Solemnidad. El Sagrado Corazón de Jesus, Ciclo C
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Ez. 34,11-16: Yo mismo apacentaré mis ovejas y las haré sestear.
En este pasaje del profeta Ezequiel, la figura del pastor y el destino de las ovejas de
Israel, es el tema central. La caída de Jerusalén, no fue suficiente para la
conversión de Israel, que sigue sumida en la anarquía y la falta de liderazgo de sus
responsables. El profeta, se había quejado contra las bandas que asolan la ciudad,
que no haya un rey y, hace un duro juicio de Dios sobre los pastores; pero
además, las emprende contra los ricos que explotan a los pobres de la ciudad (cfr.
Ez. 34, 6.10-15-22). Durante el exilio babilónico, mientras unos sufrían la
explotación por parte de los ricos, otros sufrían en tierra extranjera, es decir, el
pueblo no sólo está hambriento, sino que además disperso. El futuro lo contempla
el profeta, como la reunión de todas las ovejas, bajo el cayado del propio Yahvé, no
el rey y las relaciones, no serán puramente jurídicas, lo exterior de la alianza, sino
relaciones de mutuo conocimiento, relaciones personales, con cada uno de los
miembros del pueblo (v.16). Es un reino dependiente directamente de Dios, así lo
piensa y contempla el profeta, con relaciones esencialmente religiosas; reino de
calidad superior, que no compite con otros reinos terrenos, que puede extenderse
por todas partes, porque se limita contribuir con la dimensión religiosa a las
relaciones humanas ya establecidas. Ezequiel pone los cimientos teológicos del
reino de Dios, a los que aludirá Jesús, cuando afirme, que su reino no es de este
mundo, que ÉL ha venido a reunir a las ovejas dispersas de Israel, su misión, y
cuando convoque a todos a Juicio (cfr. Mt.13; 22,1-10; 13,30; 22,11-14). Esta
realidad se contempla en la celebración eucarística, donde están reunidos los
llamados por Dios, buenos y malos, porque se vive la fe y la oblación de Cristo, se
vive en clave de fraternidad y misión, y no de Juicio.
b.- Rm. 5, 5-11: Dios nos da pruebas de su amor.
El apóstol recuerda que la justificación, es ya una realidad, en contrapunto a la
mentalidad judía, que todavía apuntaba al futuro. El amor de Dios derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo, es la mejor prueba de la justificación ya
adquirida (v.5). Todos estos hechos, no eximen de saber esperar, dando a esta
virtud de la esperanza, un significado no conocido por los judíos (cfr. Rm. 5,3-5).
La salvación se obtuvo porque Cristo voluntariamente murió por nosotros, cuando
todavía éramos impíos, pecadores (vv.6-8); fruto de ese sacrificio, se obtuvo la
reconciliación entre Dios y los hombres (vv.10-11); finalmente, Dios nos hará
partícipes de su gloria eterna. Lo esencial de la salvación ya está realizado, lo que
queda ahora, es confesar la fe y asegurar así la esperanza. Lo que era sólo
esperanza para los judíos, el cristiano ya goza de la vida de Dios en su existencia y
su esperanza sobre hechos concretos y conocidos desde la fe. El cristiano, tiene la
experiencia de vivir la justificación, en la celebración eucarística al escuchar la
Palabra y recibir el Pan de la vida, se manifiesta en forma concreta la iniciativa
divina y de gracia que se realiza en Cristo en su misterio pascual. Además, el
cristiano por su participación en la Eucaristía, justificado por Cristo, se convierte en
constructor del Reino de la justicia de Dios. La fidelidad a la alianza bautismal,
fomenta a que otros justificados, se comprometan en la construcción del Reino de
Dios, en esta vida y gocen de su gloria en la eternidad.
c.- Lc. 15, 3-7: Alegraos conmigo, he encontrado la oveja que se había
perdido.
Este texto corresponde a la serie de parábolas de la misericordia, es decir, la de la
oveja pérdida, la dracma y del hijo perdido, temas propios de Lucas, donde se
destaca el perdón y la misericordia de Cristo para con los pecadores (cfr. Lc. 7, 36-
50; 22, 48-61; 23,34); la piedad para con los que sufren (cfr. Lc. 6,24; 8,2-3;
10,30-35; 11,41; 12,13; 16, 19-25; 18-22); la dedicación a las mujeres (Lc. 7, 11-
15; 36-50; 8, 2-3; 10, 38-42; 18, 1-5;23, 27-28). Los fariseos, a través de severas
normas de pureza legal, excluían a pecadores y publicanos de eventos religiosos y
sociales, Jesucristo a su vez propone la misericordia que va en busca de los
pecadores, e introducirlos en el camino de la salvación. La parábola de la oveja
perdida, refleja el deseo del Padre, de ir por el pecador, donde se encuentre,
provocando la alegría del pastor y que compara con la de Dios y sus ángeles (vv.6-
7; cfr. Mt.18, 12-14). No se dice que el pecador sea más amado que los demás,
sino que el encuentro produce esa manifestación, muy distinto al amor que Dios
tiene por todos los hombres. En el trasfondo, de esta serie de parábolas,
encontramos las referencias que hace Lucas a pasajes del profeta Jeremías, donde
Dios congrega, como buen pastor, a su pueblo y habrá alegría al verlos
congregados (cfr. Jr. 31,10-14; Lc.15,4-7); como una mujer llora la pérdida de sus
hijos, a los que recobrará más tarde (cfr. Jr.31,15-17; Lc.15,8-10); como cuando
Efraím se convierte y pasa a ser el hijo predilecto de Dios (cfr. Jr. 31, 31-34;
Lc.15,11-32). La conclusión que da el profeta y que Jesús asume en sus parábolas,
es que la Nueva Alianza que anuncia, se cimentará en el perdón y la misericordia de
Dios. El hombre de hoy, debe comprender la misericordia de Dios, no viendo en ello
un cierto paternalismo o un eximirse de sus responsabilidades. Para el hombre
bíblico, la misericordia divina apunta a la fidelidad a la alianza, nacida del amor,
que anida en su corazón, como compromiso de vida. Es una actitud de todo el ser.
La experiencia pecadora del hombre, es la piedra sobre la que se fundamenta la
misericordia divina, invitación a la conversión, y como llamada a testimoniar este
amor a los otros, en particular a los paganos (cfr. Eclo. 28,7). Jesús es fiel a las
expectativas del AT, ya que manifiesta la misericordia de Dios, uniéndola a la
compasión que el hombre puede sentir por el necesitado, y dar en forma conjunta,
una respuesta a la iniciativa divina. A pecadores, publicanos y excomulgados,
manifiesta una misericordia infinita de parte de Dios, para con ellos. El cristiano
está llamado a hacer la experiencia de la misericordia divina, puesto que Dios, los
llama a la conversión, tal como cada uno de ellos, se encuentre en su relación con
ÉL y el prójimo. No se deben sentir jamás abandonados, porque Dios va en su
búsqueda, la benevolencia paterna, es a la que siempre se puede recurrir. La
Iglesia reúne en la Eucaristía a sus hijos, y conmemora que sólo Jesús ha sido
misericordioso como el Padre Dios, por ello, quien comulga no sólo se beneficia de
la misericordia, sino que se responsabiliza de testimoniarla en la Iglesia y en la
sociedad. El reinado social de Dios, nos viene de la fuente del amor que es el
Corazón de Jesús, que nos comunica por medio de su Espíritu, la misericordia a
todos los cristianos que viven y confiamos en su amor divino.
Santa Teresa del Niño Jesús, cuando contempla el misterio del amor de Jesucristo,
va a la realidad que esconde el símbolo del Corazón, no a su dolor en Getsemaní, ni
al Calvario, sino a la respuesta de amor que da a la Magdalena, que lo busca el alba
de la Resurrección, cuando Jesús murmura su nombre. Con esta confianza en que
su Corazón no es más que de su esposa, llena de audacia, ingresa en el Corazón de
su Dios. Expresa este intenso amor humano y sobrenatural que vive en su alma, en
las estrofas de una poesía dedicada al Sagrado Corazón de Jesús cuando escribe:
“ - Tú me escuchaste, amado Esposo mío./ Por cautivar mi corazón, te hiciste/ igual
que yo, mortal, derramaste tu sangre, ¡oh supremo misterio!,/ y, por si fuera
poco,/ sigues viviendo en el altar por mí./ Y si el brillo no puedo contemplar de tu
rostro/ ni tu voz escuchar, toda dulzura,/ puedo, ¡feliz de mí!,/ de tu gracia vivir, y
descansar yo puedo/ en tu sagrado corazón, Dios mío.
- ¡Corazón de Jesús, tesoro de ternura,/ tú eres mi dicha, mi única esperanza!/Tú
que supiste hechizar mi tierna juventud,/ quédate junto a mí hasta que llegue/ la
última tarde de mi día aquí./ Te entrego, mi Señor, mi vida entera,/ y tú ya
conoces todos mis deseos./ En tu tierna bondad, siempre infinita,/ quiero perderme
toda, Corazón de Jesús.” (Poesía 23, 5-6).