XII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Sábado
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Gén. 18,1-15: La teofanía de Mambré.
b.- Mt. 8, 5-17: Curación del hijo o criado del centurión.
Hoy Jesús sana hoy al hijo o criado de un centurión romano. Militar al mando de
cien hombres, los judíos podían enrolarse en el ejército romano, pero nunca tenían
el mando. Lo más probable es que se trate de un hijo, debido a la insistencia, o de
un siervo muy querido (cfr. Jn.4, 46ss). Todo gracias a la fe y súplica no del
enfermo sino del soldado que implora, con humildad, la intervención del joven
maestro de Nazaret Por dos veces lo llama Señor (vv. 5. 8). Ante la respuesta de
Jesús, el centurión establece una comparación entre la autoridad que ambos
poseen. El manda y su palabra es eficaz en sus hombres, que obedecen y cumplen
su palabra; pero esa palabra es nada con la de Jesús, que sana al enfermo a
distancia, sin verlo ni tocarlo. Es una fe preclara, la del centurión, en el poder de la
palabra de Jesús. Las primeras palabras del Maestro: “Yo iré a curarle” (v. 7), son
de gran trascendencia para el centurión porque significaba que el Maestro iba a
entrar en casa de un pagano, lo que lo convertía en impuro. Se consideraba indigno
de la propuesta de Jesús, lo que pone de relieve la humildad del hombre frente a
Dios. Jesús alaba la fe en el poder y en la palabra de Dios del centurión; pone sus
pretensiones en manos de Dios. Una actitud correctísima del hombre frente a Dios,
precisamente lo que Jesús buscaba en el pueblo, como lo había hecho Yahvé en el
pasado con Israel. Esta escena es todo un preludio de la actividad evangelizadora
de la Iglesia entre los paganos; es el traspaso del Reino, que de Israel pasa a los
gentiles. No se sentarán los herederos naturales de las promesas en la mesa del
Reino, los judíos, sino que serán suplantados por los gentiles. Finalmente la
curación de la suegra de Pedro, resalta no la palabra sino el poder sanativo de
Jesús. Concluye el evangelio enseñándonos que Jesús obra como el Siervo de
Yahvé, es decir, toma sobre sus hombros todas nuestras enfermedades y dolencias.
El Señor es ante todo, el Siervo, durante su vida terrena, compadecido del hombre
lo levanta de su miseria moral, porque lo introduce en el Reino, para ser hijo
redimido de todo dolor y sufrimiento por el poder que recibió de Dios.
Como el centurión romano, Teresa de Jesús, con fe en su alma sabe que puede
despertar en Jesús su poder sanador. “Pues si cuando andaba en el mundo, de sólo
tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros
estando tan dentro de mí, si tenemos fe, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está
en nuestra casa? Y no suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen
hospedaje.” (CV 34, 8).