Domingo XI del tiempo Ordinario del ciclo C.
"«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré
descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es
suave y mi carga ligera."" (MT. 11, 28-30).
Ejercicio de lectio divina de LC. 7, 36-8, 3.
1. Oración inicial.
Iniciemos nuestro encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén.
De la meditación del pasaje evangélico de la resurrección del hijo de la viuda de
Naím que consideramos el Domingo X del tiempo Ordinario, deducimos que, si
decidimos vivir lejos de Dios, permanecemos muertos, a la vida de la gracia. Tal
como Jesús resucitó al joven hijo de la viuda, el Señor quiere resucitarnos a una
nueva vida, en conformidad con la superación de nuestras dificultades personales y
comunitarias. Al considerar el Evangelio del Domingo XI del tiempo Ordinario,
recordaremos cómo debemos acercarnos al Señor para nacer a la vida de la
santidad, qué conducta debemos evitar para no entorpecer nuestro crecimiento
espiritual, y cómo debemos imitar la conducta de Nuestro Salvador, quien siempre
está dispuesto a perdonar las transgresiones en el cumplimiento de la Ley divina,
de quienes se arrepienten de sus pecados.
Al igual que hizo el fariseo que aparece en el Evangelio de hoy, invitemos al
Señor a que se siente a nuestra mesa, pero no lo hagamos para amoldarlo al
cumplimiento de nuestros deseos, sino para conocer su voluntad, y el designio
divino. Aprovechemos estos minutos de oración para pedirle a Jesús que nos dé a
conocer lo que espera de nosotros, porque sabe que, si queremos, podemos llevarlo
a cabo.
La pecadora pública que coprotagoniza el Evangelio de hoy, no fue invitada a
entrar en casa de Simón el leproso, pero ella se acercó al Señor, lavó sus pies con
las lágrimas demostrativas de su arrepentimiento, se los secó con sus cabellos, se
los besó, y se los ungió, con un costoso perfume. Admirémonos por causa de la
humildad de la citada pecadora pública, y pensemos si imitamos su conducta al
acercarnos al Señor pidiéndole que nos haga miembros de su familia, o si, por el
contrario, nos acercamos a Jesús imitando a Simón, quien se creía merecedor de la
amistad divina, porque sobornaba a Dios, cumpliendo sus prescripciones religiosas.
Dado que el citado fariseo evitó cumplir ciertas normas protocolarias que
caracterizaron el acto penitencial de la mujer pecadora, quizás porque pensaba que
el Mesías no era digno de que se esforzara en recibirlo honrosamente, desacreditó a
Jesús en su interior, porque el Señor dejó que la pecadora pública se le acercara.
Oremos y esforcémonos para no criticar, marginar ni despreciar, a quienes no
observan nuestras costumbres.
Simón no amaba a Jesús, porque no sintió que el Señor le perdonó sus pecados,
pero, la pecadora pública, al ser consciente de los errores que cometió, y de la gran
deuda que tenía con Nuestro Salvador, le manifestó un gran amor al Mesías, quien
le perdonó todos sus pecados.
Al igual que la pecadora pública, y las mujeres mencionadas en la segunda parte
del Evangelio que estamos considerando (LC. 8, 1-3), agradezcámosle al Señor el
bien que nos ha hecho, y sirvámoslo en nuestros prójimos los hombres,
concediéndole nuestras dádivas espirituales y materiales, en cuanto ello nos sea
posible.
Oremos:
Espíritu Santo, amor que procedes del Padre y del Hijo, y que con ellos recibes
una misma adoración y gloria: Ayúdanos a comprender que necesitamos sentirnos
amados y protegidos por Dios, y a comprender que, servir a quienes necesitan
nuestras dádivas espirituales y materiales, es la única forma que tenemos, de
demostrar que te amamos.
Espíritu Santo, aliento divino que nos das la vida: Quema nuestras impurezas con
tu fuego, y haznos imitadores de tu divina caridad.
Espíritu Santo, amor del Dios ante quien somos pequeños: Enséñanos a ser
humildes, para que podamos vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre.
Espíritu Santo, amor del dios para quien no hay nada imposible: Haz de nuestra
tierra un paraíso de luz en que la humanidad pueda encontrar la plenitud de la
felicidad, más allá de las razones por las que los hombres sufren. Amén.
(José Portillo Pérez).
2. Leemos atentamente LC. 7, 36-8, 3, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor
Lectura del santo evangelio según san Lucas 7, 36—8, 3
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús,
entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una
pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un
frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a
regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de
besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se
dijo:
—«Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que
es: una pecadora.»
Jesús tomó la palabra y le dijo:
—«Simón, tengo algo que decirte.»
Él respondió:
—«Dímelo, maestro.»
Jesús le dijo:
—«Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro
cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo
amará más?»
Simón contestó:
—«Supongo que aquel a quien le perdonó más.»
Jesús le dijo:
—«Has juzgado rectamente.»
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
—«¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los
pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado
con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de
besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha
ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están
perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco
ama.»
Y a ella le dijo:
—«Tus pecados están perdonados.»
Los demás convidados empezaron a decir entre sí:
—«¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?»
Pero Jesús dijo a la mujer:
—«Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo,
predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas
mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la
Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa,
intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes".
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 7, 36-8, 3.
3-1. ¿En qué sentido quiere Dios que cumplamos las prescripciones religiosas?
"Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso
a la mesa" (LC. 7, 36).
Según los historiadores, los fariseos son vistos como una escuela de pensamiento
judío o como una secta surgida en el siglo II antes de Cristo con el nombre de
hasidim, que pasaron a ser conocidos como fariseos, cuando Juan Hircano, fue
sumo sacerdote de Judea. Se caracterizaron porque hicieron todo lo posible para no
dejarse influenciar por los extranjeros, ya que cumplían la Ley de Moisés
literalmente. Si bien en los Evangelios aparecen casos de fariseos cuya manera de
proceder indicaba que buscaban más la aprobación de los hombres que la
aceptación de Yahveh, no debemos considerar que todos los componentes del
citado grupo o partido eran malos creyentes.
El fariseo que aparece en el Evangelio de hoy, le rogó a Jesús que comiera con él,
y, aunque tal gesto aparentemente denotaba una gran devoción al Señor, como
veremos más adelante, Simón, resultó no ser un fiel seguidor del Hijo de dios y
María, ya que el Mesías no siguió exactamente su patrón conductual, y se dejó
lavar los pies, por una simple pecadora pública.
La conducta que observó Simón que nos es descrita en el Evangelio de hoy, nos
hace saber que invitó a Jesús, con tal de analizar las creencias del Nuevo Mesías, a
quien no consideró como tal, sino como maestro de sus seguidores.
Dado que Simón era cumplidor de la Ley religiosa de Israel, y por ello tenía la
consideración de hombre pío -y por tanto justo, porque la justicia en la Biblia es
sinónimo de fe-, se sentía poseedor del derecho de juzgar a Jesús, de quien no
consideraba que estaba a su nivel espiritual. Las comidas eran muy importantes
para los judíos a los niveles social y comunitario. En el Evangelio que estamos
considerando, durante el tiempo que se prolongó una comida, surgió una pecadora
pública de quien podemos aprender cómo debemos acercarnos a Dios, el
comportamiento que Simón observó nos enseña qué debemos evitar con tal de
permanecer en la presencia de Dios, y, la manera en que Jesús le manifestó su
amor a la pecadora e intentó instruir a Simón y a sus invitados, nos enseña cuál es
nuestro modelo a seguir, tanto a la hora de amar a nuestros prójimos los hombres,
como a la hora de transmitirles nuestra fe.
Jesús se sentó a la mesa de un fariseo que solo lo invitó a comer para analizar su
doctrina y observar su conducta. Nuestro Redentor siempre se mezcló con pobres y
ricos, sanos y enfermos, y jamás hizo acepción de personas.
¿Imitamos la conducta que Jesús observó aceptando a la gente con que se
relacionó independientemente de su conducta, clase social o raza, o hacemos
acepción de personas?
3-2. La aparición de la pecadora pública.
"Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba
comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume" (LC. 7, 37).
¿Quién fue la pecadora pública mencionada por San Lucas? El Evangelista no
reveló el nombre de la citada mujer, de quien muchos autores piensan que
posiblemente fue prostituta, aunque no tenía que llevar a cabo tal trabajo para ser
considerada pecadora pública, ya que, si estaba casada, y su marido era
considerado pecador, ella tenía la misma consideración con que era tratado su
cónyuge, ya que las mujeres no eran juzgadas por sí mismas, sino en atención a la
consideración que se les dispensaba a sus padres y/o maridos, dependiendo de si
estaban casadas o solteras.
¿Era la citada pecadora pública María Magdalena, la hermana de Marta y Lázaro
de Betania?
San Marcos, -al igual que lo hizo San Lucas-, también ocultó el nombre de la
citada mujer.
"Estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino
una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho
precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza" (MC. 14, 3).
San Mateo también ocultó el nombre de la pecadora pública, al referirse en su
Evangelio, al pasaje bíblico que estamos considerando.
"Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, se acercó a él una
mujer que traía un frasco de alabastro, con perfume muy caro, y lo derramó sobre
su cabeza mientras estaba a la mesa" (MT. 26, 6-7).
Aunque San Juan mencionó a María Magdalena en su episodio análogo al pasaje
evangélico lucano que estamos considerando, nos queda la duda de si los cuatro
Evangelistas se refirieron al mismo relato de la vida del Señor, o si describieron en
sus obras relatos diferentes.
"Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió
los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume"
(JN. 12, 3).
Quienes apoyan la hipótesis de que María Magdalena fuera la pecadora pública
que aparece en el Evangelio de hoy, se apoyan en MC. 16, 9 y LC. 8, 2, donde
leemos que el Señor le extrajo siete espíritus impuros, a los cuales asocian con
pecados muy graves, que algunos llegan a equiparar, con el ejercicio de la
prostitución.
El hecho de desconocer el nombre de la citada pecadora pública, nos estimula a
identificarnos con ella, con tal de que imitemos su conducta a la hora de acercarnos
al Señor, tal como se indica en el punto 3-3, del presente trabajo.
3-3. ¿Qué conducta debemos observar a la hora de acercarnos al Señor Nuestro
Dios?
"Y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le
mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los
ungía con el perfume" (LC. 7, 38).
La pecadora pública se puso detrás de Jesús, pensando que no merecía mirar al
Señor a la cara, porque creía que, los actos que llevó a cabo, la hacían indigna, de
recibir el perdón divino. A pesar de ello, dado que se sentía necesitada de la
aceptación de Jesús, decidió humillarse, con tal de alcanzar el perdón del Mesías,
ya que los judíos creían que debían humillarse ante Dios, para poder alcanzar su
perdón.
"El sacrificio a Dios es un espíritu contrito;
un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias" (SAL. 51, 19).
La mujer se arrodilló detrás de Jesús, para demostrarle al Señor el sentimiento
de indignidad que la embargaba. Tal conducta es imitada en la actualidad por los
miembros del Camino Neocatecumenal, cuando reconocen sus pecados
públicamente. Dado que el Señor nos eleva a la dignidad de santos cuando
reconocemos nuestra pequeñez y su grandeza, el hecho de arrodillarnos ante Él,
significa que aceptamos la salvación divina.
Las lágrimas de la mujer, eran indicativas de los sentimientos y emociones que
experimentaba. Al ser vista como pecadora pública, era despreciada a nivel social,
e incluso es posible que, por carecer del amor de quienes le echaban en cara su
situación apenas tenían la oportunidad de marginarla, llegara a adoptar la creencia
de que tenía un valor tan ínfimo, que ni siquiera era digna de ser alcanzada, por la
compasión divina. Ella tenía la certeza de que Jesús podía llevar a cabo un cambio
en su vida que podía hacer que su existencia tuviera sentido.
La pecadora pública secó los pies de Jesús con sus cabellos, para demostrar con
ello, que se humillaba ante Aquel, de quien esperaba recibir el perdón.
Los besos indican el amor y respeto que la mujer sentía por Jesús.
La unción de Jesús por parte de la mujer, significa el amor que reciben de Dios
quienes lo aceptan y se amoldan al cumplimiento de su voluntad, la abundancia de
dones que los tales reciben del Espíritu Santo, y su consagración a Dios.
3-4. Simón juzgó a Jesús.
"Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: "Si éste fuera profeta,
sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una
pecadora"" (LC. 7, 39).
Dado que el fariseo se consideraba creyente ejemplar porque cumplía cabalmente
las prescripciones de su religión, dudó sobre la actividad profética de Jesús porque
el Señor no observó su conducta, y marginó a la pecadora pública, porque era
diferente a él. A diferencia de Simón, aunque Jesús cumplía la Ley religiosa por
cuanto también era judío, no juzgaba a sus hermanos de raza teniendo en cuenta
su manera de cumplir la Ley de Moisés y la Tradición de los Ancianos, sino la
intención con que actuaban, y las posibilidades que tenían de cumplir las
prescripciones religiosas, ya que, para el Señor no vasta el hecho de que hagamos
el bien, pues no es lo mismo hacer una obra de caridad por amor a quien necesita
de nuestras dádivas, que hacerla para presumir de bondad, y, por otra parte, no
todos los judíos podían cumplir la Ley religiosa, por diversas causas, entre las que
destacaba, la pobreza.
3-5. Jesús intentó adoctrinar a Simón, y alivió el peso de la mujer.
"Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte.» El dijo: «Di, maestro." Un
acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta.
Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?"
Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más.» El le dijo: «Has
juzgado bien"" (LC. 7, 40-43).
Los deudores mencionados por Jesús, fueron la pecadora pública, y Simón el
fariseo. La primera cometió muchos pecados, y el segundo, aunque no hizo tanto
mal como la mujer, cayó en el pecado de la ostentación, solo le importaba tener
una buena apariencia, y destacar como creyente ejemplar. Recordemos que no
hacemos mal al vestirnos adecuadamente para celebrar el culto divino, pero, si lo
hacemos con la intención de destacar y no para adorar a Dios, entonces no
actuamos religiosamente.
Ni la pecadora ni el fariseo podían redimirse por sí mismos, pero Jesús les ofreció
la salvación a los dos. La mujer amó mucho a Jesús porque sintió que le fueron
perdonados muchos pecados, pero, el fariseo, a pesar de que tenía más facilidades
para tener fe en Jesús por su conocimiento de las Escrituras, y su adaptación al
cumplimiento de la Ley, prefirió rechazar al Señor, con tal de no cambiar su
mentalidad.
Mis lectores saben que les digo muchas veces que nuestra fe se fundamenta
sobre los tres pilares llamados formación, acción y oración. Si paso muchas horas
leyendo la Biblia y no oro ni hago el bien, mi fe cristiana es muy dudosa. Tal como
los estudiantes deben prepararse desde la infancia para trabajar cuando llegan a la
edad adulta, y los deportistas deben someterse a un duro plan de trabajo para
ganar las competiciones en que participan, si queremos ser cristianos perfectos,
tenemos que conocer al Dios en quien decimos que creemos, debemos poner en
práctica sus enseñanzas ejercitando la caridad, y tenemos que orar mucho, porque,
tal como nos sería difícil convivir con nuestros familiares sin comunicarnos con
ellos, nos es difícil ser cristianos, si no hablamos con Dios.
3-6. Seamos buenos cristianos, y evitemos juzgar a los demás.
"Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu
casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con
lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que
entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha
ungido mis pies con perfume" (LC. 7, 44-46).
Cuidémonos de que no nos caractericemos por la conducta de Simón.
Cuidémonos de no juzgar a nuestros hermanos de fe porque no imitan nuestra
conducta, porque el Señor puede considerar, -con razón-, que los tales, son
mejores cristianos, que nosotros. Evitemos criticar a quienes celebran la Misa
diariamente, y a quienes no rezan, porque gastan su tiempo haciendo obras de
caridad, o leyendo la Biblia. Es bueno que les enseñemos a nuestros hermanos a
fundamentar su fe sobre la formación, la acción y la oración, pero debemos actuar
impulsados por el amor, evitando el hecho de juzgar equívocamente, a nuestros
hermanos de fe.
3-7. En conformidad con el amor que le demostramos a Dios, sabemos si nos
sentimos dichosos, por el hecho de que se nos hayan perdonado, los pecados que
hemos cometido.
"Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha
mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra. Y le dijo a
ella: "Tus pecados quedan perdonados"" (LC. 7, 47-48).
Aunque no seremos salvos por causa de las obras que hacemos, sino por la fe
que tenemos en el Dios Uno y Trino, los hechos de la pecadora pública,
demostraron su fe en Jesús, y por ello le fueron perdonados sus pecados. Solo
quienes son conscientes de la maldad de las obras inicuas que han llevado a cabo,
son capaces de valorar adecuadamente, el perdón que Dios les ofrece.
Los pecados de la mujer fueron perdonados, porque le mostró mucho amor al
Señor, pero, los pecados del fariseo no fueron remitidos, porque, al no amar a
Jesús, no confió en Nuestro Salvador, y, consiguientemente, no se dejó redimir por
Él.
3-8. ¿Por qué es tan importante el perdón de los pecados?
"Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona
los pecados?»" (LC. 7, 48).
Dado que los comensales de Simón el fariseo no aceptaban a Jesús como enviado
de Dios, no concebían el hecho de que, el Hijo de María, tuviera la facultad, de
perdonar pecados, ya que pensaban que, solo Yahveh, podía perdonar las
transgresiones en el cumplimiento de la Ley divina, que llevaban a cabo sus
creyentes.
Quienes aceptamos a Jesús como Salvador, quizás, en vez de cuestionarnos
sobre la potestad del Señor de perdonar pecados, podemos interrogarnos, sobre la
importancia que tiene, el perdón de los pecados. En la Biblia se describen como
pecaminosas todas las conductas que alejan a los hombres de Dios, y se nos dice
que, para ser dignos de vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre, nos es
necesario amoldarnos al cumplimiento de su voluntad, porque en ello radica
nuestra consecución de la felicidad. Si nuestros pecados no hubieran sido
perdonados, ello significaría que no tendríamos a Dios por Padre, sino como
enemigo.
3-9. Tu fe te ha salvado.
"Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz.»" (LC. 7, 50).
Jesús le dijo en cierta ocasión al padre de un endemoniado que le pidió que
sanara a su hijo, si podía hacerlo:
""¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!"" (CF. MC. 9, 23).
Jesús le dijo a la mujer que sus pecados le fueron perdonados por causa de su fe.
Imitemos la conducta amorosa del Señor, y, cuando hagamos una obra de caridad,
nunca le digamos a quien beneficiemos: "Si no fuera por mí, no habrías
conseguido...".
Jesús le dijo a la mujer que se fuera en paz, cosa que también se nos dice a los
católicos, cuando terminamos de celebrar la Eucaristía. Ello significa que podemos
volver a realizar nuestras actividades ordinarias, no de cualquier manera, sino tal
como deben llevarlas a cabo, los fieles hijos de Dios.
3-10. Jesús dignificó a las mujeres.
"Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y
anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas
mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María,
llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa,
un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus
bienes" (LC. 8, 1-3).
A diferencia de los rabinos de su tiempo, Jesús no marginó a las mujeres, y las
instruyó adecuadamente para que sirvieran en su comunidad de creyentes. Al
permitir que las mujeres viajaran con Él, el Señor les intentó demostrar a sus
seguidores, que, ante Dios, hombres y mujeres, son iguales. Dado que las mujeres
mencionadas en el texto lucano que estamos considerando tenían una gran deuda
con Jesús, porque el Señor las había ayudado a resolver ciertos problemas,
contribuyeron a la realización de la obra del Señor, aportando dinero.
3-11. El ministerio de los líderes religiosos debe ser mantenido por el común de
los fieles del Señor.
Aunque no todos los cristianos lideramos iglesias, si queremos que quienes
lideran nuestras comunidades de fe hagan un trabajo muy fructífero, debemos
ofrecerles nuestro apoyo. Oremos y trabajemos para que no nos importe tanto el
hecho de destacar, como realizar bien, las actividades que se nos encomienden.
3-12. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-13. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto
evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el
fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 7, 36-8, 3 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Quiénes eran los fariseos?
¿Con qué nombre fueron conocidos los fariseos antes de que Juan Hircano fuera
Sumo Sacerdote de Judea?
¿Por qué se caracterizaron los fariseos?
¿Por qué no debemos pensar que todos los fariseos eran malos creyentes?
¿Por qué invitó Simón a Jesús a comer, si no aceptó a Nuestro Maestro como
Mesías?
¿Por qué rechazó Simón a Jesús como Mesías?
¿Creemos en Jesús porque amamos al Señor, o porque intentamos someterlo al
cumplimiento de nuestra voluntad?
¿Por qué se consideraba Simón justo?
¿Por qué pensaba Simón que tenía derecho a juzgar a Jesús y a la pecadora
pública?
¿Juzgamos a quienes no se adaptan a nuestras creencias y los tratamos como
dignos de ser condenados?
¿Qué podemos aprender del comportamiento de la pecadora, Simón, los
comensales de éste y Jesús?
¿Por qué no hizo Jesús acepción de personas?
¿Imitamos la conducta que Jesús observó aceptando a la gente con que se
relacionó independientemente de su conducta, clase social o raza, o hacemos
acepción de personas?
3-2.
¿Quién fue la pecadora pública mencionada por San Lucas?
¿Se prostituyó la pecadora pública?
¿Por qué eran juzgadas las mujeres en conformidad con la consideración que
merecían sus padres o maridos?
¿Era la citada pecadora pública María Magdalena, la hermana de Marta y Lázaro
de Betania? ¿Por qué?
¿En qué sentido nos beneficia el hecho de desconocer el nombre de la pecadora
pública?
3-3.
¿Por qué se humilló la mujer en presencia de Jesús?
Interpreta el texto del SAL. 51, 19 con tus palabras.
¿Por qué se postró la mujer detrás de Jesús, y qué significa ese hecho?
¿Qué significaban las lágrimas de la pecadora?
¿Qué esperaba la mujer de Jesús?
¿Qué significa el hecho de que la mujer secara los pies de Jesús con sus cabellos?
¿Por qué besó la pecadora los pies de Jesús repetitivamente?
¿Qué significa el hecho de que el Señor fue ungido por la mujer?
3-4.
¿Por qué juzgó Simón a Jesús, y marginó a la pecadora pública?
¿Por qué cumplió Jesús la Ley?
¿En qué hechos se basaba Jesús para juzgar los actos de sus hermanos de raza?
¿Por qué no es lo mismo hacer una obra de caridad con tal de aparentar que
llevarla a cabo por amor de Dios, si el bien que se hace en ambos casos es
idéntico?
3-5.
¿Quiénes eran los deudores que Jesús mencionó en la parábola con que consoló a
la pecadora e intentó adoctrinar a Simón?
¿Cuáles pudieron ser los pecados de la mujer?
¿Cuáles eran los pecados de Simón?
¿Cómo es posible que la pecadora pública, a pesar de que tenía más
probabilidades de ignorar la Palabra de Dios que el fariseo, tuviera más fe en Jesús
que Simón?
¿Por qué no aceptó Simón a Jesús como Mesías?
¿Rechazamos alguna enseñanza divina con tal de no efectuar cambios en nuestra
mentalidad?
¿Sobre qué pilares se edifica nuestra fe cristiana?
¿Por qué nos son necesarias la formación, la acción y la oración?
3-6.
¿Por qué no debemos juzgar a nuestros hermanos de fe temerariamente?
¿Sabemos cómo evangelizar a nuestros familiares, amigos y compañeros de
trabajo, sin hacer que los tales se sientan forzados a abrazar nuestra fe, para que
la acepten voluntariamente, si juzgan que ello es correcto?
3-7.
Si no seremos salvos en atención a nuestras buenas obras, ¿por qué es
conveniente que cumplamos prescripciones religiosas?
¿Cómo demostró la pecadora pública su fe en Jesús?
¿Cómo les demostramos a nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo y
hermanos de fe, que somos cristianos?
¿Cómo podemos valorar adecuadamente el perdón que Dios nos ofrece?
¿Por qué le fueron perdonados sus pecados a la mujer?
¿Por qué le fueron retenidos los pecados a Simón el fariseo?
3-8.
¿Por qué no estuvieron de acuerdo los comensales de Simón con el hecho de que
Jesús le perdonara los pecados a la mujer?
¿Somos conscientes de la importancia que tiene el perdón de los pecados?
¿Qué conductas se mencionan en la Biblia como pecaminosas?
¿Qué debemos hacer necesariamente para ser dignos de vivir en la presencia de
Dios?
3-9.
¿En qué sentido es verídico el texto de MC. 9, 23?
¿Por qué le dijo Jesús a la mujer que le perdonó sus pecados?
¿Por qué conviene que no alardeemos de santurrones al recordarles
constantemente a quienes beneficiamos que han logrado superarse gracias a
nuestra falsa bondad?
¿Por qué se nos dice a los católicos al final de las celebraciones eucarísticas:
"Podéis ir en paz"?
¿Cómo debemos llevar a cabo nuestras actividades ordinarias?
3-10.
¿Qué mensaje predicó Jesús durante los años que recorrió Israel?
¿Quiénes acompañaron a Jesús cuando predicó, según el texto de LC. 8, 1-3?
¿Cómo dignificó Jesús a las mujeres?
¿Por qué permitió Jesús que varias mujeres viajaran con los Doce y con Él?
¿Por qué aportaron dinero las citadas mujeres a la realización de la obra de
Jesús?
3-11.
¿En qué sentido es válido el trabajo pastoral de quienes no lideran iglesias?
¿Llevamos a cabo alguna actividad en la viña del Señor?
5. Lectura relacionada.
Lee y medita el pasaje de MC. 5, 1-20, pensando en quienes son marginados, no
por su maldad, sino por su difícil condición social.
6. Contemplación.
Contemplemos a Simón el fariseo, jactándose de su merecimiento de la amistad
de Dios, por causa de su complimiento de las prescripciones religiosas. Si el
cumplimiento de los deberes religiosos nos hace amar más a Dios y a nuestros
prójimos los hombres, nos es útil, pero, si nos conduce a no juzgar a los hombres
por amor, sino según su manera de imitar nuestra conducta, nos aleja de Dios.
El hecho de que la pecadora pública entrara en casa de Simón, sin que ninguno
de los criados la forzara a abandonar la casa, nos hace suponer que Simón no era
uno de los fariseos más radicales. Contemplemos a la citada mujer arrodillada
detrás de Jesús, humillándose, emocionándose por causa del perdón que Jesús le
concedió, y adorando al Señor.
¿Imitamos la conducta de Simón y sus comensales, o actuamos como la
pecadora?
¿Actuamos como cristianos exclusivamente en los lugares destinados a las
celebraciones cultuales, o también actuamos como hijos de Dios en nuestra vida
ordinaria?
Contemplemos a Simón rechazando a Jesús, porque el Señor no actuaba
amoldándose a su patrón de conducta. Quizás existen causas no justificables por
las que marginamos a aquellos a quienes como cristianos que somos tenemos la
posibilidad de amar, porque fueron el objeto del amor de Nuestro Salvador, cuya
conducta amorosa, debe ser imitada por nosotros.
Quizás no somos conscientes de la deuda que tenemos con el Señor, e incluso
podemos ignorar cuál es nuestro nivel de arrepentimiento. ¿Tenemos la intención
de amoldarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios?
No juzguemos a aquellos de nuestros hermanos de fe que llevan a cabo prácticas
que no caracterizan nuestra fe, porque Dios puede considerarlos mejores cristianos
que a nosotros.
En la medida que amamos al Señor, sabemos si se nos han perdonado nuestros
pecados, y, cuanto más sintamos el perdón divino, más amaremos a Nuestro Padre
celestial.
¿Creemos que la grandeza de nuestra fe nos hace dignos receptores de la
salvación?
Contemplemos a Jesús recorriendo ciudades y pueblos, acompañado por hombres
y mujeres, que tenían una gran deuda con Él. En nuestro tiempo, muchos
cristianos, según nos sentimos aliviados del peso de nuestras dificultades,
descubrimos que, estar en la presencia de Jesús, es un gran motivo de dicha.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 7, 36-8, 3.
Comprometámonos a realizar alguna actividad en nuestras comunidades de fe si
no trabajamos en las mismas, o a mejorar la calidad de nuestro trabajo, si ya nos
contamos entre los siervos del Señor.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Ayúdame a desear servirte para que mis prójimos sientan la
felicidad que me caracteriza por contarme entre tus hermanos, e indícame dónde
puedo serte más útil, para que me sienta motivado a servirte, realizando mis
mejores esfuerzos.
9. Oración final.
Lee y medita el Salmo 32, dándole gracias a Dios, por haberte adoptado como
hijo/a.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en
joseportilloperez@gmail.com