XI Semana del Tiempo Ordinario. (Año Impar)
Martes
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- 2 Cor. 8,1-9: Cristo por vosotros se hizo pobre.
b.- Mt. 5, 43-48: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os
persigan.
Se había dicho amar al prójimo, pero odiarás a tu enemigo (cfr. Lv. 19, 17-18; Jr.
15,15), la enseñanza de Jesús será amar a los enemigos, como también rezar por
ellos. No sólo amplía el concepto de prójimo a todo hombre, sino que extiende el
amor al enemigo. Para el que ama como Jesucristo, no hay más que hermanos,
hijos todos del mismo Padre Dios (cfr. Lc. 6, 27ss). Somos hijos de Dios, sólo en la
medida que imitemos al Padre, que los ama a todos, buenos y malos, justos e
injustos. Si el amor, no se abre a todos, no tiene mérito, enseña Jesús, lo mismo
hacen los paganos, ¿qué mérito tiene amar a los que nos aman?, ¿dónde está lo
extraordinario? (v.46; Mt.5,20). Sed perfectos, no como nosotros queramos, sino
como el Padre celestial, quiere que lo seamos, imitándole a ÉL. El AT, entiende por
hombre perfecto, al que se entrega con sinceridad a cumplir la ley de Dios,
sirviéndole sin reservas (cfr.Gén.6,9; Eclo.44,17). La nueva justicia del Reino, es
decir, la santidad, está basada en la absoluta fidelidad de Dios para con nosotros y
la nuestra a ÉL. Esta es la conclusión de las seis antítesis: la imitación del ejemplo
de Dios, que es amor, a cuya imagen fueron hechos el hombre y la mujer. La
mirada, no la podemos poner en nosotros mismos, sino en el Padre, con lo que
también, nos invita a reconocer que la santidad viene de Dios, y no de nosotros
mismos. La perfección o santidad cristiana, consisten en la configuración con Cristo,
hacer la voluntad de Dios en la propia vida, amor hasta entregar la vida en bien del
prójimo, si fuera necesario en el martirio o en el servicio extremo. Si queremos ser
santos, debemos poner nuestra mirada en Cristo Jesús, para descubrir el camino
que debemos recorrer día a día. Descubrir esta senda en el Evangelio, es
interiorizar, lo que debe hacer el discípulo a pulso de imitación, configuración, obra
del Espíritu, y dejarse moldear por la gracia. Hacer de lo cotidiano, algo
extraordinario lo hace el hombre con la ayuda de Dios (1Tes. 5, 26). Las obras que
exige la vida teologal, la lectura asidua de la Palabra y la oración diaria constituyen
lo ordinario, común a todos los cristianos; lo extraordinario, es lo que hace el
Espíritu Santo: va formando a ese cristiano singular en hombre nuevo (cfr.
Rm.5,5). Muchas veces, será acentuar un aspecto de la vida de Jesucristo, al
servicio en su Iglesia y de la sociedad. Ese hombre, esa mujer, ese joven o
profesional, se reconoce que abrió un camino de santidad, que muchas veces, otros
quieren recorrer asumiendo como propio. Muchos son los modelos: santos mártires,
monjes y confesores, fundadores como Francisco y Domingo, Teresa y Juan de la
Cruz, Ignacio, etc. Todos llamados a la santidad, es decir, todos llamados a la
responsabilidad respecto a la vida cristiana que iniciamos con el Bautismo y pasa
por asimilar el misterio pascual de Cristo, imitación que culmina con la vida eterna.
La Santa Madre Teresa procuró que en sus comunidades existiera un muy buen
ambiente de amor al prójimo, reflejo del amor de Dios que había en el corazón de
sus hijos e hijas. “Pues procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que
viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados. Es una
manera de obrar, que aunque luego no se haga con perfección se viene a ganar
una gran virtud, que es tener a todos por mejores que nosotros, y comiénzase a
ganar por aquí con el favor de Dios, que es menester en todo; y cuando falta,
excusadas son las diligencias, y suplicarle nos dé esta virtud, que con que las
hagamos [Dios] no falta a nadie.” (V 13,10).