¿Un rato de Cristo y otro de pisto?
¿Esa es la vida del cristiano?
Domingo 12 ordinario 2013 C
Las encuestas de popularidad son el pan de cada día en los medios políticos,
artísticos, en el mundo de la mercadotecnia y en los medios de comunicación.
Ningún político en su sano juicio se lanza a una campaña si no tiene de su lado la
última encuesta realizada por una compañía de prestigio. No nos movemos sin el
qué dirán de nosotros mismos. Lo llevamos en la sangre, y no es precisamente algo
que se haya inventado en los últimos años. Y la verdad, aprovecharíamos mucho en
nuestra vida si supiéramos aprovechar lo que los demás saben de nosotros mismos.
Pero no lo intentamos, nos quedamos suponiendo que los demás no se enteran de
los acontecimientos de nuestra propia vida. Cristo si salió de sí mismo, sí preguntó,
y sí aprovechó la opinión, la idea que tenían sus contemporáneos, para lograr el
objetivo de su propia vida. Quiso realizar una encuesta no precisamente de
popularidad sino darse cuenta de hasta qué punto las gentes y sus discípulos
habían captado su mensaje. Y en un ambiente de oración, comienza preguntado a
sus apóstoles lo que la gente pensaba de él. Y le dieron la respuesta. Lo que las
gentes habían visto de él era el dar de comer a miles y miles de gentes, el curar a
cuanto enfermo se le presentaba y dar vida a algunas gentes que la habían perdido.
Era para ellos un gran personaje. Pero a Cristo le interesaba la opinión de los
suyos, de los que convivían con él, de los que él había llamado para ser los
continuadores de su obra y de su mensaje. Y si bien la primera pregunta tuvo
muchas respuestas, la segunda: “y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”, s￳lo obtuvo
una respuesta, buena por cierto, y proveniente de Pedro: “Tú eres el Mesías de
Dios”. Ese mesías de Dios implicaba fuertes repercusiones políticas, pues sus
contemporáneos pensaban que el Mesías los libraría de la mano de los romanos. Es
por eso que Cristo les prohíbe que lo dijeran a nadie, pues su camino estaba no por
el triunfalismo, sino por la entrega, la donación y el seguimiento, según se
desprende de lo que Cristo dijo a continuación: “Si alguno quiere acompa￱arme,
que no su busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga”. Eso es lo
que Jesús pretende el día de hoy, y esa tiene que ser la razón de seguir a Jesús, y
de ir al encuentro de su salvación. Eso implicaría cuatro cosas, en el camino de la
fe: lo primero, una búsqueda sincera del Salvador, pero visto no como una idea, o
un código de conducta o una serie de normas a cumplir o unos ritos a seguir, sino
como el encuentro con una persona, con un tú a tú definitivo. Es lo que nos hace
falta, pero hay que ser sinceros y decir que en este sentido, siempre es Cristo el
que toma la iniciativa, y si es verdad que lo buscamos, la verdad es que él ya había
puesto su mirada en nosotros.
Segundo, si nos hemos encontrado a Cristo, eso supone entonces una acogida, un
decirle sí, yo te sigo, no importa a dónde, no importa a qué precio, no es una
capitulación, un renunciar simplemente, sino el dejarse poseer por alguien más
grande que nosotros y que trae paz, alegría y amor.
Tercero, si hemos sido sinceros en los dos pasos anteriores, un encuentro con
Cristo supone entonces una coherencia con toda la vida, y es lo que a mi modo de
ver nos falla a los cristianos, a los creyentes, porque hemos hecho una separación
entre la fe y la vida, entre los negocios y nuestra alma, entre nuestras diversiones
y nuestras prácticas piadosas. Mientras la vida no brille en el mundo de los
creyentes, sólo seremos cristianos a medias, del montón, de la bola, pero no los
creyentes sinceros que van dejando una huella imborrable de su paso por este
mundo.
Finalmente, y soy sincero al confiarles que he seguido la línea marcada por Juan
Pablo II en su primera visita a México, cuando señala como cuarto paso del
seguimiento de Jesús, la continuidad, la constancia, la perseverancia, pues es fácil
ser cristiano por un día, pero no por largo tiempo o por toda la vida, es fácil ser
cristiano cuando todo nos sonríe, cuando todo nos sale bien, pero no cuando se nos
ladea la barca, cuando aparecen las enfermedades, cuando los negocios dejaron de
ser productivos y cuando somos capaces como María, de acompañar a Cristo hasta
sus últimas consecuencias, subiendo con él al calvario, acompañándolo hasta la
cruz, hasta el dolor y hasta la muerte misma por la salvación de toda la humanidad.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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