EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Lucas 7,36-50.8,1-3.
Un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se reclinó en el sofá
para comer.
En aquel pueblo había una mujer conocida como una pecadora; al enterarse de que
Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, tomó un frasco de perfume, se colocó
detrás de él, a sus pies,
y se puso a llorar. Sus lágrimas empezaron a regar los pies de Jesús y ella trató de
secarlos con su cabello. Luego le besaba los pies y derramaba sobre ellos el
perfume.
Al ver esto el fariseo que lo había invitado, se dijo interiormente: «Si este hombre
fuera profeta, sabría que la mujer que lo está tocando es una pecadora, conocería a
la mujer y lo que vale.»
Pero Jesús, tomando la palabra, le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» Simón
contestó: «Habla, Maestro.» Y Jesús le dijo:
«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y el otro
cincuenta.
Como no te nían con qué pagarle, les perdonó la deuda a ambos. ¿Cuál de los dos
lo querrá más?»
Simón le contestó: «Pienso que aquel a quien le perdonó más.» Y Jesús le dijo:
«Has juzgado bien.»
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando entré en
tu casa, no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me ha lavado los pies
con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos.
Tú no me has recibido con un beso, pero ella, desde que entró, no ha dejado de
cubrirme los pies de besos.
Tú no me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha derramado perfume
sobre mis pies.
Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados,
por el mucho amor que ha manifestado. En cambio aquel al que se le perdona poco,
demuestra poco amor.»
Jesús dijo después a la mujer: «Tus pecados te quedan perdonados».
Y los que estaban con él a la mesa empezaron a pensar: «¿Así que ahora pretende
perdonar pecados?»
Pero de nuevo Jesús se dirigió a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
Jesús iba recorriendo ciudades y aldeas predicando y anunciando la Buena Nueva
del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce
y también algunas mujeres a las que había curado de espíritus malos o de
enfermedades: María, por sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete
demonios;
Juana, mujer de un administrador de Herodes, llamado Cuza; Susana, y varias
otras que los atendían con sus propios recursos.
Comentario del Evangelio por:
San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia
La Penitencia, II, 8; SC 179
“Tu fe te ha salvado. Vete en paz”
“No son los que están sanos los que tienen necesidad de médico,
sino los que están enfermos” (Mt 9,12). Ense￱a al médico tu herida de
manera que puedas ser curado. Aunque tú no se la enseñes, Él la conoce,
pero exige de ti que le hagas oír tu voz. Limpia tus llagas con tus
lágrimas. Es así como esta mujer de la que habla el evangelio se quitó
de encima su pecado y el mal olor de su extravío; es así como se ha
purificado de su falta, lavando con sus lágrimas los pies de Jesús.
¡Resérvame para mí también, oh Jesús, el poder lavar tus pies,
esos que has ensuciado mientras caminabas conmigo!... Pero ¿dónde
encontraré el agua viva con la que podré lavar tus pies? Si no tengo
agua, tengo mis lágrimas. ¡Haz que, lavándote los pies con ellas, yo
mismo me purifique! ¿C￳mo lo haré para que puedas decir de mi: “Sus
numerosos pecados le han sido perdonados, porque ha amado mucho”?
Confieso que mi deuda es considerable y que se me ha “perdonado mucho”,
a mi que he sido arrancado del ruido de las querellas de la plaza pública
y de las responsabilidades del gobierno, para ser llamado al sacerdocio.
Temo, por consiguiente, ser considerado como un ingrato si amo menos,
siendo así que se me ha perdonado mucho.
No puedo comparar a esta mujer con cualquiera otra, ya que, con justa
razón, sido preferida al fariseo Simón que recibía al Señor a comer.
Sin embargo, ella enseña, a todos los que quieren merecer el perdón, que
es besando los pies de Cristo y lavándolos con sus lágrimas,
enjugándolos con sus cabellos, y ungiéndolos con perfume, la manera de
obtenerlo... Si no podemos igualarla, el Señor Jesús sabe venir en ayuda
de los débiles. Allí donde nadie sabe preparar una comida, llevar un
perfume, traer consigo una fuente de agua viva (Jn 4,10), viene Él mismo.
humilde.servicio brindado por el Evangelio del Día,
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