Domingo 12 Tiempo Ordinario C
“Oh Señor, mi alma está unida a Ti, tu mano me sostiene” (Sal. 63,9)
La liturgia de este domingo nos introduce en el tema de la Pasión del Mesías. En la primera
lectura (Zac. 12, 10-11), el profeta Zacarías nos dice que en el época mesiánica la gracia de
Dios sería derramada sobre Jerusalén, un “espíritu de gracia y de clemencia”, alegría que sería
turbada por la muerte violenta de un personaje misterioso “a quien traspasaron” y por el que
todo el pueblo llorará amargamente. Esta es una profecía del Mesías doliente, que aparece
bajo otra forma en las profecías de Isaías, que en los cánticos sobre el Siervo de Yahvé parece
“herido por nuestras rebeldías, molido por nuestra culpas” (Is.53,5). El apóstol Juan más tarde
se acordará de las palabras de Zacarías al comprobar que en Cristo atravesado por una lanza
se habían cumplido las Escrituras (Jn.19,37). Jesús mismo anuncia a sus discípulos los
sufrimientos que le aguardaban en el momento de su pasión.
En el Evangelio de hoy (Lc. 9, 18-24), Jesús descorre el velo de su misterio y pregunta a sus
discípulos: ¿quién dice la gente que soy yo? (Ib. 18). Las gentes lo tienen por un profeta, pero
los discípulos habían captado algo más en él y Pedro tomando la palabra en nombre de todos,
responde: “Tú eres el Mesías de Dios”. Esta respuesta es un eco de la profecía de Isaías sobre
“el ungido del Se￱or enviado a anunciar la buena nueva a los pobres” (Is. 61,1). Jesús
completa esta profecía hablando por primera vez de su Pasión y dice: “el Hijo del Hombre tiene
que padecer mucho, ser…ejecutado” (Ib. 22). Así se presenta como el “Siervo de Yahvé,
despreciado y humillado por los hombres, varón de dolores y conocedor de dolencias” (Is.53,3).
Esta revelación de Jesús fue para los discípulos -quienes como sus compatriotas esperaban un
Mesías Rey- muy dura y turbadora. Jesús les aclara que también ellos habrán de pasar por el
camino del sufrimiento: “el que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz
cada día y me siga” (Ib. 23). El irá delante para dar el ejemplo y será el primero en llevar la
cruz. El que quiera ser su discípulo deberá imitarle y no una sola vez, sino “cada día”,
negándose a sí mismo –en su voluntad, inclinaciones y gustos- para conformarse con el
Maestro sufriente y crucificado.
San Pablo nos ense￱a que los “que hemos sido incorporados a Cristo por el bautismo, hemos
sido revestidos de Cristo” (Gal. 3,27); revestidos de su pasión y muerte y por eso los cristianos
debemos vivir a imagen del que antes de ser glorificado fue el “var￳n de dolores”. Y como el
dolor de la Pasión desembocó en la alegría de la resurrección, así también nosotros debemos
saber que si cargamos con paciencia la cruz que nos ha tocado vivir y la llevamos hasta perder
la vida por Cristo, culminará su camino en la alegría de la gloria eterna. La enfermedad, la
pobreza, la muerte, los dolores imposibles de evitar, si los llevamos unidos a la Pasión de
Cristo darán fruto, no sólo nos llevarán a la gloria de Dios, sino que darán fruto de gracia y
alegría en esta vida.
Muchas veces nos quejamos de los dolores y sufrimientos, de la enfermedad y la muerte,
reclamándole a Dios por nuestra suerte que sentimos es peor que la de los pecadores, sobre
todo cuando vivimos en la oración y la gracia. Dios no nos priva del dolor, sino que quiere que
lo asociemos a la Pasión de Cristo para que sean una fuente de santificación y una fuente de
redención para uno mismo y para el mundo actual. Hoy podemos ofrecer nuestros dolores por
la paz, el orden, la equidad entre los hombres, la justicia, la inclusión de los que menos tienen,
para que los ciudadanos cumplan sus deberes y obligaciones. Todo eso tiene un valor infinito a
los ojos de Dios.
Pidamos a la Virgen, Madre al pie de la Cruz, que nos ayude a ofrecer nuestros sufrimientos y
asociarlos a la Pasión de su Hijo Jesús.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú