Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Las curaciones milagrosas
Por la multitud de personas que acuden a las ceremonias de sanación, que piden ser
ungidas o que reclaman una bendición, se infiere que abundan los dolores morales, las
penas y las enfermedades. El padre Tardiff es un sacerdote que recibió el don de la
sanación y da testimonio de la acción de la gracia en su libro, “Jesús está vivo”. Dice
que Dios no se opone a la curación, tanto es así, que en la misma naturaleza se
encuentra la solución a las enfermedades. Lo dramático es que muchos de los remedios
se han comercializado y resulta imposible pagar el precio de medicinas o tratamientos
en los hospitales, que en muchos casos, deberían ser casi gratuitos.
Yo no tengo el don de la sanación, aunque no estaría mal comprobarlo, pero sí he sido
testigo de cómo la fe puede lograr de Dios la gracia de la curación milagrosa. Estando
de misiones en una zona paupérrima del Estado Falcón, Venezuela, conocí a una señora
cuyo hijo de escasos meses de nacido sufría una infección que lo llevó a los umbrales de
la muerte, hervía en calentura, perdió el conocimiento y estaba agonizando. ¿Qué podía
hacer aquella joven mamá desde su chabola perdida en las montañas? Tomó al niño
entre sus brazos y se puso a suplicar a Dios, oraba con las fuerzas que la juventud y la fe
le daban, oraba con la ternura de sus lágrimas, oraba con la certeza de que Dios la
escuchaba, oró hasta que el cansancio la dejó rendida. Fue entonces cuando el niño
despertó completamente sano.
La curación milagrosa es una respuesta a la oración de fe que Dios puede conceder,
como lo vemos en diversos pasajes del evangelio. El milagro comienza por la fe del
creyente y concluye con la salud del alma y del cuerpo, como le ocurrió a la mujer de
mala vida que se coló en casa de Simón, el fariseo, para pedir el perdón de sus pecados,
bañando los pies del Maestro con sus lágrimas y enjugándolos con sus cabellos. La
salud del alma es más grandiosa que la del cuerpo, porque al fin y al cabo, quien se cura
de una enfermedad tarde o temprano volverá a quebrantarse, mientras que la salud del
alma es prenda de salvación eterna.
Dios realiza innumerables milagros en nuestra vida, el problema está en el concepto de
milagro que cada uno tiene. Para la mayoría, un milagro es hacer desaparecer un tumor
canceroso cuando los médicos abandonan toda esperanza, pero no se impactan ni
reconocen el milagro de las transustanciación, por ejemplo, infinitamente más
asombroso y efectivo. En resumen, Dios actúa, pero depende de cada uno el ser capaz
de reconocer su acción milagrosa en su propia vida.
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