Domingo X del tiempo Ordinario del ciclo C.
"Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los
hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él Dios-con-ellos,
será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá
llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (AP. 21, 3-4).
Ejercicio de lectio divina de LC. 7, 11-17.
1. Oración inicial.
Iniciemos nuestro encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre,
del Hijo, y del Espíritu Santo.
R. Amén.
No permitamos que el estrés que embarga nuestra vida ni el pensamiento en
nuestras ocupaciones y preocupaciones rutinarias nos distraigan, porque, este
encuentro con Nuestro Padre común, es de vital importancia para nosotros, ya que
tenemos la oportunidad de que nuestra fe se engrandezca, y de sentirnos
fortalecidos, para cumplir nuestros deberes durante la próxima semana, no solo
como buenos ciudadanos, pues también debemos hacerlo, como buenos hijos de
Dios, y, por tanto, como representantes del Dios, que nos ha manifestado su amor.
Oremos con el Salmista.
"Yo te amo, Yahveh, mi fortaleza,
(mi salvador, que de la violencia me has salvado).
Yahveh, mi roca y mi baluarte,
mi liberador, mi Dios;
la peña en que me amparo,
mi escudo y fuerza de mi salvación,
mi ciudadela y mi refugio...
Clamé a Yahveh en mi angustia,
a mi Dios invoqué;
y escuchó mi voz desde su templo,
resonó mi llamada en sus oídos...
Me sacó a espacio abierto,
me salvó porque me amaba.
Yahveh me recompensa conforme a mi justicia,
me paga conforme a la pureza de mis manos;
porque he guardado los caminos de Yahveh,
y no he hecho el mal lejos de mi Dios.
Porque tengo ante mí todos sus juicios,
y sus preceptos no aparto de mi lado;
he sido ante él irreprochable,
y de incurrir en culpa me he guardado.
Y Yahveh me devuelve según mi justicia,
según la pureza de mis manos que tiene ante sus ojos.
Con el piadoso eres piadoso,
intachable con el hombre sin tacha;
con el puro eres puro;
con el ladino, sagaz" (SAL. 18, 2-3. 7. 20-27).
Después de librarse de su enemigo Saúl, David se glorió porque Yahveh le dio la
victoria, y se alegró de vencer a su detractor. Aunque David pensó que Dios lo
apoyó porque cumplió las prescripciones religiosas de su tiempo puntualmente,
Jesús nos enseñó que no seremos salvos por la puntualidad con que cumplimos las
normas religiosas, sino porque somos amados por el Dios Uno y Trino. A pesar de
ello, es bueno cumplir las prescripciones religiosas, si las mismas nos aumentan la
fe en Dios, y nos hacen amar más, tanto a Yahveh, como a sus hijos los hombres.
Los enemigos de David mencionados en el Salmo 18 fueron el rey Saúl y sus
hombres, y, nuestros enemigos, son las dificultades que debemos superar, y
nuestra imperfección humana, que debe trocarse, en perfección divina.
Oremos:
Porque sólo Tú, Espíritu Santo
Eres soplo en el espinoso camino de la fe,
avívanos y condúcenos para que, lejos de desertar,
seamos altavoces permanentes del amor de Dios.
Porque sólo Tú, eres la Verdad.
Atráenos a la claridad de la Palabra de Jesús
y así, con ella y por ella,
regresemos de la oscuridad del error.
Porque sólo Tú, eres Fuego.
Consume la leña de nuestro orgullo y cerrazón,
para que, abriéndonos con lo que somos y tenemos,
brindemos al Señor nuestros dones y nuestro ser.
Porque sólo Tú, eres Impulso Creador.
Muda nuestras acciones humanas en divinas,
nuestras ideas en frutos de santidad,
y, la siembra de nuestras manos y de todo esfuerzo,
en proyecto de un mundo nuevo con Dios.
Porque sólo Tú, eres Aliento Divino.
Enciende nuestros senderos inciertos.
Acompáñanos en las soledades y encrucijadas.
Levántanos de las caídas y tropiezos.
Sálvanos del maligno que amenaza lo divino.
Aconséjanos en las decisiones e incertidumbres.
Porque sólo Tú eres Fuerza.
Infúndenos valor para evangelizar sin timidez alguna.
Impúlsanos coraje para defender nuestra fe.
Provócanos serenidad para no responder con violencia.
Inyéctanos conocimiento para comunicar a Dios.
Engéndranos coherencia para vivir según lo que creemos.
Infúndenos testimonio para que otros vean lo que sentimos.
Fecúndanos paciencia para no sucumbir ante las pruebas.
Porque sólo Tú, eres Voz de Dios.
Que seas, hoy y siempre, en el presente
y futuro, mano tendida y abierta en esta,
nuestra hora evangelizadora.
Amén.
P. Javier Leoz
(
http://www.celebrandolavida.org
).
2. Leemos atentamente LC. 7, 11-17, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
Lectura del santo evangelio según san Lucas 7, 11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus
discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un
muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la
ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
—«No llores.»
Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
—«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!»
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:
—«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.»
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera".
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 7, 11-17.
3-1. ¿Recorremos el camino de la evangelización de nuestros prójimos sintiendo
que el Señor Jesús nos guía para que consigamos realizar nuestro propósito?
"Y sucedió que a continuación se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con él
sus discípulos y una gran muchedumbre" (LC. 7, 11).
Después de sanar al siervo de un centurión romano a distancia (LC. 7, 1-10),
Jesús se encaminó a Naím, acompañado de sus discípulos, y una gran
muchedumbre. Ello me sugiere que debemos pensar si, a nivel individual y
comunitario, caminamos siguiendo los pasos de Jesús. Es de crucial importancia
para nosotros pensar si nos amoldamos al cumplimiento de la voluntad del Dios
Uno y Trino individualmente, y si, las comunidades cristianas de que somos
miembros, están conformadas por buenos cristianos que son capaces de
demostrarles su amor, tanto a Dios, como a sus hijos los hombres.
Desgraciadamente, corremos el riesgo de vivir rezando y celebrando los
Sacramentos sin servir a quienes necesitan nuestras dádivas espirituales y
materiales, o de dedicarnos a servir a nuestros prójimos los hombres, sin tributarle
a Dios el culto a Él debido, ni preocuparnos de crecer espiritualmente. Pensemos
que la dedicación exclusiva a la oración puede hacernos dejar de amar a los
hombres, según el siguiente texto de San Juan.
Si Alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues
quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1
JN. 4, 20).
Tengamos en cuenta también que la dedicación al servicio a los hombres sin
dedicarle tiempo al crecimiento espiritual ni al contacto con Dios, nos conduce a la
pérdida de la fe, y nos induce a servir a quienes necesitan nuestros dones
espirituales y materiales, no por amor, sino dispensando un servicio social, y los
cristianos estamos llamados a servir imitando la conducta de Jesús, quien amaba a
ricos y pobres, a sanos y a enfermos, sin hacer distinciones marginales.
3-2. Jesús está al pie de la cruz de los que sufren.
"Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto,
hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la
ciudad" (LC. 7, 12).
Jesús se encontró con una viuda cuyo único hijo había muerto, a la entrada de la
ciudad. Los judíos tenían la creencia de que quienes gozaban de salud y riquezas
eran premiados por su fidelidad a Yahveh, y de que, quienes carecían de salud y
eran pobres, eran castigados, por causa de los pecados que cometían. Si la citada
viuda carecía de dinero para sobrevivir, fácilmente podía convertirse en víctima de
estafadores si no estaba en edad de casarse y tener hijos, o podía verse obligada a
prostituirse, para poder sobrevivir. A pesar de la visión legalista que hacía
contemplar a la viuda de Naím como maldita por Dios, Jesús, la gente que lo
acompañaba, y los habitantes de la ciudad, se compadecieron de la situación de la
madre del joven difunto.
Jesús se encontró con una dolorosa situación de sufrimiento a la entrada de
Naím. Ello me recuerda que, a pesar de que muchos tenemos dificultades, apenas
nos relacionamos con nuestros prójimos los hombres, nos percatamos de que,
muchos de ellos, sufren más que nosotros, y por ello puede sucedernos que nos
percatemos de que no nos merece la pena quejarnos, porque hay quienes están en
situaciones más dolorosas que las nuestras, y tienen más fe y coraje para
superarlas que nosotros.
La gente que nos rodea tanto dentro como fuera de nuestras familias y de
nuestras comunidades de fe, puede estar sufriendo por diferentes causas. ¿Nos
compadeceremos de quienes sufren como lo hizo Jesús con la viuda de Naím, o
ignoraremos a quienes necesitan nuestros dones espirituales y materiales?
Los habitantes de Naím se compadecieron de la viuda, y la acompañaron a
sepultar a su hijo, a pesar de que, legalmente, merecía su dolor, porque ella o sus
antepasados, habían pecado. ¿Cómo habrían tratado a la pobre viuda durante los
días, semanas, meses y años siguientes al día en que pudo haber sepultado a su
hijo si Jesús no lo hubiera resucitado? ¿Habría tenido la pobre viuda medios para
vivir proporcionados por sus vecinos, o habría sido marginada por los tales?
En cuanto a los acompañantes de Jesús, ¿se habrían unido a la comitiva en el
caso de no haber estado con el Señor, o habrían pasado de largo?
¿Cómo encaramos el sufrimiento propio y ajeno?
¿Hacemos nuestro el sufrimiento de la gente que nos rodea en cuanto nos sea
posible?
El hecho de que el muerto era hijo único de la viuda, me sugiere otra reflexión.
La humanidad representada por la viuda, es víctima del sufrimiento. Todos nos
negamos a sufrir porque hemos sido creados para experimentar la dicha de Dios. Al
ver morir a su hijo, la viuda se sintió desamparada, tal como podríamos sentirnos
nosotros, si dependiéramos en todos los sentidos de algún familiar que se nos
muriera repentinamente. Dado que Jesús decía de Sí mismo que es el Hijo del
hombre, ello me sugiere el hecho de que, el joven muerto mencionado en el texto
evangélico que estamos considerando, representa a Jesús, de cuya muerte y
Resurrección, dependen nuestra purificación, y nuestra santificación.
3-3. Jesús nos dice cuando sufrimos: "No lloréis".
"Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: "No llores"" (LC. 7, 13).
Cuando Jesús vio la comitiva, se informó sobre quién había muerto, y sobre la
situación de su madre, y actuó en consecuencia. Dado que en el mundo hay
timadores que se aprovechan de la misericordia y la compasión de los incautos, y
situaciones cuya resolución ha de llevarse a cabo con cierta urgencia, antes de
servir a quienes nos necesitan, debemos decidir, qué servicios debemos llevar a
cabo en primer lugar, y qué otros servicios podemos realizar posteriormente,
porque no son tan urgentes como los anteriores.
¿Ignoramos a los que sufren, o, imitando la conducta de Jesús, nos acercamos a
ellos, manifestándoles compasión?
Jesús le dijo a la viuda que no llorara, no solo para consolarla, sino porque iba a
resucitar a su hijo, lo cual sería para ella, un gran motivo de gozo. Cuando les
digamos a quienes sufren que no lloren, procuraremos hacer algo para ayudarlos,
y, si necesitan llorar, animémosles a que se desahoguen, escuchémosles
compasivamente, y consolémosles si sabemos. Recordemos que existen situaciones
dolorosas en que quienes sufren, más que necesitar de palabras consoladoras,
necesitan decir lo que sienten, y sentirse amados y comprendidos. En tales
situaciones, un fuerte abrazo, y la disposición a compartir sentimientos aunque
quizás no sean comprendidos por nosotros al no haber vivido tales situaciones, son
las mejores ayudas, que podemos prestar.
3-4. Dejemos a Jesús actuar en el mundo, en la Iglesia y en nuestra vida.
"Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: "Joven,
a ti te digo: Levántate"" (LC. 7, 14).
Aunque la Ley religiosa prohibía mantener contacto con los muertos, Jesús se
acercó al féretro, y lo tocó. No dejemos que el desinterés nos impida relacionarnos
con quienes sufren, ni que la repugnancia nos impida acercarnos a quienes
consideremos intocables. Tal como Jesús tocó el féretro para resucitar al muerto,
conozcamos la situación de quienes sufren por cualquier causa, para remediarla, en
conformidad con nuestras posibilidades.
Tal como los portadores del féretro se pararon cuando Jesús lo tocó, nos es
necesario cesar de nuestras actividades en cuanto nos sea posible, para ver cómo
actúa el Señor en el mundo, en la Iglesia y en nuestra vida, para imitar su
conducta. Lamentablemente nuestro ritmo de vida nos absorbe el tiempo que
podríamos dedicarle a la oración, a nuestro crecimiento espiritual, y al servicio de
nuestros prójimos los hombres, pero, a no ser que se dé el caso de que nos
obliguen a trabajar día y noche y no tengamos más remedio que cumplir esa orden
para sobrevivir, ello puede sucedernos, porque apenas amamos, a Dios, y a sus
hijos.
Tal como Jesús le dijo al joven que se levantara, el Señor nos dice a nosotros
que, inspirados en la conducta que observó cuando vivió en Israel, aprendamos a
superar nuestras dificultades. Glorifiquemos a Dios porque nos ayuda a superar
unos problemas y a convivir con otras dificultades que, aunque no son plenamente
superadas por nosotros, nos son útiles para aprender a ser buenos seguidores de
Jesús.
3-5. Jesús hace prodigios en sus fieles creyentes.
"el muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre" (LC. 7, 15).
Tal como el muerto resucitó y empezó a hablar, por nuestra fe, sabemos que,
cuando hemos superado ciertas dificultades, el Señor ha hecho prodigios en nuestra
vida.
Después de resucitar al joven, Jesús se lo dio a su madre, pues para ello le dijo
anteriormente, que no llorara. Para comprender la belleza del citado acto del Señor,
imaginemos el día tan esperado por los cristianos, en que el Señor nos ayude a
superar, nuestros estados difíciles de pobreza, enfermedad, y aislamiento social.
3-6. ¿Qué sentimientos experimentamos cuando nos percatamos de que Dios
actúa en nuestra vida?
"el temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: "Un gran profeta
se ha levantado entre nosotros", y: "Dios ha visitado a su pueblo"" (LC. 7, 16).
Quienes vemos en Dios a un Padre misericordioso capaz de tenernos paciencia
aunque lo defraudemos, cuando nos percatamos de que actúa en nuestra vida,
sentimos una profunda alegría, pero, los testigos de la resurrección del hijo de la
viuda de Naím, se atemorizaron. Ello sucedió porque pensaban que, dado que les
era imposible pasar toda la vida cumpliendo perfectamente su Ley religiosa, ya que
el incumplimiento del precepto más insignificante los hacía pecadores, no merecían
la aprobación de Yahveh.
¿Qué imagen tenemos de Dios?
¿Nos consideraremos pecadores incorregibles?
¿Pensamos que, si nos despreciamos, al ser obra de Dios, afirmamos que,
Nuestro Santo Padre, hizo seres imposibles de purificar y santificar?
Dado que Jesús resucitó al hijo de la viuda, tanto sus seguidores como los
habitantes de Naím, consideraron al Señor, como uno de los grandes Profetas, del
Antiguo Testamento. ¿Qué pensamos de Jesús?
¿Pensamos que Dios ha visitado a su pueblo, tal como lo hicieron los testigos de
la resurrección del hijo de la viuda de Naím?
3-7. Divulguemos sin temor el bien que el Señor ha hecho en nuestro beneficio.
"Y lo que se decía de él, se propagó por toda Judea y por toda la región
circunvecina" (LC. 7, 17).
Tal como fue divulgada la resurrección del hijo de la viuda de Naím, no tengamos
miedo de dar a conocer lo que el Señor ha hecho en nuestro beneficio, para que
cada día haya más gente que desee tener a Dios por Padre. Necesitamos
testimonios de fe que nos ayuden a difundir el Evangelio, para que, toda la
humanidad, tenga a Dios por Padre, por convicción.
3-8. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-9. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico
y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de
asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de dios expuesta en LC. 7, 11-17 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Vivimos como seguidores de Jesús a los niveles individual y comunitario?
¿Por qué es de crucial importancia el hecho de que nos amoldemos al
cumplimiento de la voluntad de Dios individualmente?
¿Por qué nos conviene vivir la profesión de nuestra fe comunitariamente?
¿Qué riesgos corremos a la hora de profesar nuestra fe, con respecto a Dios, y a
nuestros prójimos los hombres?
¿Qué puede sucedernos si oramos y celebramos los Sacramentos asiduamente,
pero no ejercitamos la virtud de la caridad?
¿Por qué no podemos amar a Dios si no amamos a sus hijos los hombres?
¿Qué puede sucedernos si servimos a los hombres, pero no crecemos
espiritualmente?
¿Qué puede sucedernos si descuidamos la oración y evitamos celebrar los
Sacramentos porque solo nos dedicamos al servicio de los hombres?
¿Cuál es nuestro modelo a imitar, tanto a la hora de rezar y celebrar los
Sacramentos, como cuando tengamos la oportunidad de servir a los hombres?
3-2.
¿Qué pensaban los judíos con respecto a quienes gozaban de buena salud y
riquezas?
¿Qué pensaban los judíos con respecto a los pobres, los enfermos y los
desamparados?
¿Qué hubiera podido sucederle a la viuda del Evangelio si hubiera sido joven si
Jesús no hubiera resucitado a su hijo?
¿Qué hubiera podido sucederle a la viuda si hubiera sido mayor de edad?
¿Por qué fue compadecida la viuda por Jesús, sus acompañantes y la gente de
Naím, si la Ley la consideraba maldita de Dios?
¿Qué puede sucedernos si nos quejamos por causa de nuestras dificultades
cuando nos percatamos de que en el mundo hay gente que sufre más que nosotros,
y es más capaz de superarse que nosotros, aunque sus dificultades son muy
difíciles de sobrellevar?
¿Nos compadeceremos de quienes sufren como lo hizo Jesús con la viuda de
Naím, o ignoraremos a quienes necesitan nuestros dones espirituales y materiales?
¿Cómo habría sido tratada la viuda de Naím después de haber sepultado a su hijo
por sus conciudadanos?
¿Cómo encaramos el sufrimiento propio y ajeno?
¿Hacemos nuestro el sufrimiento de la gente que nos rodea en cuanto nos sea
posible?
¿Por qué rechazamos el sufrimiento?
¿En qué sentido representa la viuda del Evangelio a la humanidad sufriente?
¿Por qué el hijo de la viuda representa a Jesús muerto y resucitado?
3-3.
¿Qué hizo Jesús cuando, después de ver la comitiva, se informó sobre el muerto
y la situación de la viuda?
¿Por qué debemos priorizar los servicios que debemos prestar, e investigar en
qué medida es necesario que dichos servicios sean prestados?
¿Ignoramos a los que sufren, o, imitando la conducta de Jesús, nos acercamos a
ellos, manifestándoles compasión?
¿Por qué le dijo Jesús a la viuda que no llorara?
¿Estamos preparados para servir a quienes necesitan nuestras dádivas
espirituales y materiales?
¿Estamos debidamente formados para consolar a quienes necesitan ser
escuchados, más que ser aconsejados?
3-4.
¿Por qué tocó Jesús el féretro, si la Ley religiosa prohibía contactar con los
muertos?
¿Estamos dispuestos a remediar las situaciones de quienes sufren, en
conformidad con nuestras posibilidades?
¿Por qué nos conviene ver cómo el Señor actúa en el mundo, en la Iglesia y en
nuestra vida?
¿Por qué causas no tenemos -o no encontramos- el tiempo necesario para
cultivar nuestra relación con Dios y servir adecuadamente a sus hijos los hombres?
¿En qué sentido nos es provechosa la vivencia de las dificultades que caracterizan
nuestra vida?
3-5.
¿Por qué sabemos que el Señor hace prodigios en nuestra vida?
¿Por qué le dio Jesús al joven a su madre después de resucitarlo?
¿Por qué están relacionadas la entrega del joven resucitado por Jesús a su madre
y la plena instauración del Reino de Dios en el mundo?
3-6.
¿Por qué sentimos una profunda alegría quienes tenemos a Dios por Padre
cuando nos percatamos de que hace prodigios en nuestro beneficio?
¿Por qué se atemorizaron los testigos de la resurrección del hijo de la viuda
cuando se percataron del prodigio que hizo Jesús?
¿Qué imagen tenemos de dios?
¿Nos consideraremos pecadores incorregibles?
¿Pensamos que, si nos despreciamos, al ser obra de Dios, afirmamos que,
Nuestro Santo Padre, hizo seres imposibles de purificar y santificar?
¿Por qué fue considerado Jesús por sus acompañantes y los habitantes de Naím
como un gran profeta?
¿Pensamos que Dios ha visitado a su pueblo, tal como lo hicieron los testigos de
la resurrección del hijo de la viuda de Naím?
3-7.
¿Somos capaces de dar testimonio del bien que nos ha hecho el Dios Uno y
Trino?
¿Por qué son necesarios los testimonios de fe?
5. Lectura relacionada.
Lee y medita JN. 11, 1-46.
6. Contemplación.
Contemplemos a Jesús acompañado de sus discípulos y una gran multitud.
¿Vivimos siguiendo los pasos de Jesús?
Contemplémonos con dudas de fe y sin buscar respuestas satisfactorias a las
mismas, y sin fe en Dios, y sin hacer nada para creer en Nuestro Santo Padre.
Contemplemos al joven muerto. Aparentemente, se terminaron sus
oportunidades de crecer a los niveles espiritual y material. Ello nos recuerda que
debemos aprovechar todos los días que vivimos, para ser mejores, en todos los
aspectos.
Contemplemos a la viuda desamparada, quizás pensando que, sus antepasados o
ella, fueron los responsables de su situación, por causa de los pecados que
cometieron. Es terrible la situación de quienes sufren y piensan que han hecho algo
malo por lo que merecen el padecimiento que les impide sentir que son felices.
Visualicemos a quienes sufren, y pensemos en cómo intentamos ayudarles, o en
cómo les ignoramos, ora pensando que no podemos hacer nada por ellos, ora
porque, sus padecimientos, nos son indiferentes.
Contemplemos a Jesús compadeciéndose, tanto de la viuda del Evangelio, como
de todos los que sufren.
Jesús no marginaba a nadie ni tenía reparo alguno a la hora de relacionarse con
los más marginados de su tiempo. ¿Actuamos tal como lo hizo Jesús en ese
aspecto, por ejemplo, tocando a los leprosos?
¿Sentimos cómo nos invita Jesús a superar nuestras dificultades bajo su guía y
cuidado?
Pensemos en el día en que, por el poder y el amor de Dios, superaremos nuestras
dificultades.
Alegrémonos al experimentar cómo nos ama Dios, y sirvámoslo en sus hijos los
hombres, no por miedo a ser condenados, sino, por amor.
Glorifiquemos a dios, porque nos sentimos amados por Nuestro Padre celestial.
Glorifiquemos a Jesús, porque es el gran Profeta que está entre nosotros,
intercediendo por sus fieles seguidores, ante Nuestro Padre celestial.
Dejémonos llenar el corazón de gozo, porque Dios ha visitado y redimido a su
pueblo.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 7, 11-17.
Comprometámonos a ayudar a alguien de quien sabemos que sufre. La ayuda
que podemos darle puede ser espiritual y/o material.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Al recordar cómo me has manifestado el amor que sientes por mí, y
la alegría que siento por ello, te pido que me ayudes a observar tu conducta,
porque quiero que, quienes me rodean, al ver cómo les sirvo tal como lo has hecho
conmigo, experimenten el gozo que le da sentido a mi vida.
9. Oración final.
Lee y medita el Salmo 18. Los enemigos del rey David fueron el rey Saúl y sus
hombres, y los nuestros son las dificultades que debemos superar. No caigamos en
la trampa de odiar a nadie, porque ello nos alejaría de Dios, y de sus hijos.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en