Domingo 11 del T.O. (C).
Lecturas: 2Sa 12,7-10.13; S. 31; Ga 2,16.19-21; Lc
7,36-8,3
Homilía del P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Se perdonó mucho a quien amó mucho
La perícopa o fragmento evangélico de hoy es de
sobra conocido por la importancia que encierra. Tiene como
características que está narrada exclusivamente por San
Lucas y además señala dos elementos que San Lucas
subraya con más fuerza que los otros evangelistas. Uno es
el de la misericordia de Jesús con los pecadores. Es famoso
su capítulo 15, literariamente muy cuidado, dedicado todo
él a las parábolas de la misericordia. El otro detalle es el de
la presencia protagónica en este hecho de una mujer y la
nota que añade de la ayuda a Jesús del grupo de mujeres.
Repetidas veces y con más insistencia que en los otros
evangelios aparecen en San Lucas las mujeres apoyando la
obra de Jesús. También en los Hechos aparecen las mujeres
destacando en la obra evangelizadora de Pablo.
Una vez más les advierto del peligro que tenemos los
hombres de hoy de hacer preguntas periodísticas a los
evangelios, que sus autores no se hicieron. A San Lucas no
le interesa dar información sobre aquella mujer ni sobre
quien invitó a Jesús: el nombre de la ciudad, el de la mujer,
quién más estaba a la mesa, si el fariseo era de una
categoría especial…A Lucas le interesa sólo exponer lo
grande que es la misericordia de Jesús, la primacía del
amor a Él y su poder para perdonar los pecados, como
parte de su misión.
Por la actitud del fariseo y los pensamientos que
cruzan por su mente mientras la mujer unge los pies de
Jesús, la omisión de gestos bastante normales entre los
orientales cuando invitaban y los comentarios de los demás
fariseos amigos, da la impresión de que aquel fariseo le
había invitado porque, viendo en Jesús cosas muy notables,
desconfiaba y quería observarle más de cerca; no se fiaba.
Y la conducta de Jesús le confirmó en su desconfianza:
Jesús no era un profeta; se dejaba tocar por una prostituta
y no decía nada; ¿no había caído en la cuenta? De profeta
nada.
De la mujer no se dice el nombre. De ella sólo dice el
texto que era “una pecadora” y esto era conocido por todos
los invitados, que cayeron en la cuenta apenas entró. Da la
impresión de que era una mujer de la vida. Jesús le
explicará a Simón (éste era el nombre del fariseo) que toda
la actitud de la mujer, desde que entró en la sala,
demostraba que su corazón había cambiado de forma total:
lloraba intensamente, sus lágrimas regaban los pies de
Jesús, con un perfume muy caro y sus propios cabellos
ungía y secaba los pies de Jesús.
Aquello no significaba nada para el fariseo. Para
Jesús en cambio era todo, era fruto y signo de la fe, de la
conversión, del amor. De ninguna de las tres creía necesitar
Simón. Por eso Jesús intenta explicarle su error.
No dice el texto cuándo y cómo fue la conversión de
la mujer. Sin duda que vio actuar y oyó a Jesús en alguno
de los días anteriores. Aquel hombre y sus palabras le
conmovieron profundamente; Dios se hacía presente en
ellas y era un Dios que la amaba profundamente. Sintió la
necesidad de manifestárselo y decirlo a Dios por medio de
Él. Por eso compró el perfume, tal vez el de más precio, y
se saltó cualquier norma para decírselo a aquel hombre de
Dios.
Jesús lo entendió, pero Simón no. El creía que con la
Torá bastaba. Cumplir la norma. Del amor no comprendía
demasiado. Por eso despreciaba y se alejaba de todo
pecador. Y eso es lo que esperaba del Mesías: que
condujese a los israelitas fieles y les consiguiese la libertad,
la prosperidad material, el poder sobre los paganos; y que a
los pecadores los condenase. Simón no entendía nada.
2
Por eso Jesús tuvo la bondad de explicárselo. Lo hace
con una parábola, pedagogía muy hebrea. Jesús hace ver
que si alguien recibe la condonación de una deuda quedará
tanto más agradecido cuanto más grande sea la deuda.
Además el agradecimiento nacía en el deudor tras la
condonación. Esto es lógica humana, pero aquí no fue así.
Surgió primero el amor del pecador y Jesús conmovido
perdonó. Recordemos el proceso penitencial del “hijo
pródigo”. Primero pecó, huyendo de su padre y
malbaratando su plata con el vicio. Caído en la miseria
reflexiona, reconoce el amor de su padre y regresa
confiando en su perdón, para estar con Él como un
jornalero más. Este es el proceso de la conversión del
pecador. Sólo hay que incluir el importante detalle de la
parábola del “buen pastor”: el Buen Pastor va en busca de
la oveja perdida hasta que la encuentra; sin la iniciativa de
esa búsqueda la oveja no regresaría.
Este fue el proceso en lo íntimo de la pecadora. Dios
da siempre el primer paso. Y Jesús lo dio. Y la mujer vio y
escuchó a Jesús. Sin duda que le impresionó
profundamente y le sacudió el corazón. Era un profeta, un
hombre de Dios, y ella estaba podrida en sus pecados. Pero
Jesús transparentaba la bondad, misericordia y amor de
Dios de forma tan absorbente que no pudo sino
arrepentirse, responder con su amor a aquel amor e incluso
manifestar su cambio con el mejor homenaje que pudiera.
Cuando entraba en la sala del banquete, la mujer ya había
llorado sus pecados, la pecadora no era pecadora, porque
amaba, amaba a Dios, que estaba en aquel hombre. ¿Creía
que era Dios? El texto no lo dice; pero cierto que insinúa
que aceptaría fácilmente si así se lo dijese. Y cierto que
creyó cuando le oyó que sus pecados estaban perdonados.
Y cierto que para Lucas, para quien desde el comienzo del
texto Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el hecho
manifiesta la conciencia que Jesús tiene de su divinidad y la
muestra.
3
Pero el hecho manifiesta esta verdad: que en nuestra
relación con Dios el amor es con mucho más importante
que la limpieza de los pecados. A veces quisiéramos borrar
los pecados pasados de forma que no hayan existido. Eso
es imposible y en el fondo es un error. La memoria de los
pecados pasados ha de estimular el amor más intenso de
nuestra respuesta al amor de Dios, que salió a nuestro
encuentro. Pidamos a Dios esa gracia de amarle más,
porque sin ella no nos será posible. Y procuremos hacer de
nuestra vida un conjunto de actos de amor a Dios, un amor
que, claro, incluye siempre el amor a los demás. Que la
Virgen María nos alcance esta gracia, que se haga en
nosotros la palabra del Señor.
4