Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús del ciclo C.
Sigamos el ejemplo que nos dejó el Buen Pastor que murió y resucitó para
demostrarles su amor a las ovejas perdidas que se dejaron rescatar por el Señor.
Ejercicio de lectio divina de LC. 15, 3-7.
1. Oración inicial.
Iniciemos nuestro encuentro de oración en el Nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.
R. Amén.
Acerquémonos al Señor, pero no lo hagamos con la prepotencia de los escribas y
fariseos que se creían merecedores de la amistad de Dios porque cumplían
escrupulosamente sus prescripciones religiosas, sino con la humildad de los
publicanos y demás pecadores que, aunque se sentían indignos de alcanzar el
perdón divino, al estar en contacto con Nuestro Salvador, aprendieron a aplicarse,
las siguientes palabras, de San Pablo:
"Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó,
ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 COR.
2, 9).
Acerquémonos al Señor con la intención de adoptar el propósito de hacer todo lo
posible para extinguir las diferencias marginales que nos separan, por el simple
hecho, de que no hemos aprendido a amarnos, tal como nos ama, el Dios Uno y
Trino.
Jesús es el Buen Pastor al que, cuando se le pierde una sola oveja de su rebaño,
deja a las demás en el desierto, y corre a buscarla, porque tiene un gran valor
para Él.
¿Cómo es posible que Jesús deje a la mayoría de sus ovejas en el desierto, para
buscar la oveja perdida? El desierto es el lugar seguro en que los cristianos
crecemos espiritualmente, manteniendo la fe, cuando tenemos que aprender a
sufrir.
Orar es no olvidar nunca cómo Jesús nos encontró cuando vagábamos perdidos
en un ambiente sin fe, y cómo nos hizo olvidar la sensación de que nuestra vida
carecía del sentido del amor divino y la eternidad, cuando nos cargó sobre sus
hombros, y nos sentimos plenamente amados.
Orar es recordar con gozo cómo Dios se alegró de incorporarnos -o devolvernos-
a su rebaño, y cómo les manifestó la alegría de tenernos consigo a sus hijos,
mediante la celebración de los Sacramentos en que participamos.
Orar es tener la certeza de que en el cielo hay fiesta, no solo cuando nos
arrepentimos de nuestros pecados y decidimos cumplir la voluntad de Nuestro
Padre común, pues también la hay, cuando superamos nuestros defectos, y cuando
alcanzamos un logro que nos supone poner en juego nuestras fe, esperanza,
paciencia, esfuerzo y constancia.
Oremos:
Espíritu Santo, amor que procedes del Padre y del Hijo, y que con ellos recibes
una misma adoración y gloria: Ayúdanos a comprender que necesitamos sentirnos
amados y protegidos por Dios, y a comprender que, servir a quienes necesitan
nuestras dádivas espirituales y materiales, es la única forma que tenemos, de
demostrar que te amamos.
Espíritu Santo, aliento divino que nos das la vida: Quema nuestras impurezas con
tu fuego, y haznos imitadores de tu divina caridad.
Espíritu Santo, amor del Dios ante quien somos pequeños: Enséñanos a ser
humildes, para que podamos vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre.
Espíritu Santo, amor del dios para quien no hay nada imposible: Haz de nuestra
tierra un paraíso de luz en que la humanidad pueda encontrar la plenitud de la
felicidad, más allá de las razones por las que los hombres sufren. Amén.
(José Portillo Pérez).
2. Leemos atentamente LC. 15, 3-7, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido
Lectura del santo evangelio según san Lucas 15, 3-7
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos y escribas esta parábola:
—«Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y
nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la
encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne
a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja
que se me había perdido."
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse"".
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 15, 3-7.
3-1. ¿Por qué escribió San Lucas las parábolas que componen el capítulo 15 de su
Evangelio?
"Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos
y los escribas murmuraban, diciendo: "Este acoge a los pecadores y come con
ellos" (LC. 15, 1-2).
Los publicanos eran recaudadores de impuestos imperiales, muchos de los cuales
les exigían a sus hermanos de raza más dinero del que debían entregarles a las
autoridades romanas, lo cual los enriquecía, al mismo tiempo que los hacía
despreciables para quienes no estaban de acuerdo con la dominación romana, no
solo porque robaban a la gente más necesitada de recursos, sino porque trabajaban
para los colonizadores. Recordemos el desprecio que caracterizaba a muchos judíos
con respecto a los paganos, -es decir, los extranjeros que no profesaban su fe-.
Los otros pecadores mencionados por San Lucas en el texto que estamos
considerando, eran los judíos que, por su pobreza o por otras causas, no cumplían
todas las prescripciones religiosas escrupulosamente, tal como enseñaban a
hacerlo, los escribas, y los fariseos.
Los escribas eran intérpretes de la Ley de Moisés y de la tradición de los
ancianos, y los fariseos eran los encargados de adoctrinar al pueblo, y obtenían
ganancias realizando trámites, en beneficio de los más desfavorecidos.
Es curioso ver cómo los publicanos y demás pecadores se acercaban a Jesús para
oírle, y cómo los escribas y fariseos, -a pesar de sus conocimientos de la Palabra de
Dios escrita en el Antiguo Testamento-, no se acercaban a Jesús para oírle, sino
para criticarle, porque no se adaptaba al cumplimiento de su voluntad.
¿Somos como los publicanos y demás pecadores que se acercaban a Jesús para
oírle, siendo conscientes de que no merecían alcanzar el perdón divino, y de que el
amor de Dios es muy superior a la capacidad de amar de los hombres?
¿Somos semejantes a los escribas y fariseos que le exigían a Jesús que se
amoldara al cumplimiento de sus deseos para que creyeran en Él?
San Lucas escribió las parábolas del capítulo 15 de su Evangelio, para
demostrarnos que debemos amarnos unos a otros tal como nos ama Dios, evitando
la posibilidad de marginarnos por ningún motivo. Tales parábolas son la de la oveja
perdida (LC. 15, 3-7), la de la moneda perdida (LC. 15, 8-10), y la del hijo pródigo,
el hijo mayor, o el Padre misericordioso (LC. 15, 11-32).
3-2. Jesús acogió a los pecadores y comió con ellos.
Los escribas y fariseos criticaron a Jesús porque acogió a los pecadores y comió
con ellos. Actualmente, en muchos países, hemos adoptado la costumbre de
respetar las creencias de quienes no comparten nuestra manera de pensar y
actuar, pero, los opositores de Jesús, no actuaban como lo hacemos nosotros, así
pues, discriminaban y despreciaban, a quienes no observaban todas sus prácticas
legales.
En el texto evangélico que estamos considerando, al recordársenos que somos
ovejas perdidas halladas por el Buen Pastor, se nos insta a imitar la conducta que
observó Jesús, cuando vivió en Palestina. Si el Hijo de Dios y María acogió a los
pecadores, y se sentó a la mesa con ellos, -es decir, intimó con los tales, hasta
llegar a considerarlos como miembros de su familia-, es de esperar de nosotros que
no marginemos a nadie por su pobreza ni por su conducta. Obviamente, se nos
hace necesario distinguir entre imitar la conducta de quienes hacen el mal, y entre
odiar a los tales. Los cristianos no debemos evitar el cumplimiento de la voluntad
de Dios, y tenemos el deber de evitar odiar a quienes no comparten nuestras
creencias, ya que el odio no está relacionado, con el Dios Uno y Trino.
3-3. ¿Quién de vosotros...?
"Entonces les dijo esta parábola: "¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si
pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió
hasta que la encuentra?" (LC. 15, 3-4).
Aunque Jesús quería enseñar a sus opositores a no marginar a quienes no
observaban las prescripciones religiosas que modelaban su conducta, el Señor tuvo
presente el hecho de no aislar a los publicanos ni a los demás pecadores que se le
acercaron para oír sus enseñanzas. Jesús intentó adoctrinar a los escribas y
fariseos, utilizando un símil con el que podían verse identificados muchos de sus
oyentes considerados pecadores, ora por haber sido pastores o por tenerlos entre
sus familiares, ora por hablarles de ejemplos de pobreza, semejantes a los que los
caracterizaban, ya que los pastores eran mal vistos por no observar las
prescripciones religiosas, aunque no las incumplían por su voluntad, sino porque
aquellos que los contrataban por sueldos miserables o por un poco de comida,
aunque eran muy religiosos cuando les convenía, no les permitían abandonar sus
trabajos, ni para adorar a Yahveh. Por otra parte, dado que los pastores debían
devolverles a sus amos las ovejas que les eran robadas, se robaban dichos
animales unos a otros. La Ley religiosa no permitía robar, pero los pastores tenían
que robar para poder sobrevivir y evitar recibir duros castigos. Los pastores no eran
dignos de la simpatía con que miramos a los pastorcillos con que decoramos
nuestros nacimientos navideños precisamente, pues eran objeto de una gran
marginación social.
Oremos para no considerarnos cristianos auténticos, mientras buscamos la forma
de no pagarles a nuestros trabajadores un salario justo. Evitemos comprar a los
pobres por un par de sandalias, no porque no podemos darles nada mejor, sino
porque amamos las riquezas más que a los hijos de Dios.
3-4. Todas las ovejas del Buen Pastor tienen un gran valor.
Todos los cristianos somos importantes para Jesús. El Señor quiere que quienes
se separan de la comunidad creyente vuelvan a la misma, porque los ama
individualmente.
Oremos para que nadie se separe de nuestras comunidades de creyentes, por
causa del mal ejemplo de fe que le demos.
Tal como Jesús no deja de buscar las ovejas perdidas hasta que las encuentra, el
Señor espera de nosotros que seamos ejemplos a seguir, tanto al predicar el
Evangelio, como al hacer el bien, a fin de que, toda la humanidad, se incorpore a su
Iglesia. No olvidemos nunca que el pecador más incorregible y el más desposeído
de este mundo, son hijos de Dios, y, por consiguiente, también son hermanos
nuestros.
3-5. Las 99 ovejas que quedaron en el desierto.
¿Cómo es posible que Jesús se consagre a la búsqueda de sus ovejas perdidas, y
deje al común de sus creyentes en el desierto? Si pensamos que el desierto es un
lugar en que podemos sentirnos desamparados, no hemos experimentado la dicha,
de crecer, espiritualmente. El desierto es el lugar en que el dolor se troca en gozo,
la soledad en compañía de Dios y de los verdaderos hermanos de fe, y donde el
sufrimiento nos purifica y santifica, a fin de que seamos dignos de vivir, en la
presencia, de Nuestro Padre común. Si Jesús anda buscando ovejas perdidas,
aprovechemos nuestras experiencias de desierto, tanto para crecer espiritualmente,
como para acompañar a las ovejas perdidas que se sienten desprotegidas, porque
no conocen las virtudes que recibimos del Espíritu Santo, cuando, la soledad del
desierto, se troca, en compañía de Dios.
3-6. Cuando el Buen Pastor encuentra su oveja perdida, la carga sobre sus
hombros.
"Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros" (LC. 15, 5).
Por haber crecido en una pequeña aldea, he tenido la oportunidad de ver muchas
veces, cómo los pastores de cabras, al ver que algunas se les quedaban rezagadas
cuando sacaban a pastar sus rebaños, las golpeaban brutalmente con sus callados,
corriendo el riesgo de malherirlas. Jesús se comparó con los pastores de su tiempo
que tenían que velar por las ovejas que pastoreaban, como si las mismas fueran
bienes muy preciados para ellos. A diferencia de los pastores que devuelven a sus
rebaños a las ovejas rezagadas a fuerza de golpearlas, Jesús es el Buen Pastor que
cuida delicadamente a sus ovejas.
¿Qué tipo de pastores somos los predicadores del Evangelio?
¿Utilizamos la religión para dar a conocer a Dios y ayudar a la gente a sobrellevar
sus dificultades, o hemos convertido a Dios en un militar intransigente y sin
escrúpulos, que nos autoriza a maltratar, a quienes no se someten, al cumplimiento
de nuestra voluntad?
3-7. El Buen Pastor comparte con sus amigos y vecinos el gozo de haber hallado
su oveja perdida.
"Y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos
conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido" (LC. 15, 6).
Las celebraciones del Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía, son muy buenas
ocasiones para alegrarnos, por el hecho de que, las ovejas perdidas del Señor,
toman la decisión de amoldarse, nuevamente, al cumplimiento, de la voluntad
divina.
¿Oramos por los pecadores y por el aumento del número de los que quieren ser
hijos de Dios constantemente?
3-8. En el cielo hay gran alegría en cada ocasión que un pecador desea sentirse
hijo de Dios.
"Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador
que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión" (LC.
15, 7).
¿Ama Dios más a los pecadores recién arrepentidos del mal que han hecho que a
los conversos que no necesitan hacer penitencia?
El celo que los cristianos practicantes sentimos a la hora de desear ser fieles
seguidores de Jesús, nos hace pensar que, entre quienes estamos vivos, no hay ni
un solo hijo de Dios, que no necesite hacer penitencia, para ser purificado, y
santificado. No pensamos que somos pecadores para demostrarnos que tenemos un
valor ínfimo, pues pensamos que nos queda aún mucho que superarnos, con tal de
llegar a ser semejantes, a Nuestro Salvador.
Dios ama a todos sus hijos, así pues, El no olvida a sus creyentes de siempre,
pero, en cada ocasión que aumenta el número de sus hijos, siente una gran alegría,
que desea compartir, con los miembros de su Iglesia.
3-9. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-10. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto
evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el
fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 15, 3-7 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Quiénes eran los publicanos?
¿Por qué causa se enriquecían muchos publicanos, y por qué dos causas eran
odiados los tales por sus hermanos de raza?
¿A qué otros pecadores puede referirse San Lucas en el texto de su primera obra
que estamos considerando?
¿Quiénes eran los escribas?
¿Quiénes eran los fariseos?
¿Qué contraste se deduce entre la conducta de los publicanos y pecadores y la
conducta de los escribas y fariseos que aparecen en el Evangelio de hoy?
¿Somos como los publicanos y demás pecadores que se acercaban a Jesús para
oírle, siendo conscientes de que no merecían alcanzar el perdón divino, y de que el
amor de Dios es muy superior a los hombres?
¿Somos semejantes a los escribas y fariseos que le exigían a Jesús que se
amoldara al cumplimiento de sus deseos para que creyeran en Él?
¿Por qué escribió San Lucas las parábolas que aparecen en el capítulo 15 de su
Evangelio?
¿Qué parábolas aparecen en el capítulo 15 del Evangelio de San Lucas?
3-2.
¿En qué se diferenció la conducta de los escribas y fariseos con respecto a los
pecadores, de la conducta que observó Jesús, con quienes eran despreciados, por
tales opositores suyos?
¿Imitamos la conducta de los escribas y fariseos a la hora de juzgar a los
pecadores, o actuamos con los tales como seguidores de Jesús?
¿Por qué es necesario que imitemos la conducta que Jesús observó cuando vivió
en Palestina, a la hora de juzgar a los pecadores?
¿Qué importancia tenían las comidas familiares y comunitarias para los judíos?
¿Qué significa el hecho de que Jesús comió con los pecadores?
¿Qué diferencia existe entre no observar la conducta de los pecadores, y odiar a
los tales?
3-3.
¿Por qué Jesús empezó su narración de la parábola de la oveja perdida
preguntándoles a sus oyentes: "¿Quién de vosotros...?".
¿Por qué se sirvió Jesús de la actitud de un supuesto pastor para adoctrinar a sus
opositores?
¿En qué sentido pudieron sentirse identificados muchos pecadores con el pastor
que protagoniza la parábola sobre la que estamos reflexionando?
¿Por qué tenían mala prensa los pastores judíos en el siglo I de la era cristiana?
¿Por qué no podían dichos pastores cumplir sus deberes religiosos?
¿Por qué se veían los pastores obligados a robar, aunque ello estaba prohibido
por la Ley religiosa?
¿Les pagan los empresarios cristianos a sus trabajadores sueldos justos?
¿Nos aprovechamos de la situación de miseria de los pobres para hacerlos
trabajar para nosotros por cantidades de dinero o comida insignificantes?
3-4.
¿En qué sentido somos importantes para Jesús todos los cristianos?
¿Por qué no quiere perder el Señor ni a uno solo de sus creyentes?
¿Conocemos algún caso de alguien que haya perdido la fe por causa del mal
ejemplo de fe que le han dado algunos cristianos?
¿Qué debemos hacer como cristianos al recordar que Jesús busca sus ovejas
perdidas persistentemente hasta que las encuentra?
¿Cómo podemos ser buenos ejemplos de fe a imitar en el medio en que vivimos?
¿Con qué fin debemos predicar el Evangelio y hacer el bien insistentemente?
3-5.
¿Qué entendemos los cristianos que es el desierto?
¿Cómo es posible que Jesús se consagre a la búsqueda de sus ovejas perdidas, y
deje al común de sus creyentes en el desierto?
¿Con qué fin nos conviene aprovechar las experiencias de desierto para crecer
espiritualmente?
3-6.
¿Qué tipo de pastores somos los predicadores del Evangelio?
¿Utilizamos la religión para dar a conocer a Dios y ayudar a la gente a sobrellevar
sus dificultades, o hemos convertido a Dios en un militar intransigente y sin
escrúpulos, que nos autoriza a maltratar, a quienes no se someten, al cumplimiento
de nuestra voluntad?
3-7.
¿Oramos por los pecadores y por el aumento del número de los que quieren ser
hijos de Dios constantemente?
3-8.
¿Ama Dios más a los pecadores recién arrepentidos del mal que han hecho que a
los conversos que no necesitan hacer penitencia?
¿En qué sentido es estimulante para nosotros el hecho de pensar que somos
pecadores?
5. Lectura relacionada.
Lee JN. 10, 1-16. 27-30, y medita sobre la conducta del Buen Pastor, y sobre
cómo la vas a imitar.
6. Contemplación.
Contemplemos a Nuestro Buen Pastor velando por todas sus ovejas, por medio
de la instrucción, la oración y las celebraciones sacramentales.
Contemplémonos dejando pasar el tiempo sin trazar un plan de formación, acción
y oración, que nos ayude a ser buenos hijos de Dios, y seguidores de Jesús.
Para Jesús, todos tenemos un valor inestimable, pero, a pesar de ello, nosotros
nos marginamos unos a otros, por diferentes causas, que son indicativas, de que, el
amor con que hemos aprendido a amar, no es el amor de Dios.
Jesús busca persistentemente sus ovejas perdidas hasta que las encuentra.
Nosotros nos rendimos con facilidad a la hora de lograr nuestras metas, porque el
bienestar nos ha debilitado la voluntad, o porque siempre nos han ignorado, y no
hemos aprendido que, como hijos de dios que somos, tenemos un gran valor.
Jesús deja su rebaño en el desierto, y se consagra a buscar su oveja perdida.
Contemplémonos débiles y temerosos cuando pensamos que tenemos que afrontar
la experiencia del desierto, porque nos cuesta comprender, los beneficios que nos
aporta la misma, en la medida que optamos por superarla como deben hacerlo, los
hijos de dios.
Recordemos el día en que Jesús nos encontró cuando éramos ovejas perdidas, y
sentimos que nos cargó sobre sus hombros y nos vinculó a su Iglesia,
demostrándonos su amor.
Contemplemos a Jesús alegrándose con sus fieles creyentes, en cada ocasión que
crece el número de sus hermanos.
Contemplémonos con una escasa formación religiosa, y pensando que nos es
indiferente, el hecho de que crezca el número de nuestros hermanos de fe.
Alegrémonos con el Señor pensando que, en cada ocasión que un pecador se
amolda al cumplimiento de la voluntad divina, se celebra una gran fiesta en el cielo.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 15, 3-7.
Comprometámonos a no hacer distinciones marginales a la hora de juzgar a
quienes no observan nuestra conducta ni pertenecen a un status social inferior al
nuestro.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Porque no olvido la experiencia que viví cuando fui semejante a una
oveja perdida, ayúdame a amar y comprender a quienes viven esa difícil situación,
para que sienta el deseo de acercarlos a ti, y busque la mejor manera de hacerlo,
bajo la inspiración del Espíritu Santo.
9. Oración final.
Lee y medita el Salmo 32, recordando cómo el Señor te perdonó los pecados que
cometiste en el pasado, y te hizo miembro de su Iglesia.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en
joseportilloperez@gmail.com