todos nosotros- que la respuesta a la pregunta, "¿qué he de hacer de bueno
para conseguir la vida eterna?" , sólo puede encontrarse dirigiendo la mente y el
corazón a Aquel que "solo es el Bueno" : "Nadie es bueno sino sólo Dios" (Mc 10,
18; cf. Lc 18, 19). Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien, porque El
es el Bien.
2.3 En efecto, interrogarse sobre el bien significa en último término dirigirse a Dios,
que es plenitud de la bondad. Jesús muestra que la pregunta del joven es en
realidad una pregunta religiosa y que la bondad, que atrae y al mismo tiempo
vincula al hombre, tiene su fuente en Dios, más aún, es Dios mismo: Aquél que
sólo es digno de ser amado "con todo el corazón, con toda el alma y con toda la
mente" (cf. Mt 22, 37), Aquel que es la fuente de la felicidad del hombre. Jesús
relaciona la cuestión de la acción moralmente buena con sus raíces religiosas, con
el reconocimiento de Dios, única bondad, plenitud de la vida, término último del
obrar humano, felicidad perfecta.
2.4 La Iglesia, iluminada por las palabras del Maestro, cree que el hombre, hecho a
imagen del Creador, redimido con la sangre de Cristo y santificado por la presencia
del Espíritu Santo, tiene como fin último de su vida ser "alabanza de la gloria" de
Dios (cf. Ef 1, 12), haciendo así que cada una de sus acciones refleje su esplendor.
"Conócete a ti misma, alma hermosa: tú eres la imagen de Dios -escribe san
Ambrosio-. Conócete a ti mismo, hombre: tú eres la gloria de Dios (1 Cor 11, 7).
Escucha de qué modo eres su gloria. Dice el profeta: Tu ciencia es misteriosa para
mí(Sal 138, 6), es decir: tu majestad es más admirable en mi obra, tu sabiduría es
exaltada en la mente del hombre. Mientras me considero a mí mismo, a quien tú
escrutas en los secretos pensamientos y en los sentimientos íntimos, reconozco los
misterios de tu ciencia. Por tanto, conócete a ti mismo, hombre, lo grande que eres
y vigila sobre ti..." .
2.5 La afirmación de que "uno solo es el Bueno" nos remite así a la "primera tabla"
de los mandamientos, que exige reconocer a Dios como Señor único y absoluto, y a
darle culto solamente a El porque es infinitamente santo (cf. Ex 20, 2-11). El bien
es pertenecer a Dios, obedecerle, caminar humildemente con El practicando la
justicia y amando la piedad (cf. Miq 6, 8). Reconocer al Señor como Dios es el
núcleo fundamental, el corazón de la Ley, del que derivan y al que se ordenan los
preceptos particulares. Mediante la moral de los mandamientos se manifiesta la
pertenencia del pueblo de Israel al Señor, porque Dios solo es Aquél que es bueno.
Este es el testimonio de la Sagrada Escritura, cuyas páginas están penetradas por
la viva percepción de la absoluta santidad de Dios: "Santo, santo, santo, Señor de
los ejércitos" (Is 6, 3).
2.6 Pero si Dios es el Bien, ningún esfuerzo humano, ni siquiera la observancia más
rigurosa de los mandamientos, logra "cumplir" la Ley, es decir, reconocer al Señor
como Dios y tributarle la adoración que a El solo es debida (cf. Mt 4, 10). El
"cumplimiento" puede lograrse sólo como un don de Dios: es el ofrecimiento de una
participación en la Bondad divina que se revela y se comunica en Jesús, aquél que
el joven rico llama con las palabras "Maestro bueno" (Mc 10, 17; Lc 18, 18). Lo que
quizás en ese momento el joven logra solamente intuir será plenamente revelado al
final por Jesús mismo con la invitación "ven, y sígueme" (Mt 19, 21).
3. "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mt. 19, 17)
3.1 Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien porque El es el Bien.
Pero Dios ya respondió a esta pregunta: lo hizo creando al hombre y ordenándolo a
su fin con sabiduría y amor, mediante la ley inscrita en su corazón (cf. Rom 2, 15),
la "ley natural" . Esta "no es más que la luz de la inteligencia infundida en nosotros
por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar.
Dios dio esta luz y esta ley en la creación" . Después lo hizo en la historia de Israel,
particularmente con las "diez palabras" , o sea, con los mandamientos del Sinaí,
mediante los cuales El fundó el pueblo de la Alianza (cf. Ex 24) y lo llamó a ser su
"propiedad personal entre todos los pueblos" , "una nación santa" (Ex 19, 5-6), que
hiciera resplandecer su santidad entre todas las naciones (cf. Sab 18, 4; Ez 20, 41).
La entrega del Decálogo es promesa y signo de la Alianza Nueva, cuando la ley será
escrita nuevamente y de modo definitivo en el corazón del hombre (cf. Jer 31, 31-
34), para sustituir la ley del pecado, que había desfigurado aquel corazón (cf. Jer
17, 1). Entonces será dado "un corazón nuevo" porque en él habitará "un espíritu
nuevo" , el Espíritu de Dios (cf. Ez 36, 24-28).
3.2 Por esto, y tras precisar que "uno solo es el Bueno" , Jesús responde al joven
[en la versión de san Mateo]: "Si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos" (Mt 19, 17). De este modo, se enuncia una estrecha relación entre
la vida eterna y la obediencia a los mandamientos de Dios: los mandamientos
indican al hombre el camino de la vida eterna y a ella conducen. Por boca del
mismo Jesús, nuevo Moisés, los mandamientos del Decálogo son nuevamente
dados a los hombres; El mismo los confirma definitivamente y nos los propone
como camino y condición de salvación. El mandamiento se vincula con una
promesa: en la Antigua Alianza el objeto de la promesa era la posesión de la tierra
en la que el pueblo gozaría de una existencia libre y según justicia (cf. Dt 6, 20-
25); en la Nueva Alianza el objeto de la promesa es el "reino de los cielos" , tal
como lo afirma Jesús al comienzo del "Sermón de la Montaña" -discurso que
contiene la formulación más amplia y completa de la Ley Nueva (cf. Mt 5-7)-, en
clara conexión con el Decálogo entregado por Dios a Moisés en el monte Sinaí. A
esta misma realidad del Reino se refiere la expresión "vida eterna" , que es
participación en la vida misma de Dios; aquélla se realiza en toda su perfección sólo
después de la muerte, pero, desde la fe, se convierte ya desde ahora en luz de la
verdad, fuente de sentido para la vida, incipiente participación de una plenitud en el
seguimiento de Cristo. En efecto, Jesús dice a sus discípulos después del encuentro
con el joven rico: "Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre,
madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la
vida eterna" (Mt 19, 29).
3.3 La respuesta de Jesús no le basta todavía al joven, que insiste preguntando al
Maestro sobre los mandamientos que hay que observar: ""¿Cuáles?", le dice él" (Mt
19, 18). Le interpela sobre qué debe hacer en la vida para dar testimonio de la
santidad de Dios. Tras haber dirigido la atención del joven hacia Dios, Jesús le
recuerda los mandamientos del Decálogo que se refieren al prójimo: "No matarás,
no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu
padre y a tu madre y amarás a tu prójimo como a ti mismo" .(Mt 19, 18-19).
3.4 Por el contexto del coloquio y, especialmente, al comparar el texto de Mateo
con las perícopas paralelas de Marcos y de Lucas, aparece que Jesús no pretende
detallar todos y cada uno de los mandamientos necesarios para "entrar en la vida"
sino, más bien, indicar al joven la "centralidad" del Decálogo respecto a cualquier
otro precepto, como interpretación de lo que para el hombre significa "Yo soy el
Señor tu Dios" . Sin embargo, no nos pueden pasar desapercibidos los
mandamientos de la Ley que el Señor recuerda al joven: son determinados
preceptos que pertenecen a la llamada "segunda tabla" del Decálogo, cuyo
compendio (cf. Rom 13, 8-10) y fundamento es el mandamiento del amor al
prójimo: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 19, 19; cf. Mc 12, 31). En este
precepto se expresa precisamente la singular dignidad de la persona humana, la
cual es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" . En
efecto, los diversos mandamientos del Decálogo no son más que la refracción del
único mandamiento que se refiere al bien de la persona, como compendio de los
múltiples bienes que connotan su identidad de ser espiritual y corpóreo, en relación
con Dios, con el prójimo y con el mundo material. Como leemos en el Catecismo de
la Iglesia Católica, "los diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos
enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los
deberes esenciales y, por tanto, indirectamente, los derechos fundamentales,
inherentes a la naturaleza de la persona humana" .
3.5 Todo ello no significa que Cristo pretenda dar la precedencia al amor al prójimo
o, más aún, separarlo del amor a Dios. Esto lo confirma su diálogo con el doctor de
la Ley, el cual hace una pregunta muy parecida a la del joven. Jesús le remite a los
dos mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo(cf. Lc 10, 25-27) y le
invita a recordar que sólo su observancia lleva a la vida eterna: "Haz eso y vivirás"
(Lc 10, 28). Es pues significativo que sea precisamente el segundo de estos
mandamientos el que suscite la curiosidad y la pregunta del doctor de la ley:
"¿Quién es mi prójimo?" (Lc 10, 29). El Maestro responde con la parábola del buen
samaritano, la parábola-clave para la plena comprensión del mandamiento del amor
al prójimo (cf. Lc 10, 30-37).
3.6 Los dos mandamientos, de los cuales "penden toda la Ley y los Profetas" (Mt
22, 40), están profundamente unidos entre sí y se compenetran recíprocamente.
De su unidad inseparable da testimonio Jesús con sus palabras y su vida: su misión
culmina en la Cruz que redime (cf. Jn 3, 14-15), signo de su amor indivisible al
Padre y a la humanidad (cf. Jn 13, 1).
3.7 Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son explícitos en afirmar que sin el
amor al prójimo, que se concreta en la observancia de los mandamientos, no es
posible el auténtico amor a Dios. San Juan lo afirma con extraordinario vigor: "Si
alguno dice:" Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien
no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,
20). El evangelista se hace eco de la predicación moral de Cristo, expresada de
modo admirable e inequívoco en la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 30-37)
y en el "discurso" sobre el juicio final (cf. Mt 25, 3 1-46).
4. "Si quieres ser perfecto" (Mt. 19, 21)
4.1 La respuesta sobre los mandamientos no satisface al joven, que de nuevo
pregunta a Jesús: "" Todo eso lo he guardado;¿qué más me falta?"" (Mt 19, 20). No
es fácil decir con la conciencia tranquila "todo eso lo he guardado" , si se
comprende todo el alcance de las exigencias contenidas en la Ley de Dios. Sin
embargo, aunque el joven rico sea capaz de dar una respuesta tal; aunque de
verdad haya puesto en práctica el ideal moral con seriedad y generosidad desde la
infancia, él sabe que aún está lejos de la meta; en efecto, ante la persona de Jesús
se da cuenta de que todavía le falta algo. Jesús, en su última respuesta, se refiere a
esa conciencia de que aún falta algo: comprendiendo la nostalgia de una plenitud
que supere la interpretación legalista de los mandamientos, el Maestro bueno invita
al joven a emprender el camino de la perfección: "Si quieres ser perfecto, anda,
vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego
ven, y sígueme" (Mt 19, 21).
4.2 Al igual que el fragmento anterior, también éste debe ser leído e interpretado
en el contexto de todo el mensaje moral del Evangelio y, especialmente, en el
contexto del Sermón de la Montaña de las bienaventuranzas (cf. Mt 5, 3-12), la
primera de las cuales es precisamente la de los pobres, los "pobres de espíritu" ,
como precisa san Mateo (Mt 5, 3), esto es, los humildes. En este sentido, se puede
decir que también las bienaventuranzas pueden ser encuadradas en el amplio
espacio que se abre con la respuesta que da Jesús a la pregunta del joven "¿qué he
de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?" . En efecto, cada
bienaventuranza, desde su propia perspectiva, promete precisamente aquel "bien"
que abre al hombre a la vida eterna; más aún, que es la misma vida eterna.
4.3 Las bienaventuranzas no tienen propiamente como objeto unas normas
particulares de comportamiento, sino que se refieren a actitudes y disposiciones
básicas de la existencia y, por consiguiente, no coinciden exactamente con los
mandamientos. Por otra parte, no hay separación o discrepancia entre las
bienaventuranzas y los mandamientos: ambos se refieren al bien, a la vida eterna.
El Sermón de la Montaña comienza con el anuncio de las bienaventuranzas, pero
hace también referencia a los mandamientos (cf. Mt 5, 20-48). Además, el Sermón
muestra la apertura y orientación de los mandamientos con la perspectiva de la
perfección que es propia de las bienaventuranzas. Estas son ante todo promesas de
las que también se derivan, de forma indirecta, indicaciones normativas para la
vida moral. En su profundidad original son una especie de autorretrato de Cristo y,
precisamente por esto, son invitaciones a su seguimiento y a la comunión de vida
con El.
4.4 No sabemos hasta qué punto el joven del Evangelio comprendió el contenido
profundo y exigente de la primera respuesta dada por Jesús: "Si quieres entrar en
la vida, guarda los mandamientos" ; sin embargo, es cierto que la afirmación
manifestada por el joven de haber respetado todas las exigencias morales de los
mandamientos constituye el terreno indispensable sobre el que puede brotar y
madurar el deseo de la perfección, es decir, la realización de su significado
mediante el seguimiento de Cristo. El coloquio de Jesús con el joven nos ayuda a
comprender las condiciones para el crecimiento moral del hombre llamado a la
perfección: el joven, que ha observado todos los mandamientos, se muestra
incapaz de dar el paso siguiente sólo con sus fuerzas. Para hacerlo se necesita una
libertad madura ( "si quieres" ) y el don divino de la gracia ( "ven, y sígueme" ).
4.5 La perfección exige aquella madurez en el darse a sí mismo, a que está llamada
la libertad del hombre. Jesús indica al joven los mandamientos como la primera
condición irrenunciable para conseguir la vida eterna; el abandono de todo lo que el
joven posee y el seguimiento del Señor asumen, en cambio, el carácter de una
propuesta: "Si quieres..." . La palabra de Jesús manifiesta la dinámica particular del
crecimiento de la libertad hacia su madurez y, al mismo tiempo, atestigua la
relación fundamental de la libertad con la ley divina. La libertad del hombre y la ley
de Dios no se oponen, sino, al contrario, se reclaman mutuamente. El discípulo de
Cristo sabe que la suya es una vocación a la libertad. "Hermanos, habéis sido
llamados a la libertad" (Gál 5, 13), proclama con alegría y decisión el apóstol Pablo.
Pero, a continuación, precisa: "No toméis de esa libertad pretexto para la carne;
antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros" (ibid.). La firmeza con la
cual el Apóstol se opone a quien confía la propia justificación a la Ley, no tiene nada
que ver con la "liberación" del hombre con respecto a los preceptos, los cuales, en
verdad, están al servicio del amor: "Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley.
En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás, y todos los
demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo" (Rom 13, 8-9). El mismo san Agustín, después de haber hablado de la
observancia de los mandamientos como de la primera libertad imperfecta, prosigue
así: "¿Por qué, preguntará alguno, no perfecta todavía? Porque" siento en mis
miembros otra ley en conflicto con la ley de mi razón"... Libertad parcial, parcial
esclavitud: la libertad no es aún completa, aún no es pura ni plena porque todavía
no estamos en la eternidad. Conservamos en parte la debilidad y en parte hemos
alcanzado la libertad. Todos nuestros pecados han sido borrados en el bautismo,
pero ¿acaso ha desaparecido la debilidad después de que la iniquidad ha sido
destruida? Si aquella hubiera desaparecido, se viviría sin pecado en la tierra.¿Quién
osará afirmar esto sino el soberbio, el indigno de la misericordia del liberador?...
Mas, como nos ha quedado alguna debilidad, me atrevo a decir que, en la medida
en que sirvamos a Dios, somos libres, mientras que en la medida en que sigamos la
ley del pecado somos esclavos" .
4.6 Quien "vive según la carne" siente la ley de Dios como un peso, más aún, como
una negación o, de cualquier modo, como una restricción de la propia libertad. En
cambio, quien está movido por el amor y "vive según el Espíritu" (Gál 5, 16), y
desea servir a los demás, encuentra en la ley de Dios el camino fundamental y
necesario para practicar el amor libremente elegido y vivido. Más aún, siente la
urgencia interior -una verdadera y propia "necesidad" , y no ya una constricción- de
no detenerse ante las exigencias mínimas de la ley sino de vivirlas en su "plenitud"
. Es un camino todavía incierto y frágil mientras estemos en la tierra, pero que la
gracia hace posible al darnos la plena "libertad de los hijos de Dios" (cf. Rom 8, 21)
y, consiguientemente, la capacidad de poder responder en la vida moral a la
sublime vocación de ser "hijos en el Hijo" .
4.7 Esta vocación al amor perfecto no está reservada de modo exclusivo a una élite
de personas. La invitación, "anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres" , junto
con la promesa "tendrás un tesoro en los cielos" , se dirige a todos, porque es una
radicalización del mandamiento del amor al prójimo. De la misma manera, la
siguiente invitación "ven y sígueme" es la nueva forma concreta del mandamiento
del amor a Dios. Los mandamientos y la invitación de Jesús al joven rico están al
servicio de una única e indivisible caridad, que espontáneamente tiende a la
perfección, cuya medida es Dios mismo: "Vosotros pues, sed perfectos como es
perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48). En el evangelio de Lucas, Jesús precisa
ulteriormente el sentido de esta perfección: "Sed misericordiosos, como vuestro
Padre es misericordioso" (Lc 6, 36).
Fr. Nelson Medina, O.P.