Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
El cuerpo y la sangre de Cristo
Los exámenes de sangre revelan el estado de salud de la persona, allí aparecen los
niveles de las plaquetas, los glóbulos rojos, el colesterol o la diabetes. En la sangre se
detectan antiguas enfermedades como la hepatitis o mortales como el sida. La sangre ha
tenido también un significado en la cultura de los pueblos como la depositaria de la
vida, pensemos por ejemplo, en los pactos de sangre o la prohibición de comer carnes
rojas. Tal vez por eso los apóstoles y todo aquél gentío que seguía a Jesús después de la
multiplicación de los panes se quedó escandalizado cuando lo oyeron decir: “Yo os
aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis
vida en vosotros” (Jn. 6, 53). Esto sonaba a canibalismo.
La Solemnidad del Corpus Christi celebra el misterio de la presencia real de Cristo en
las especies del pan y del vino. ¿Por qué debía ser su cuerpo y su sangre? Porque Dios
nos comunica la vida de gracia a través de su cuerpo y de su sangre, algo así como una
transfusión espiritual. Por el sacrificio de Cristo en la cruz nos vino la redención y los
que estén marcados con la sangre del cordero pascual recibirán la vida (Éxodo 12,13).
Por eso Jesús realizó primero el milagro de la multiplicación de los panes antes de
hablarles del milagro Eucarístico, porque con el mismo poder con que obró la
multiplicación del pan, con ese mismo poder multiplica en la Iglesia su presencia en las
especies eucarísticas. Ahora no se multiplican las hostias, sino la presencia de Cristo en
cada una de ellas.
Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia nos ayuda a la comprensión del
misterio cuando nos enseña que la Iglesia y nuestra vida de fe, esperanza y caridad,
viven del alimento que le proporciona la Eucaristía. La Eucaristía contiene todo el bien
espiritual que necesita la Iglesia, la purifica y la colma de vida.
Comencé diciendo que la sangre nos muestra el grado de salud que tiene el cuerpo, del
mismo modo la Eucaristía nutre la vida del espíritu, la purifica de sus pecados, la
robustece en la esperanza y la inflama en el amor. La Eucaristía es el don por
excelencia, es el misterio del amor y de la misericordia de Cristo hacia nosotros, es la
promesa de aquél: “no tengáis miedo que yo estaré con vosotros todos los días hasta el
final de los tiempos” (Mt. 28,20). Es el verdadero banquete en el que Cristo nos
comunica su Espíritu Santo, es anticipación del cielo y prenda de la vida eterna. “El que
come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, yo lo resucitaré en el último día” (Jn.
6,51).
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