UNDÉCIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO C
(II Samuel 12:7-10.13; Gálatas 2:16.19-21; Lucas 7:36-50)
San Pablo tiene un carácter curioso. Es judío y orgulloso de su herencia nacional.
Sin embargo, la describe en sus cartas como si fuera un anillo de papel, al menos
en comparación con el conocimiento de Cristo. Aun la ley judía, considerada en los
salmos como el deleite y deseo del corazón, para Pablo tiene el valor de un bastón.
Según él, la ley ha ayudado al pecador apoyarse por un tiempo. Pero ya que ha
venido Jesucristo, el médico que sana debilidades, ella ha perdido su importancia.
No se ve el planteamiento de Pablo hacia el judaísmo con más radicalismo que en la
Carta a los Gálatas de la cual estamos leyendo por cinco domingos seguidos en la
segunda lectura.
Pablo escribe que la ley judía no puede salvar al hombre o la mujer. No es que
quiera vituperarla; sólo está recalcando lo que Jesús ha apuntado a los fariseos.
Eso es, los intentos del hombre de aprovecharse de la ley para vivir justos están en
vano. Según Pablo, la ley no puede salvar porque su propósito es limitado a
recordarnos del pecado. Por ejemplo, nos informa que es injusto descuidar a
nuestros padres en su ancianidad, pero no nos capacita a superar el deseo de tener
una vida muy aparte de ellos.
Hace cien años nuestras familias por la mayor parte vivían en el mismo pueblo si no
el mismo edificio. Era sólo esperado que los hijos cuidaran a sus padres en su
vejez. A menudo la tarea no causó gran dificultad. Pues, usualmente los padres no
vivían tantos años ni con tantas enfermedades como hoy en día. En contraste,
ahora muchas veces vivimos lejos de nuestros padres, en diferentes ciudades si no
diferentes países. Cuidar a los padres se complican, no sólo por la distancia y la
duración de la vida sino también porque existen un montón de diversiones
consumiendo el tiempo. Al cuidar bien a nuestros padres se necesita un motivo
más grande que el sentimiento natural por aquellos que nos criaron. Es preciso un
espíritu de servicio generado por el amor abnegado. Precisamente esto es el
legado de Jesucristo. Él nos ofrece su amistad que nos proporciona una nueva
manera de vivir. Tomarlo como amigo quiere decir que nos reconfiguramos a él en
su entrega en la cruz. En las palabras de Pablo, es estar “crucificado con Cristo”.
Parece difícil, tal vez aun loco: ¿por qué querríamos sufrir como él? Sin embargo,
tener a Jesús como amigo también significa que podemos confiar en su apoyo en
toda clase de lío. Es saber que él va a ayudarnos cuidar a los demás, sean
nuestros padres en los traumas de la vejez o sean nuestros hijos en los trastornos
de la juventud. Una vez una muchacha estaba asistiendo a una universidad en
Washington, D.C., casi dos millas de su casa en Texas oeste. Tenía tanta dificultad
ajustarse al nuevo ambiente que se desesperó. Ella llamó a su familia diciéndole
que no podía continuar. Inmediatamente su padre condujo a Washington para
recogerla. Tener fe en Jesús significa llamarlo con la seguridad que vaya a actuar
por nosotros con aún más preocupación.
Por eso podemos decir con Pablo que ya no vivimos sino Cristo vive en nosotros.
No más seguimos las inclinaciones de nuestra carne. Más bien, somos dirigidos por
su espíritu del amor abnegado que ha tomado posesión de nuestro corazón. Sin
duda fue este espíritu, que es el Espíritu Santo, que movió a un padre de familia a
declarar que quiere ser una carga a sus hijos. El hombre sólo quería que sus hijos
fueran completamente conformados a Jesucristo, el colmo de la humanidad.
Escribe el hombre, que es moralista, que la familia es el ambiente donde
aprendemos la justicia porque en ella estamos obligados a olvidarnos de nuestros
deseos para atender las necesidades de uno y otro. Manejando las dificultades
considerables de cuidar a los ancianos – sean llevarlos a los médicos o sean
alimentarlos por mano en sus últimos días – nos hacemos hombres y mujeres libres
de la tiranía de las pasiones y entregados al sumo bien que es Dios.
Hoy se celebra el Día del Padre en diferentes naciones. Según los anuncios
deberíamos estar buscando los IPad y botellas de whiskey añejo para complacer a
nuestros padres. Sin embargo, los padres más dignos del nombre querrán algo que
no se puede comprar en Best Buy o Wal-Mart. Querrán que siempre actuemos
como mujeres y hombres entregados al bien del otro. Sí, pueden estar pensando
que los cuidemos a ellos mismos cuando se hagan viejos. Pero con igual
preocupación están pensando en nuestros propios hijos y nuestros vecinos: que les
tratemos a ellos también con el amor abnegado. Querrán que tratemos a todos con
el amor abnegado.
Padre Carmelo Mele, O.P.