EL ESCÁNDALO DE LA DIVISIÓN
Homilía Monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el 12º domingo durante el año
(23 de junio de 2013)
C omo diócesis, venimos realizando un largo camino en el que queremos encarnar la dimensión
eclesiol￳gica de “Pueblo de Dios” en nuestra realidad con los desafíos, luces y sombras, que nos
ofrece este inicio del siglo XXI. El camino sinodal asumido como iglesia Diocesana busca
acentuar la comunión y participación, la organicidad en orden a poder responder al mandato del
Señor de evangelizar.
Este fin de semana estamos viviendo esta búsqueda de comunión y participación en la ciudad de
Posadas. Las diócesis de la región del nordeste argentino (NEA), con sus delegaciones junto a
sus obispos nos reunimos cada dos años para rezar y reflexionar sobre algunos temas que nos
ayuden en nuestra dimensión discipular y misionera. En el contexto del año de la fe hemos
elegido el tema de la transmisión de la fe en nuestra región. Este encuentro regional expresa la
búsqueda de comunión de nuestras Iglesias diocesanas y la convicción que solo desde el amor a
Dios y a los hermanos podemos ser fecundos.
No dudo en señalar que el mejor aporte que podemos ofrecer los cristianos a nuestro tiempo tan
enrarecido por tantos odios, es buscar crecer en la “comuni￳n”. La fragmentaci￳n del
postmodernismo, la profunda crisis de la civilización, el individualismo mercantil y la
indiferencia secularista, son algunas de las causas que generan ambientes complejos, en donde
nos mimetizamos todos y sobre todo nuestra dirigencia, sin que nos cuestionemos, ni evaluemos
el por qué de tantos absurdos e insensatez social. Hace algunos meses se￱alaba que “en primer
lugar debemos ser sinceros y confesar que no es fácil vivir la comuni￳n”. No creo necesario
hacer un catálogo de los conflictos de nuestra realidad, basta que cada uno evalúe las situaciones
de división tanto en la sociedad, como en nuestras mismas comunidades eclesiales y familiares.
Una de las causas principales que dificultan vivir la comunión con Dios y con los hermanos es el
pecado de “soberbia”, que impide colocarlo a Dios como el Se￱or de nuestras vidas,
comunidades, instituciones y en las mismas estructuras culturales y sociales. La soberbia nos
provoca la tentación de querer ser como “dioses”... nuestra sociedad está sobre cargada de
conflictos, de luchas por el poder y de injusticias, pero también nuestras comunidades cristianas
y familias se mimetizan y viven el escándalo de la división, que siempre tiene su causa en el
egoísmo, en los celos, en la envidia, pero sobre todo en la soberbia que es la madre de todos los
pecados. Es cierto que no faltan los cristianos, que rápidamente se dicen católicos y que sus
actitudes y comportamientos contradicen la fe que profesan. Debo confesar que estoy asombrado
como por cuestiones ligadas a los afectos, enojos, celos... se generan odios, venganzas,
calumnias... que son totalmente incompatibles con la condición de cristianos y sin problema
siguen llamándose católicos y algunos continúan recibiendo la eucaristía sin recordar la
enseñanza del Señor que primero debemos buscar reconciliarnos con nuestros hermanos y
después recibir su cuerpo.
Al querer profundizar este camino de comunión y participación, nos sentimos interpelados por el
Evangelio de este domingo (Lc. 9,18-24). Tendríamos que renovar como Pedro nuestra
confesi￳n de fe en Jesucristo: “Tú eres el Mesías de Dios”. Pero también las exigencias que
tenemos si queremos ser realmente sus discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que
renuncie a si mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga. Porque el que quiera salvar
su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará” (Lc. 9,23-24).
La propuesta de Jesús, no elude el sufrimiento, se distancia del sensacionalismo mediático, de la
religiosidad-show, de la superstición y el consumismo religioso. Para convertirnos a la comunión
con Dios y los hermanos, tendremos que morir a querer ser como “dioses”. No todos entienden
este lenguaje. El Señor nos enseña en la primer bienaventuranza: “Felices los pobres de Espíritu
porque a ellos pertenece el Reino de los cielos”(Mt 5,3). Solo desde la pequeñez y la humildad
podemos “ver”.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas