XII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Viernes
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Gén. 17, 1. 9-10. 15-22: La circuncisión señal del pacto. Sara te dará un
hijo.
b.- Mt. 8, 1-4: Curación de un leproso. Si quieres, puedes limpiarme.
Una vez que el evangelista nos ha presentado a Jesús como el Mesías de la Palabra,
el Docente, ahora nos lo presenta como el Mesías de los obras, Sanador, el Médico
taumaturgo que se compadece ante el dolor humano (cc. 8-9). Estos milagros, más
que mostrar el poder de Jesús sobre la enfermedad y su divinidad, quieren ser un
anuncio del evangelio. Muy unidos a su Palabra, (cc.5-7), los milagros ahora
explican, el sentido de su actividad; los hechos fortalecen su Palabra. El leproso,
que se acerca a Jesús, lo primero que hace es postrarse ante Jesús, lo llama
Señor, toda una confesión de fe. Lo adora, como primera actitud. «Señor, si quieres
puedes limpiarme.» El extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio.» Y
al instante quedó limpio de su lepra.” (vv. 2-3; cfr. Mc. 1,40ss; Lc. 5, 12ss).
Encontramos un “yo” enfático de Jesús, con autoridad propia, sólo comparable con
el “Yo os digo” de las antítesis del cap. 5. Esta actitud de Jesús, hay que
comprenderla en todo el conjunto de la Ley y los Profetas, como preparación a la
plenitud de la revelación que encontramos en ÉL. Sólo así se comprende que vino,
no a abolir la ley, sino a darle cumplimiento (cfr. Mt. 5, 17-37). Jesús no teme
quedar impuro por tocar al leproso o ser acusado por los adversarios de infringir la
ley. Su gesto de extender la mano es el gesto de quien vence al enemigo, es este
caso la enfermedad, lo rescata de la muerte, y lo devuelve a la comunidad, a su
familia. El hecho de haberle mandado al templo a presentarse ante el sacerdote,
nos habla de su postura frente a la ley, pero que no lo publique, es para que
dócilmente haga lo que manda la ley. Quien aparentemente infringió la ley, ahora
pide se cumpla para tener la certificación completa de la curación. El don debe
expresar su gratitud a Dios, de quien procede la salud y vida nueva, al mismo
tiempo, ha de servir a la autoridad, para que de testimonio, de que no ha sucedido
nada ilegal, sino que se ha cumplido con la ley (v.4). La ley no es suprimida, sino
que alcanza su plenitud: a pesar de haber desaparecido la enfermedad que
regulaba la ley, Dios ha restablecido la salud, a pesar de no ser ya necesaria se
cumple con lo que mandaba, de presentarse en el templo. La mirada está puesta en
el futuro, en el Reino, en que la vida se comunica a todos sin la necesidad de la ley.
Si nosotros queremos podemos pedirle a Jesús que sane nuestra lepra, el pecado,
cualquiera que sea y, Jesús compadecido hará el milagro por medio de su Espíritu.
Necesitamos adorar postrados al Señor de la vida, y orar con fe, para que podamos
escuchar en lo interior ese “quiero, queda sano” (v.3). Es el poder sanador de
Jesús, manifestación del Reino de Dios entre nosotros.
La Madre Teresa nos invita a ponernos en el camino de Jesús de Nazaret, para
como el leproso ser sanados de todos nuestros males. “Mirad que no son tiempos
de creer a todos, sino a los que viereis van conforme a la vida de Cristo. Procurad
tener limpia conciencia y humildad, menosprecio de todas las cosas del mundo y
creer firmemente lo que tiene la Madre Santa Iglesia, y a buen seguro que vais
buen camino.” (CV 21,10).