IX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- 1Re. 8,41-43: Cuando venga un extranjero escúchalo.
Esta lectura corresponde a la oración de Salomón, apertura universalista propia del
tiempo del destierro y del período después del exilio. De considerar, la importancia
de Jerusalén y del templo, como centro de encuentro con la gloria de Yahvé para
todos los pueblos de la tierra (cfr. Is.2,2-3; Zac. 8,20-22). Los que suban a
Jerusalén, será porque han oído hablar del Nombre de Yahvé, de su mano fuerte y
brazo extendido, y vengan a invocar su Nombre; serán escuchados, porque han
venido al lugar de su morada, de su presencia. Lo que pidan, se les concederá, para
que su Nombre sea conocido entre las naciones y sea respetado como en Israel. Se
trata de una primera apertura, porque en el NT, el universalismo adquiere un
carácter más personal y profundo, ya no hay un pueblo elegido, ni una ciudad
santa, como era Israel y Jerusalén. Ahora todos son hijos de Dios, y al Padre se le
adora en espíritu y en verdad, todos son uno en Cristo Jesús, y la Iglesia será lugar
de reunión de los creyentes (cfr. Jn. 4, 21-24; Gál.3,27-28).
b.- Gál. 1,1-2.6-10: Si agradara a los hombres, no sería servidor de Cristo.
En el saludo, encontramos buena parte del contenido de la epístola: defensa de su
misión apostólica. Pablo es apóstol, no por autoridad ni por mediación humana, sino
por Jesucristo, y el Dios Padre, que lo resucitó. No hay elogios a los destinatarios,
“las iglesias de Galacia” (v.2), lo que supone un mudo reproche. Se ha dado, según
constata el apóstol, un paso del evangelio que él les predicó, a otro evangelio. Es
un proceso de cambio, que afecta a esas iglesias, y la fe sembrada sufre la
influencia de las seudo-doctrinas, que ni siquiera eran de origen judío en algunos
casos, versiones depuradas del evangelio. Era la amenaza del “demonio vestido de
ángel de luz” (2Cor. 11,14). Pablo se alza como todo un profeta, y lanza sus
maldiciones a esos perturbadores judaizantes, que lo acusan de ganar adeptos a
costa de no exigirles a los gentiles, las prácticas judías (cfr.1Tes.2,4; 2Cor.3,1; 4,2;
5,11-12). Pablo insistirá, en la absoluta gratuidad de su conversión, convirtiendo
este principio, en el eje de su epístola. Su evangelio lo recibió de Dios, entendido de
manera más real y vital: es fuerza creadora que produce lo que anuncia, porque su
origen es Dios (cfr. 1Tes.1, 5). Ese dinamismo profético, lo recibió directamente de
Dios, lo que no se contradice, con que también escuche a los apóstoles, subiendo a
Jerusalén. Dios se dignó revelarle a su Hijo, el cual parecía oculto, no era objeto de
su fe, sabía mucho de ÉL, por ello perseguía a sus seguidores. En Pablo,
encontramos el sano equilibrio de quien goza de la gratuidad de la fe y la adhesión
a la tradición apostólica, y al magisterio. Los datos objetivos de la fe, se los entrega
la información catequética, la adhesión consciente al misterio, sólo Dios lo
concede, suya es la iniciativa. El hombre cree en Cristo, sólo porque Dios ha
intervenido directamente en su vida.
c.- Lc. 7,1-10: En Israel no he encontrado tanta fe.
Este evangelio, nos narra la curación del criado de un centurión romano. Le envió
unos mensajeros a Jesús para suplicarle viniese a sanar a su criado, pero cerca ya
de casa, él mismo vino donde estaba Jesús. “Estando ya no lejos de la casa, envi￳
el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno
de que entres bajo mi techo, por eso, ni siquiera me consideré digno de salir a tu
encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado.” (vv. 6-7). Luego le
argumenta como militar, que él tiene soldados a sus órdenes que hacen lo que les
manda. Jesús queda admirado y exclama: “Al oír esto Jesús, qued￳ admirado de él,
y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he
encontrado una fe tan grande.» Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al
siervo sano.” (vv. 9-10). Es la fe, la que logró que Jesús y el centurión se
entendieran; los dos se admiran, uno ve en el otro a un maestro y un hombre
poderoso en milagros, el Otro admira la fe del centurión. Se reconocen, porque
ambos son nobles de espíritu y al servicio del próximo, recordemos que el
centurión, había construido a los judíos una sinagoga, es decir, era un
simpatizante de los judíos (v. 4-5). En este hombre, hay que admirar la fe, la
confianza y la humildad; su intuición de fe, hace ver en el joven rabino de Nazaret
a un hombre de Dios. Un profeta, cuya palabra es eficaz como la del mismo Dios; y
esto le basta para creer. Sabe que no pertenece a Israel, es extranjero, lo que
suponía impureza legal para un judío al entrar en su casa de un pagano, de ahí que
no se crea digno de acoger a Jesús en su hogar. Jesús alabó la fe de este
extranjero, la que no encontró en Israel. Este testimonio nos invita a confiar en el
poder de la palabra de Dios, si antes la escuchamos con fe, como lo hizo el
centurión. La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve, la
Escritura (cfr. Heb. 11, 1). A la fe, agregamos la humildad, andar en verdad: el
centurión sabía que no podía entrar en casa de un judío, ni esperar nada de ellos.
Somos criaturas limitadas, pero amados de Dios, precisamente por nuestra
peque￱ez. En la Eucaristía, repetimos las palabras del centuri￳n: “Se￱or no soy
digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme”
(vv.6-7), con un sentido personal y comunitario. La Iglesia hace la Eucaristía, como
también la Eucaristía, hace la Iglesia. Cuando comulgamos con amor compartimos
el pan, la fraternidad, la humildad y la fe en la palabra de Jesús: Haced esto en
memoria mía.
Santa Teresa de Ávila, nos exhorta mantener viva la fe, nacida del amor de Dios.
“Y todas las demás virtudes grandes que tienen los perfectos, si no tiene alguna
prenda del amor que Dios le tiene, y juntamente fe viva. Porque es tan muerto
nuestro natural, que nos vamos a lo que presente vemos; y así estos mismos
favores son los que despiertan la fe y la fortalecen. Ya puede ser que yo, como soy
tan ruin, juzgo por mí, que otros habrá que no hayan menester más de la verdad
de la fe para hacer obras muy perfectas, que yo, como miserable, todo lo he habido
menester” (V 10,6).