Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Ciclo C, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré
sestear * El Señor es mi pastor, nada me falta. * La prueba de que Dios nos ama *
Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido
Textos para este día:
Ezequiel 34, 11-16:
Así dice el Señor Dios: "Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su
rastro.
Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así
seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por
donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones.
Las sacaré de entre los pueblos, las congregaré de los países, las traeré a su tierra,
las apacentaré en los montes de Israel, en las cañadas y en los poblados del país.
Las apacentaré en ricos pastizales, tendrán sus dehesas en los montes más altos de
Israel; se recostarán en fértiles dehesas y pastarán pastos jugosos en los montes
de Israel.
Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor
Dios.
Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas;
curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es
debido."
Salmo 22:
El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me
conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por
cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me
sosiegan. R.
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con
perfume, y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en
la casa del Señor por años sin término. R.
Romanos 5, 5b-11:
Hermanos: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el
Espíritu Santo que se nos ha dado.
En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado,
Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo;
por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios
nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él
salvos del castigo!
Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos, salvos por su vida!
Y no sólo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor
Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación .
Lucas 15, 3-7:
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos y escribas esta parábola: "Si uno de
vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el
campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se
la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y
a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había
perdido."
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse."
Homilía
Temas de las lecturas: Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré
sestear * El Señor es mi pastor, nada me falta. * La prueba de que Dios nos ama *
Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido
1. Sobre el Amor de Cristo
1.1 El papa Pío XII nos regaló esa que podríamos llamar la "Carta Magna" de la
devoción y amor al Corazón de Cristo en su Encíclica "Haurietis Aquas", del 15 de
mayo de 1956. De los números 18 al 21 de este documento inolvidable
transcribimos algunos textos para nuestra meditación de hoy, dejando sin embargo
nuestra numeración y titulación propias.
1.2 El adorable Corazón de Jesucristo late con amor divino al mismo tiempo que
humano, desde que la Virgen María pronunció su Fiat, y el Verbo de Dios, como
nota el Apóstol, al entrar en el mundo dijo: "Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero
me diste un cuerpo a propósito; holocaustos y sacrificios por el pecado no te
agradaron. Entonces dije: Heme aquí presente. En el principio del libro se habla de
mí. Quiero hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad..." Por esta "voluntad" hemos sido
santificados mediante la "oblación del cuerpo" de Jesucristo, que él ha hecho de
una vez para siempre.
1.3 De manera semejante palpitaba de amor su Corazón, en perfecta armonía con
los afectos de su voluntad humana y con su amor divino, cuando en la casita de
Nazaret mantenía celestiales coloquios con su dulcísima Madre y con su padre
putativo, San José, al que obedecía y con quien colaboraba en el fatigoso oficio de
carpintero. Este mismo triple amor movía a su Corazón en su continuo peregrinar
apostólico, cuando realizaba innumerables milagros, cuando resucitaba a los
muertos o devolvía la salud a toda clase de enfermos, cuando sufría trabajos,
soportaba el sudor, hambre y sed; en las prolongadas vigilias nocturnas pasadas en
oración ante su Padre amantísimo; en fin, cuando daba enseñanzas o proponía y
explicaba parábolas, especialmente las que más nos hablan de la misericordia,
como la parábola de la dracma perdida, la de la oveja descarriada y la del hijo
pródigo. En estas palabras y en estas obras, como dice San Gregorio Magno, se
manifiesta el Corazón mismo de Dios: Mira el Corazón de Dios en las palabras de
Dios, para que con más ardor suspires por los bienes eternos.
1.4 Con amor aun mayor latía el Corazón de Jesucristo cuando de su boca salían
palabras inspiradas en amor ardentísimo. Así, para poner algún ejemplo, cuando
viendo a las turbas cansadas y hambrientas, dijo: Me da compasión esta multitud
de gentes; y cuando, a la vista de Jerusalén, su predilecta ciudad, destinada a una
fatal ruina por su obstinación en el pecado, exclamó: Jerusalén, Jerusalén, que
matas a los profetas y apedreas a los que a ti son enviados; ¡cuantas veces quise
recoger a tus hijos, como la gallina recoge a sus polluelos bajo las alas, y tú no lo
has querido!. Su Corazón palpitó también de amor hacia su Padre y de santa
indignación cuando vio el comercio sacrílego que en el templo se hacía, e increpó a
los violadores con estas palabras: Escrito está: "Mi casa será llamada casa de
oración"; mas vosotros hacéis de ella una cueva de ladrones.
2. Amor de Cristo en su Divina Pasión
2.1 Pero particularmente se conmovió de amor y de temor su Corazón, cuando ante
la hora ya tan inminente de los cruelísimos padecimientos y ante la natural
repugnancia a los dolores y a la muerte, exclamó: Padre mío, si es posible, pase de
mí este cáliz; vibró luego con invicto amor y con amargura suma, cuando,
aceptando el beso del traidor, le dirigió aquellas palabras que suenan a última
invitación de su Corazón misericordiosísimo al amigo que, con ánimo impío, infiel y
obstinado, se disponía a entregarlo en manos de sus verdugos: Amigo, ¿a qué has
venido aquí? ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?; en cambio, se desbordó
con regalado amor y profunda compasión, cuando a las piadosas mujeres, que
compasivas lloraban su inmerecida condena al tremendo suplicio de la cruz, las dijo
así: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras mismas y por vuestros
hijos..., pues si así tratan al árbol verde, ¿en el seco qué se hará?.
2.2 Finalmente, colgado ya en la cruz el Divino Redentor, es cuando siente cómo su
Corazón se trueca en impetuoso torrente, desbordado en los más variados y
vehementes sentimientos, esto es, de amor ardentísimo, de angustia, de
misericordia, de encendido deseo, de serena tranquilidad, como se nos manifiestan
claramente en aquellas palabras tan inolvidables como significativas: Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen; Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?; En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso; Tengo sed;
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
3. Los Dones que nos ha entregado ese Amor Infinito
3.1 ¿Quién podrá dignamente describir los latidos del Corazón divino, signo de su
infinito amor, en aquellos momentos en que dio a los hombres sus más preciados
dones: a Sí mismo en el sacramento de la Eucaristía, a su Madre Santísima y la
participacion en el oficio sacerdotal?
3.2 Ya antes de celebrar la última cena con sus discípulos, sólo al pensar en la
institución del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, con cuya efusión había de
sellarse la Nueva Alianza, en su Corazón sintió intensa conmoción, que manifestó a
sus apóstoles con estas palabras: Ardientemente he deseado comer esta Pascua
con vosotros, antes de padecer; conmoción que, sin duda, fue aún más vehemente
cuando tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a ellos, diciendo: "Este es mi
cuerpo, el cual se da por vosotros; haced esto en memoria mía". Y así hizo también
con el cáliz, luego de haber cenado, y dijo: "Este cáliz es la nueva alianza en mi
sangre, que se derramará por vosotros".
3.3 Con razón, pues, debe afirmarse que la divina Eucaristía, como sacramento por
el que El se da a los hombres y como sacrificio en el que El mismo continuamente
se inmola desde el nacimiento del sol hasta su ocaso, y también el Sacerdocio, son
clarísimos dones del Sacratísimo Corazón de Jesús.
3.4 Don también muy precioso del sacratísimo Corazón es, como indicábamos, la
Santísima Virgen, Madre excelsa de Dios y Madre nuestra amantísima. Era, pues,
justo fuese proclamada Madre espiritual del género humano la que, por ser Madre
natural de nuestro Redentor, le fue asociada en la obra de regenerar a los hijos de
Eva para la vida de la gracia. Con razón escribe de ella San Agustín: Evidentemente
Ella es la Madre de los miembros del Salvador, que somos nosotros, porque con su
caridad cooperó a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son los miembros de
aquella Cabeza.
3.5 Al don incruento de Sí mismo bajo las especies del pan y del vino quiso
Jesucristo nuestro Salvador unir, como supremo testimonio de su amor infinito, el
sacrificio cruento de la Cruz. Así daba ejemplo de aquella sublime caridad que él
propuso a sus discípulos como meta suprema del amor, con estas palabras: Nadie
tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos. De donde el amor de
Jesucristo, Hijo de Dios, revela en el sacrificio del Gólgota, del modo más elocuente,
el amor mismo de Dios: En esto hemos conocido la caridad de Dios: en que dio su
vida por nosotros; y así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.
Cierto es que nuestro Divino Redentor fue crucificado más por la interior
vehemencia de su amor que por la violencia exterior de sus verdugos: su sacrificio
voluntario es el don supremo que su Corazón hizo a cada uno de los hombres,
según la concisa expresión del Apóstol: Me amó y se entregó a sí mismo por mí.
4. El Corazón, Símbolo de Amor
4.1 No hay, pues, duda de que el Sagrado Corazón de Jesús, al ser participante tan
íntimo de la vida del Verbo encarnado y, al haber sido, por ello asumido como
instrumento de la divinidad, no menos que los demás miembros de su naturaleza
humana, para realizar todas las obras de la gracia y de la omnipotencia divina, por
lo mismo es también símbolo legítimo de aquella inmensa caridad que movió a
nuestro Salvador a celebrar, por el derramamiento de la sangre, su místico
matrimonio con la Iglesia: Sufrió la pasión por amor a la Iglesia que había de unir a
sí como Esposa. Por lo tanto, del Corazón traspasado del Redentor nació la Iglesia,
verdadera dispensadora de la sangre de la Redención; y del mismo fluye
abundantemente la gracia de los sacramentos que a los hijos de la Iglesia
comunican la vida sobrenatural, como leemos en la sagrada Liturgia: Del Corazón
abierto nace la Iglesia, desposada con Cristo... Tú, que del Corazón haces manar la
gracia.
4.2 De este simbolismo, no desconocido para los antiguos Padres y escritores
eclesiásticos, el Doctor común escribe, haciéndose su fiel intérprete: Del costado de
Cristo brotó agua para lavar y sangre para redimir. Por eso la sangre es propia del
sacramento de la Eucaristía; el agua, del sacramento del Bautismo, el cual, sin
embargo, tiene su fuerza para lavar en virtud de la sangre de Cristo. Lo afirmado
del costado de Cristo, herido y abierto por el soldado, ha de aplicarse a su Corazón,
al cual, sin duda, llegó el golpe de la lanza, asestado precisamente por el soldado
para comprobar de manera cierta la muerte de Jesucristo.
4.3 Por ello, durante el curso de los siglos, la herida del Corazón Sacratísimo de
Jesús, muerto ya a esta vida mortal, ha sido la imagen viva de aquel amor
espontáneo por el que Dios entregó a su Unigénito para la redención de los
hombres, y por el que Cristo nos amó a todos con tan ardiente amor, que se inmoló
a sí mismo como víctima cruenta en el Calvario: Cristo nos amó, y se ofreció a sí
mismo a Dios, en oblación y hostia de olor suavísimo .
Fr. Nelson Medina, O.P.