VIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Jueves
Jesús nos cura la ceguera para con su luz poder ver con ojos de fe, y
contemplar todo como obra Suya.
“Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus
discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo),
un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de
que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús,
ten compasión de mí!» Muchos le increpaban para que se callara.
Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego, diciéndole:
«¡Animo, levántate! Te llama.» Y él, arrojando su manto, dio un
brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué
quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» Jesús
le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista y
le seguía por el camino” (Marcos 10,46–52. 46).
1. Marcos nos cuenta de la curación de un ciego: “Llegan a Jericó. Y
cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran
muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba
sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso
a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» Muchos le
increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David,
ten compasión de mí!» Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego,
diciéndole: «¡Animo, levántate! Te llama.» Y él, arrojando su manto, dio un
brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres
que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» Jesús le dijo: «Vete, tu
fe te ha salvado.ᄏ Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino”.
La ceguera de este hombre es símbolo de otra ceguera espiritual…
Como cuando vamos al oculista a hacernos un chequeo de nuestra vista,
hoy podemos reflexionar sobre cómo va nuestra vista espiritual. ¿No se
podría decir de nosotros que estamos ciegos, porque no acabamos de ver lo
que Dios quiere que veamos, o que nos conformamos con caminar por la
vida entre penumbras, cuando tenemos cerca al médico, Jesús, la Luz del
mundo? Hagamos nuestra la oración de Bartimeo: « Maestro, ¡que pueda
ver! ». Soltemos el manto de nuestro pasado, malas experiencias… y demos
un salto hacia él, su luz.
Señor, que no piense solo en mí; que tantos que no encuentran
sentido a su vida, puedan encontrar en mí tu esperanza, que pueda yo
decirles amablemente: « ánimo, levántate, que te llama » (J. Aldazábal).
Muchas veces quiero seguridades, controlar algo que se me va de las
manos. También me preocupa estar en un mundo marcado por las guerras
y el hambre, por el egoísmo que provoca tantas crisis. Me siento ciego, no
entiendo nada… y tengo ganas de decirte una vez más: “¡Maestro, que
pueda ver!” Eres tú, Jesús, quien me inspira este deseo de ver, de ti, de tu
palabra de salvación que me da luz, porque en tu luz, Señor, puedo ver la
luz. Por tu gracia puedo oír esta voz que me dice: "¡ Animo, levántate,
que te llama !".
2. También podemos ver a Dios en sus obras, como leemos hoy en el
Eclesiástico (42,15–25), y que me servirá para hablar contigo, Señor,
hacer oración con estas palabras que pones en mi boca: “ Voy a evocar las
obras del Señor, lo que tengo visto contaré ”.
Veo tus maravillas, el rastro que dejas en toda la naturaleza, toda
ella me habla de ti: “ Por las palabras del Señor fueron hechas sus
obras, y la creación está sometida a su voluntad ”.
Los mismos astros me hablan de tu luz: “ El sol mira a todo
iluminándolo, de la gloria del Señor está llena su obra ”.
Por más que quiera no puedo contar tus maravillas: “ No son
capaces los Santos del Señor de contar todas sus maravillas, que
firmemente estableció el Señor omnipotente, para que en su gloria
el universo subsistiera ”.
Estás en lo más íntimo de mi ser, del ser de cada cosa creada: “ El
sondea el abismo y el corazón humano, y sus secretos cálculos
penetra. Pues el Altísimo todo saber conoce, y fija sus ojos en las
señales de los tiempos”.
Eres el Señor de la Historia, y diriges todas las cosas hacia el bien:
Anuncia lo pasado y lo futuro, y descubre las huellas de las cosas
secretas. No se le escapa ningún pensamiento, ni una palabra se le
oculta ”.
Eres el artista que lleva todo con su Providencia: “ Las grandezas de
su sabiduría las puso en orden, porque él es antes de la eternidad y
por la eternidad; nada le ha sido añadido ni quitado, y de ningún
consejero necesita ”.
Todo es digno de ser amado (“amable”) porque lo has hecho Tú:
“¡ Qué amables son todas sus obras!: como una centella hay que
contemplarlas. Todo esto vive y permanece eternamente, para
cualquier menester todo obedece ”.
Y así termina este precioso texto: “ Todas las cosas de dos en dos,
una frente a otra, y nada ha hecho deficiente. Cada cosa afirma la
excelencia de la otra, ¿quién se hartará de contemplar su gloria? ”.
¡Quiero abrir los ojos! ¡Señor, que no esté ciego más tiempo, hazme
contemplar Tu creación que me rodea! Quiero rezarte ahora con san
Francisco de Asís y su Himno al Sol:
" Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente por mi señor, el hermano sol,
por el cual haces el día y nos das la luz;
el es bello y radiante, con gran esplendor:
de Ti, Altísimo, lleva significación ".
3. Después de considerar la luz divina que percibimos al contemplar
la belleza de la creación, terminamos hoy esta meditación sobre la luz, con
la acción de gracias del Salmo (33,2-9): “¡dad gracias a Yahveh con la
cítara… cantadle un cantar nuevo, tocad la mejor música en la
aclamación!”
Dar gracias no añade nada a Dios, pero a nosotros nos hace mejores,
más dispuestos a recoger sus dones: “ Pues recta es la palabra de
Yahveh, toda su obra fundada en la verdad; él ama la justicia y el
derecho, del amor de Yahveh está llena la tierra ”.
Todo es gracia, Señor, y quiero admirar tu obra en el mundo, en mi
corazón: “ Por la palabra de Yahveh fueron hechos los cielos por el
soplo de su boca toda su mesnada. Él recoge, como un dique, las
aguas del mar, en depósitos pone los abismos ”. Todo lo hiciste por tu
Hijo, tu Palabra: “ Pues él habló y fue así, mandó él y se hizo ”. No
quiero perder la capacidad de admiración ante tus obras, mi Dios: lo que
veo con los ojos que me has dado, desde las abejas que transforman el
polen en rica miel, hasta el vértigo que tengo al mirar las constelaciones
estelares: gracias, Señor, porque « hiciste todas las cosas con sabiduría
y amor » (plegaria eucarística). Otra vez te digo con San Francisco de Asís:
« Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas ...». También te alabo
porque comprendes mis debilidades… también ese orden de tu sabiduría las
transforma en algo bueno…lo dejo todo en tus manos, Santa María, madre
mía, para que así sea.
Llucià Pou Sabaté