XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Zac. 12, 10-11; 13,1: Mirarán al que traspasaron.
El texto de Zacarías es oscuro en su interpretación, pero el sentido que le da el
evangelista Juan, realizado en Cristo, se cumple cuando el soldado le atraviesa el
costado en el Calvario, da luz nueva y definitiva a este pasaje profético (cfr.
Jn.19,34-37). Esto no quita que el tiempo en que se hizo la profecía fuera otro
sentido. Pensemos que fue pronunciado al menos quinientos años antes, de la
interpretaci￳n dada por Juan. El texto dice “Me mirarán a mí, a quien traspasaron”
(v. 10). Ese “mí” no se refiere evidentemente al Mesías que habría de venir, sino a
Yahvé mismo, identificado como Pastor de Israel y con la Casa de David. (cfr. Zac.
11, 13; 12,8). Mirar a Yahvé para los judíos, venía a significar, conversión delante
del Señor, la auténtica postura de los Anawin, o pobres del Señor, frente a Yahvé.
Más difícil era entender aquello de “al que traspasaron” con objetividad, física y
real. ¿Cómo entenderlo de Yahvé? Lo realizado con cualquiera de sus ungidos, de
sus fieles, los justos, era como si se lo hicieran a Él. Es algo semejante a las
palabras de Cristo durante la conversión de Saulo (cfr. Hch. 9,4). Desde que Jesús
fue herido, tenemos en Él, al verdadero signo de un Dios ofendido y redentor,
cumplimiento de la profecía. La esencia del oráculo no está en que esté
traspasado, sino en que esto se cumplirá su palabra, porque Dios derramará “un
espíritu de gracia y clemencia” (v.10). Ese espíritu de gracia, es un reconocimiento
de saber que todo cuanto somos y tenemos, es don y clemencia de su parte para
con nosotros y a toda la humanidad. Es la acción redentora de Cristo en todo
cristiano, que vive con responsabilidad cuanto ha recibido de Dios.
b.- Gal. 3, 26-29: Los que habéis sido bautizados, os habéis revestido de
Cristo.
El apóstol nos invita a vivir de la fe en Cristo Jesús. La Ley fue un pedagogo en
cierto modo opresor, el paso, a la libertad de la fe en Jesucristo, fue una verdadera
liberación. Con la Ley se vivía en una situación de inferioridad, con Cristo se vive en
libertad responsable de lo recibido por medio del bautismo y la fe. El legalismo, es
una alienación que limita la realización de las propias exigencias; se pasa de un
acceso a Dios limitado por las leyes y costumbres de Israel, el legalismo de los
escribas y el fariseísmo, a la vivencia de la fe; hay un solo tipo de hombre, el
creyente, el nuevo ser humano cristiano, bautizado, que busca superar todo tipo de
discriminación.
c.- Lc. 9, 18-24: Tú eres el Mesías de Dios.
Este evangelio es una verdadera consulta y definición acerca de Jesús (vv.18-21),
primer anuncio de la pasión (v.22), y las condiciones que pone para quien quiera
seguirle (vv.23-24). En la primera parte Jesús trata de recoger las opiniones de la
gente acerca de su persona y su definición de Mesías. Jesús oraba antes de poner a
los discípulos ante decisiones importantes (cfr. Lc. 6,12; 9,18; 22,32). La oración
en este tipo de momentos adquiere su carácter pedagógico y mistagógico dentro de
la comunidad eclesial. Encontramos que las opiniones del pueblo sobre Jesús la
conocen los apóstoles, habían llegado hasta la corte de Herodes. Lo identifican con
el profeta de los últimos tiempos, como con uno de los profetas antiguos que
habían de preparar para el tiempo final. La actividad de Jesús en Galilea, separó a
los discípulos del pueblo. A ellos les manifestó Jesús su poder sobre la naturaleza,
los demonios, la enfermedad y el Satanás; resucitó muertos, multiplicó el pan.
Tenía derecho a preguntarles a los apóstoles y recibir una opinión distinta que la
que puede dar el pueblo. La pregunta en cierto sentido había estado presente entre
el asombro y el sobrecogimiento en los títulos que le daban: Maestro, Señor,
Profeta. Ahora quiere la opini￳n clara y decisiva: “Les dijo: Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo? Pedro le contest￳: «El Cristo de Dios.” (v.20). Pedro y los ap￳stoles le
confiesan como el Mesías. Le reconocen abiertamente como el Ungido de Dios,
título que recuerda las palabras del profeta: “El espíritu del Se￱or Yahveh está
sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los
pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la
liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh, día de
venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran” (Is. 61,1-2). Jesús
es el portador de la salud, lleno del Espíritu Santo, el que publica un año del Señor.
En un segundo momento tenemos el primer anuncio de la pasión. La prohibición de
Jesús de contar la confesión de Pedro, es porque le falta un elemento esencial: el
Hijo del Hombre debía morir y resucitar. Más que con el Ungido, Jesús se identifica
con el Hijo del Hombre, que tiene que ser reprobado y llevado a la muerte (cfr. Is.
53, 3-4.8; 11-12). Si bien la misión en Galilea la comenzó Jesús como el Ungido del
Señor, luego de la confesión de Pedro, Jesús la completa con la visón del Siervo
sufriente de Yahvé que expía los pecados de los hombres. La acción de Jesús hay
que comprenderla desde la palabra de Dios: Salvador de los últimos tiempos y
siervo sufriente de Yahvé. Finalmente, el seguimiento que Jesús propone es a los
que quieran hacer esa opción. El discípulo de Jesús va en pos de Jesús, sigue a
Jesús. Si ÉL se somete a la pasión y muerte, también el discípulo está dispuesto a
seguir por amor a Jesús el camino de la pasión y muerte. El discípulo se encamina a
seguir en la pasión. Esto consiste en negarse a sí mismo y cargar con la cruz, es
decir, estar dispuestos a cargar los oprobios, los dolores y la muerte que acompaña
a la cruz. Como discípulos que siguen al Maestro entregado a la muerte, están
dispuestos a no vivir sólo para sí, olvidarse de sí mismos, y cargar la cruz, como
Jesús, cada día (cfr. Hch.14,22; Lc.6,22). Quien cuida su vida la pierde, pero quien
la pierde por ÉL, la gana para siempre con su resurrección.
Teresa aprendió a ser mujer cristiana desde la Humanidad de Jesucristo, es decir
desde que tuvo contacto con el Cristo del evangelio. De ahí aprendió a descubrir la
gran dignidad de la persona y su capacidad de relacionarse con Dios por medio de
la oraci￳n y contemplaci￳n. “Es muy buen amigo Cristo, porque le miramos
hombre, y vémosle con flaquezas y trabajos, y es compa￱ía” (V 22,10).